Amor enajenado

Mi muy caro y amado esposo:
A la hora questo escribo está presto el amanecer. Hace frio, las estrellas brillan y los cuerpos sufren las inclemencias del tiempo. Los nobles se han ido y por fin quedo a solas con vos. Desde que partimos, al ponerse el sol, ha sido una dura noche de travesía por la llanura castellana y por fin descanso a vuestro lado.
Grande ha sido mi amor desde el día en que os conocí, allá por Flandes, pero nunca tanto como ahora. Entonces fue pasión arrebatadora, violento frenesí, ardor en las entrañas, loca excitación. Ahora no. Ahora solo deseo que estéis a mi lado, gozar de vuestra presencia, saber que solo sois mío.
Juro que os llevaré a Granada, como vos deseabais, y que éste tránsito que ya paréceme dura demasiado, terminará. Podéis fiaros de mí. Os quiero. Solo deseo estar con vos.
Cuándo ya cansada hemos llegado a este pueblo pensando en reposar, he comprobado indignada, que pretendían darnos cobijo en un convento de monjas. Encolerizada he ordenado volver al campo e instalar unas tiendas. Luego, una vez más serena, he hecho llamar a unos artesanos, que han abierto vuestro ataúd, con la intención de comprobar que vuestra merced sigue conmigo y aquí estoy, al lado de vuestro catafalco, aprovechando un momento, mientras los demás esperan a que acabe para devolveros a las tinieblas.
Qué recuerdos aquellos, cuando os conocí, en que me amabais a borbotones, apresuradamente, como si el tiempo se nos fuese a acabar y qué hermoso erais, qué cálido y suave, qué buen amante. El placer y la alegría inundaban nuestra vida. Qué distinto es todo ahora.
Seis hijos he tenido con vos, la última, Catalina, hace solo unos meses, de la que no tenéis conocimiento por haber sido póstuma. Sin vos la vida carece de sentido. Mi único fin es conservar vuestro recuerdo, por eso vago por las tierras de Castilla hacia Granada, atesorando vuestra memoria, fijando vuestra imagen en mi mente. Porque lo que más me aterra es pensar que algún día pueda olvidar vuestra hermosura.
Un reino os di para no perderos, un reino que ni entonces ni ahora me interesa. Solo vos me importáis y a pesar de todo os perdí. No me importan el frio, la nieve, la comida, la bebida, no me importan las personas, los vasallos, ni la corte, ni el gobierno. Solo quiero estar con vos. Solos, vos y yo.
Me llegan tristes noticias. Mi padre critica mi viaje. Nunca entendió nuestro amor. Miedo me da que nos quieran separar. No lo soportaría.
Ayer hicimos unas exequias fastuosas, cientos de velas alumbraban a vuestro lado y su luz subía hacia el cielo, los clérigos recitaban y la iglesia estaba llena de cortesanos, como corresponde a un rey como vos.
Siempre me plegué a vuestros deseos, por el amor que os tengo, a pesar de que muchas de vuestras intenciones no eran acordes con el deseo de mis padres y si en alguna ocasión se turbó mi carácter, fue porque no se me trató acorde con la dignidad que me corresponde. A pesar de todo siempre condescendí, con tal de contar con vuestros favores, que a veces me concedíais de forma tacaña y robada.
No me importan las críticas. No estoy loca. En todo caso estoy loca por vos. Y ¿cómo voy a estar? si se apagó el sol que me iluminaba, si se secó el agua de mi manantial, si ya ni bebo ni como, si mi tristeza es infinita y mi sino fatal. Solo vos calmabais mi desasosiego, mi desvelo, mi desazón, mi turbación. ¿Ahora, qué haré? Ya no merece la vida ningún afán.
Creo que acataré los deseos de mi padre y me encerrare de por vida. Gobernará bien el reino pues yo no tengo ningún deseo de hacerlo. Solo pondré una condición, que desde mi ventana pueda contemplar vuestro sarcófago y que cuando ya no me acuerde de vuestro bello rostro pueda acudir, como ahora, a veros.
Su A.R. Juana I de Castilla
Texto: ©Alfonso García Aranzábal
Fotografía: Óleo por Francisco Pradilla. 1877. Museo del Prado, Madrid.

2 comentarios

  1. Estoy convencida de que fue una estupenda mujer.El amor por su marido podría tener algo de patológico, no sé. Pero tiene algo de admirable y conmovedor. Feliz Navidad.

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