Alicante, la conquista de la memoria

«Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía sin escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides.
Lloraba. El niño -tendría cinco años- lo miraba sin comprender».
Este fragmento inolvidable de “Campo de los almendros” de Max Aub en el puerto de Alicante resume la historia (la triste historia de Gil de Biedma) de un país que fue el primero en levantarse contra el fascismo, y que después fue enterrado en la cal viva de la desmemoria.
Años atrás, las izquierdas habían conseguido un apoyo holgado tanto en la ciudad como en su provincia desde 1931. En 1933, cuando por primera vez en la historia votaron las mujeres, el apoyo al Frente Popular superó el 80% de los sufragios.
El golpe militar del 18 de julio, apoyado por el Ejército, la Guardia Civil y fuerzas políticas como Falange Española (cuyo fundador estaba preso en la prisión provincial), fue repelido en la ciudad lucentina tras la organización y movilización rápida de los militantes sindicales y partidos de izquierda. Constituyeron el Comité Revolucionario de Defensa, que convocó una huelga general con la que lograron tomar el control de la ciudad y aislar a los golpistas, que quedaron cercados en su cuartel. También enfrentaron los conatos de adhesión al golpe que distintos grupos de la Guardia Civil intentaron en la provincia. El día 22 llegó al puerto un destructor con militares golpistas, pero la propia marinería se rebeló contra ellos y se unió a los milicianos, lo que derivó en la entrega de los militares.
De Alicante saldrían muchas columnas de mujeres y hombres que acudirían a luchar en la defensa de Madrid y contra la barbarie fascista por toda la península.
Una ciudad conviviendo con las bombas
El primer bombardeo que sufre Alicante se produjo el 5 de noviembre, cuando aún no estaban construidos los refugios. El segundo fue el llamado “de las 8 horas”, el día 28 de ese mismo mes. Hasta las tres de la madrugada, aviones de la Legión Cóndor castigan la ciudad con casi 20 toneladas de explosivos (160 bombas) en represalia por el fusilamiento del fundador de Falange, condenado a muerte por rebelión.
La desesperada búsqueda de un niño, que había corrido a refugiarse en un garaje de la plaza Séneca y que encontraron muerto al día siguiente conmocionó a la ciudad, que convivió con los bombardeos aéreos durante toda la contienda.
El 25 de mayo de 1938 le tocaría el turno a la aviación italiana. Alicante ya había construido más de 100 refugios antiaéreos para proteger a la población civil de los bombardeos. Desde distintas zonas de la ciudad se establecían baterías antiaéreas, torres de reflectores y sirenas para avisar a la ciudadanía cuando detectaban aviones desde la base nacional de Mallorca.
Esa mañana, los italianos decidieron entrar a la ciudad por la sierra, para no ser detectados desde el mar. A las 11.18 cayó la primera bomba. El objetivo: el mercado central en la hora punta de las compras. La quinta columna propagó el rumor de que ese día había sardina fresca y alcachofa de la Vega Baja, con lo que el mercado estaba repleto de mujeres y niños. Inmediatamente cayeron unas 90 bombas más. Las sirenas no pudieron dar la voz de alarma, con lo que la masacre fue terrible. Más de 300 personas murieron en los ataques, que dejaron escenas dantescas de cuerpos mutilados y decapitados y más de mil heridos.
El reloj del mercado quedó detenido para siempre, y hoy permanece en el lugar, recordando la hora fatídica, junto a la sirena antiaérea que burló la aviación fascista.
Se trata del bombardeo más cruento de toda la guerra civil, y uno de los más terribles sobre población civil del siglo XX. Tal y como haría Franco con Gernika (del que no reconoció su responsabilidad hasta 1962, y lo achacaba a las hordas rojas) el suceso pasó al olvido, hasta que ha sido rescatado recientemente de la historia.
Durante los tres años de guerra, Alicante registró el castigo constante de 71 bombardeos, siendo la ciudad que más resistió en la contienda y la última en caer. Tras la guerra, todo quedó borrado, hasta el punto de que refugios como el de la plaza Séneca (el más grande, con capacidad para proteger a 1.200 personas) fueron “descubiertos” en 2013.
El Stanbrook
Cuatro días antes de proclamar al Ejército Rojo cautivo y desarmado, la España derrotada trata de llegar al puerto de Alicante, último reducto republicano y única vía de escape tras la toma de la frontera francesa (por la que ya se había exiliado medio millón de personas) por los franquistas. El gobierno republicano había contratado barcos para evacuar a quienes se hacinaban en el puerto (muchos de ellos milicianos del disuelto ejército popular, pero también maestros o trabajadores del campo a quienes les esperaba una condena a muerte) esperanzados de salir del país una vez terminada la guerra.
Se encontraron con que la armada de Franco, junto a la aviación nazi, tenían orden de disparar a cualquier barco que intentara zarpar. Todos los barcos declinaron cargar a aquellas personas, por miedo a que fueran hundidas sus embarcaciones. Sin embargo, el Stanbrook, un buque carbonero británico que fondeaba en el puerto en espera de cargar naranjas y azafrán, al mando del capitán galés Archibald Dickson, desafió la norma. El capitán, conmovido por aquel drama humano, prometió no dejar a nadie en el muelle, y, dejando de lado su carga original, subió a su barco a 3.000 personas (cuentan que hasta dos veces desplegó de nuevo su pasarela el barco, estando ya preparado para zarpar).
El crucero franquista Canarias, que bloqueaba el puerto, lanzó proyectiles contra el barco, y el asedio de la flota franquista fue constante (Franco quería llevarlos a un puerto español para poder apresar a los exiliados). Hubo un bombardeo en el puerto, que sembró el pánico entre quienes allí se hacinaban, mientras pistoleros de Falange se iban adueñando de la ciudad.
El Stanbrook puso rumbo a Baleares, en zigzag para evitar los ataques de la aviación fascista y el capitán pidió socorro durante toda la noche, hasta que fue asistido por un crucero británico. El barco, que navegaba escorado porque superaba ampliamente su capacidad de carga, llegó finalmente a Orán tras 22 horas de heroica travesía.
Los refugiados españoles fueron conducidos a un campo de concentración en el interior del Sahara, donde a la mayoría de ellos les esperaban unas condiciones miserables.
Dickson moriría seis meses después, en el ataque al Stanbrook por parte de un submarino alemán.
En 2014, el ayuntamiento de Alicante colocó una placa para honrar la memoria del capitán Dickson en el puerto. Desde entonces, ha sido atacada en numerosas ocasiones (rota, pintada o directamente arrancada). En 2018, se erigió un busto sobre un bloque de mármol donado por la familia de un hombre a quien salvó Dickson.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.”
(“Elegía a Ramón Sijé”, Miguel Hernández)
Campo de los Almendros
De los miles de personas (algunas fuentes hablan de hasta 30.000) que quedaron atrapadas en el puerto, casi la mitad fueron conducidos a pie desde el 31 de marzo por la división Littorio italiana al Campo de los almendros, en las afueras de la ciudad. Desde las laderas del castillo de Santa Bárbara son ametralladas varias columnas de presos, con lo que el pánico y la desolación es total.
En el campo, las condiciones son inhumanas. Se trata de una explanada que los italianos cercan con alambre de espino, en la que no hay condiciones higiénicas por ningún lado. A cada preso, según llegaba, se le requisaban todas sus posesiones y no se le entregaba nada. Los presos se alimentan de las hojas de los almendros, y desnudan a los árboles hasta dejarlos sin corteza.
Tras varios días sin agua ni comida alguna, algunos soldados italianos comparten su propia ración con algunos detenidos. La población del campo se ve mermada entre los suicidios, las ejecuciones de quienes intentan escapar o las sacas indiscriminadas de presos por los falangistas, con lo que hasta 2.000 personas pierden la vida entre los almendros en los menos de diez días que permaneció el campo activo. Los supervivientes fueron derivados a otros campos de concentración, como el de Albatera (en Alicante se levantaron 12 de los 72 campos de concentración franquistas), o a la cárcel del castillo de Santa Bárbara.
Quien vivió todo ese calvario con tan solo 19 años fue el poeta Marcos Ana. Él pudo escapar de Albatera, pero poco después sería detenido y pasaría a ser el preso republicano que más años pasó en las cárceles franquistas (no sería ejecutado por ser menor cuando se produjeron los hechos de los que de forma rocambolesca le acusaban).
Miguel Hernández
Desde el primero de abril de 1939, toda España es como un gran campo de concentración del que nadie puede salir si no es con un salvoconducto. El joven poeta Miguel Hernández, que luchó en el frente republicano, llega a Portugal viajando en camiones y cruzando ríos. Allí vende su ropa y su reloj, pero le delatan a la policía salazarista, que lo entrega a la policía española al mediodía del 4 de mayo. Le condenarán por adhesión a la rebelión, con el agravante de ser el poeta de la revolución.
Su desoladora travesía por diversas prisiones (Huelva, Sevilla, Madrid –donde escribe a su hijo Manuel las “Nanas de la cebolla” –, Palencia, Ocaña y Alicante) culmina con la muerte por tuberculosis el 28 de marzo de 1942.
Días antes de morir, le permiten contraer matrimonio en prisión con su compañera Josefina Manresa (se habían casado cinco años antes, pero al haberse celebrado el enlace en zona roja quedó automáticamente anulado a todos los efectos legales). Sin embargo, la legislación postfranquista española ha sido incapaz de anular la condena de Miguel Hernández, ni la de Marcos Ana ni de ningún otro sentenciado por los juicios franquistas, con lo que siguen siendo hoy criminales ante la democracia española.
En Alicante reposan sus restos, junto a los de su compañera, su hijo y las cartas y los ramos de flores tricolores que cariñosamente les dejan manos anónimas.
“Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.”
(“Para la libertad”, Miguel Hernández)
Igor del Barrio
 
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Periodista. Bloguero.Escritor

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