Cristina Fernández Cubas

En un mundo de modas a veces muy absurdas, regidas por el sombrerero loco del negocio editorial, del qué se lleva ahora literario, una clásica.
Siempre ha sabido mirar el aquí con ojos de más allá. Los espejos le ha contado verdades distintas de la realidad. Sabe encontrar una historia frente al escaparate de una zapatería, en los ecos de las casas en que ha vivido. Y narrarlas, darles la vuelta, quitarles el moho de la realidad, fantastificar la mínima anécdota en la que detecta ese valor que otros quizás no advertirían.
El sábado estábamos paradas en la acera a la salida de un restaurante y exclamó, «¡Anda, Patro, esa chica eres tú!». Me di la vuelta y alcancé a atisbar de espaldas a una mujer peinada de forma similar, de mi estatura, con gafas negras, alejándose a plena luz del día. Mi doble pasando frente a mis narices.Mi William Wilson, que solo a ella no se le escapó.
Escucha a los niños en los museos y les soplan argumentos misteriosos. Nunca olvidó a la muchacha humilde que la cuidó en la infancia y le inyectó el veneno de la narración oral, el ritmo ese tan codiciado, tan hipnótico ,de aquello que se nos cuenta con el traje de palabras, los silencios y los gestos adecuados. En sus charlas también recuerda a Beatriz de Moura, con esa lealtad que debemos a quien nos ayudó a creer que podíamos publicar libros, no solo escribirlos para nuestros adentros.
Es delicada, irónica, catalanísima, la diversión enfundada en pantalones de terciopelo, la reina de los mitones, la sabia con pupilas a lo Bette Davis que sirven, sin duda, para mirar mejor y ver más que el resto. La matriarca de lo fantástico de este país que a veces menosprecia un filón plateado, el misterio de un columpio, la felicidad macabra que puede causarnos el funeral de nuestra hermana.
La admiro y estimo. Celebro este premio como una de esas raras ocasiones de justicia cuentística que merecen una ola, veintisiete cañonazos, un buen copazo.
Viva nuestra Premio Nacional de las Letras.
Patricia Esteban Erlés

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