Cuentos de Memoria

Desenterrada

«Querida Mari, uno no valora lo que tiene hasta darse cuenta qué lo puede perder. Siempre has estado a mi lado, impasible. Como dijo Pedro, el curita, «Para lo bueno y lo malo». Me hubiera gustado haberte dado solo lo bueno. Despertar contigo cada mañana era un sueño. Tu sonrisa iluminaba el día, cuan negro fuera. El color miel de tus ojos mirando a través de la ventana guiaba mis pasos en las noches oscuras. Dibujé tu silueta en días de sol, para recordarlos en los de tormenta. Fui un cobarde, jamás te dije nada, me diste todo tu amor a cambio de nada. Así me siento yo ahora, como la nada. Porque nada seré al amanecer y nadie te dirá nada, yo tampoco. Apago la vela con mis últimas lágrimas, pero sonrío, vacío de haberte escrito todo lo que te quiero, triste porque no te lo diré. 

Julián siempre tuyo.

 

17 de mayo de 1938 penal de Burgos»

 

-¡Que te pasa Raquel! ¿Alguna pista de quién es?

-Llevaba una carta que escribió a su mujer. La dejaré con las demás cosas, igual hay suerte y la podemos entregar.

-Los familiares, que nos dieron esta localización, vendrán luego.

—————————————————————————————————————————————–

El profesor

La democracia que había nacido en la capital, tarde o temprano, se daría a conocer. Primero serían las ciudades, luego los pueblos, las aldeas, los barrios, no quedaría ningún rincón en el estado que no supiera de ella. La avanzadilla eran los cinco profesores venidos de allí; el salvoconducto les dejaba libre el camino, eran el hilo conductor para tal desenlace.

Les pidieron prudencia, pero no la conocían; por el contrario, eran amigos de la libertad y la igualdad. Así se lo enseñaron a los primeros alumnos que tuvieron. Su lenguaje no tenía adornos ni metáforas, ni dobles sentidos; simplemente, la verdad, sus derechos y obligaciones. Aprendían rápido. No había pasado un mes cuando los mayores, influidos por lo aprendido, reclamaron para sus progenitores unos derechos que los caciques no querían otorgar.

Al primer conato de rebelión, las fuerzas de orden público se presentaron y lo sofocaron con una represión jamás vista. Con el papel firmado por el presidente, fueron a hablar con el gobernador, que tardó un día en recibirlos.

-No son bienvenidos al pueblo. Con su palabrería, lo único que han conseguido es alterar la normalidad.

-Esa normalidad de la que usted habla es la opresión a la gente humilde, sometimiento al poderoso.

-Cuidado, joven, no está usted en la capital. ¿Igual prefiere marcharse?

Julián sacó el papel y lo leyó en voz alta:

“Al alcalde del lugar:

Es de obligado cumplimiento dejar trabajar al profesorado en su municipio, proporcionándoles alojamiento, comida y aulas.

Firmado el presidente de la república”.

El cacique, porque no era realmente un alcalde, le quitó el papel y lo rompió en mil pedazos.

-El único acuerdo que tienen ustedes y su presidente de la capital es mi palabra. Aquí, lejos de la capital, ni ustedes ni nadie van a decirnos cómo actuar.

De los cinco profesores, cuatro se marcharon, informarían al gobierno. Estos no lograron convencer al quinto, cuya relación con sus alumnos estaba por encima de cualquier acuerdo o cacique, para que se fuera con ellos. Julián pensaba que le necesitaban.

Su trabajo se multiplicó: Las clases a última hora con los trabajadores le añadió un motivo más. Se llamaba Inés. Solo era tres años más joven que él. Cuando acababan las clases, la acompañaba por la vereda del rio, vigilados por la luna y algún ojo más, a su casa en la montaña. Era una alumna aventajada; en poco tiempo había dominado la escritura y la lectura, y ese fue el detonante. Una cosa era educar, pero que las mujeres se equipararan a los hombres no era de este siglo.

Un beso robado con consentimiento en la oscuridad de la noche y un chivatazo a plena luz del día bastaron para truncar tan firme relación: no fue suficiente que hiciera público su amor, se había saltado la ley, la tradición.

Las estrellas no vinieron a despedirle, la luna tampoco y eso que siempre estaban presentes en sus largas conversaciones.

Solo, pero en compañía caminaba en la oscuridad de la noche, sin tiempo a despedidas, y sin reproches. Era tan frágil el acuerdo y la palabra del hombre que se la llevó el viento. Por su cabeza pasó un pensamiento de culpabilidad, cuando decidió quedarse sabía que no era bien recibido. Le dieron la espalda y ahora sufría las consecuencias. Pero su conciencia estaba tranquila pese a todo, ya que no había prometido nada que no fuera a cumplir. Ahora era un villano, mañana quizás sería un héroe.

El polvo de su caminar dejaba un rastro que se elevaba poco a poco hasta juntarse con las nubes en el cielo. Una mano lo detuvo y lo giró. Brotaron de la nada la luz, las estrellas, la luna…Sabía que no le abandonarían y ella con lágrimas en los ojos. Al otro lado, ellos: sin juicio, sin razón, apoyados en la multitud como los cobardes.

Antes de que el pañuelo que le cubría los ojos tocase el suelo, se oyó un estruendo. Su cuerpo se unió al pañuelo, su alma camino con el polvo; ahora solo se oía el ruido de las cigarras y los grillos, que, unidos al llanto de la muchacha, le acompañaban en el coro de la despedida.

Cuando llegó el eco del suceso a la capital, se declaró ese día, como el día de la libertad…

Alberto Allen del Campo

 

 

Sobre Alberto Allen del Campo 11 artículos
Escritor de relatos

1 Trackback / Pingback

  1. Cuentos de Memoria – Radio Republicana

Deja un comentario