
La que sigue a continuación es una historia que bien podría considerarse un cuento; incluso, si se me apura, el apunte para un culebrón televisivo.
Es una historia en la cual podrán verse reflejadas miles de personas, multitud de familias, aunque aparentemente cuanto en ella se relata pueda considerarse como algo muy personal y, por lo tanto, intransferible. Hablaremos de una niña que nació en Santander un año después de haberse producido en España el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, el desencadenante de todo cuanto después sucederá. El nombre de la niña (aunque esto sería lo de menos, pero aquí interesa consignarlo para poder personalizar el drama colectivo que se iniciaba entonces) era María del Rosario Valdor Peña (1937-2011), conocida familiarmente por Cuquina hasta cuando pronto se convirtió en madre de cinco hijos y después en abuela de tres nietos, falleciendo finalmente en Santander el 11 de mayo de 2011. Tuve ocasión de conocer a Cuquina hace ya muchos años; casi medio siglo, por precisar un poco más. Pero nada de cuanto ahora voy a rememorar supe entonces y, a veces, hasta pienso que ella misma también lo desconocía; por lo menos, en la parte que solamente ahora que ya no se encuentra entre nosotros hemos podido reconstruir, gracias sobre todo a indagaciones propias y a poder contar con las recibidas de parte de algunos de sus familiares más próximos.
Digamos también que la publicación de una fotografía ha podido suponer detonante de una catarata de informaciones, añadida también alguna que otra especulación. Para la portada de nuestro libro Mujeres de Cantabria en el exilio republicano (2020) utilizamos la reproducción de una imagen histórica conseguida por el editor Esteban Ruiz, en la cual aparecen unas mujeres a bordo de un barco que parte de un puerto cantábrico huyendo ante la entrada de las tropas sublevadas.
-Esas mujeres bien pudieran ser mi madre Flora, mi tía Rosario y mi hermana Cuquina. Nos lo dice desde Gijón Rodolfo Valdor Peña, el hermano ligeramente menor de Cuquina. En el caso de que fueran ellas las personas identificadas, la embarcación repleta de gentes podría tratarse del gánguil Raos, partiendo del puerto de Santander el día 24 de agosto de 1937 en dirección Francia, patronada por el capitán Serafín Lastra López (1908-1965). Poco antes de abandonar España, el 19 de agosto de 1937 Rodolfo Valdor Rodríguez y Flora Peña Herrera contrajeron matrimonio civil en Santander Sin embargo, gracias a la gran memoria del ingeniero santanderino Juan José Lastra Santos, entonces un niño de tan solo cuatro años y en la actualidad único superviviente de aquel tiempo, sabemos que se trataría de una cañonera francesa a bordo de la cual arribaron en el puerto de San Juan de Luz, mientras que el gánguil atracó en el de Burdeos. En la primera, librándose del acecho del Almirante Cervera,
-Mi hermana había nacido en Santander el 13 de julio de 1937, martes y trece, y yo lo hice catorce meses más tarde en París: el 13 de septiembre de 1938, también martes y trece. Está bautizada en Bayona, lo que encaja bastante con que tuviera poco más de un mes. Cuando Cuquina vino al mundo, su padre y su madre ya llevaban algún tiempo viviendo como pareja de hecho. Rodolfo Valdor Rodríguez (1908-1970) y Flora Peña Herrera (1907-2001) se habían conocido en las instalaciones de la Tejería de La Albericia, donde ella era una trabajadora más, y él era el hijo de Saturnino Celestino Valdor Valdor, a la sazón gerente de la fábrica.
Cuquina y Rodolfo Valdor Peña Santander. 1939 Por su parte, Rodolfo Valdor Rodríguez, nombrado por el Gobierno republicano Delegado Marítimo de Santander y secretario del Departamento General de Navegación de la Provincia, ya había tenido una destacada intervención con motivo de la evacuación en embarcaciones de niños y mujeres de Bilbao, y ante la inminente entrada de las topas nacionales en Santander repitió su actuación hasta que: -Mi padre junto al Gobernador Civil y otros dos altos directivos salieron de Santander el 24 de agosto de 1937 en el remolcador de altura Altsu-Mendi, propiedad de la naviera Sota y Aznar.
-A mi hermana y a mí, junto con mi tía Rosario, nos mandaron a vivir con nuestros abuelos cuando yo solo tenía 3 meses y mi hermana 17 meses y, en 1947, nueve años más tarde, cuando se abrieron las fronteras por primera vez fuimos los dos a Hendaya a conocerlos por primera vez.
Rodolfo Valdor Rodríguez. 1936 En cuanto el Gobierno francés reconoció al Gobierno golpista de Burgos Rodolfo Valdor Rodríguez se vio obligado a abandonar su puesto de funcionario en la Embajada para buscar alguna manera de poder sustentar a su familia. Como tantos otros miles de españoles puso sus ojos en América y, más concretamente, en México, cuya embajada en París entre los meses de octubre-diciembre de 1940 recibió cerca de un centenar de peticiones de asilo de personas, entre las cuales hemos podido localizar la firma de Rodolfo Valdor Rodríguez y la de Eleofredo García García, alcalde de Santander entre 1932-1933 y fugazmente en 1936, quien acompañado de sus cuatro hijas también se hallaba refugiado en Francia. Ninguno de los dos saldría a México.
-Nos criamos con nuestros abuelos paternos Celestino y Rosario, pues cerraron la frontera y no volvimos a ver a nuestros padres hasta que yo tuve 9 años, cuando abrieron la frontera mi hermana y yo fuimos a Francia con mi abuela Rosario Rodriguez Gutiérrez para conocerlos. En 1947 vivimos con ellos en la localidad de Arcachón durante un año, pero regresamos a España y nos separamos nuevamente. ¿Cómo sobrevivió el matrimonio Valdor-Peña en París, en los momentos difíciles anteriores a la invasión nazi y a la declaración de la Segunda Guerra Mundial? En 1956, habiéndose acogido Rodolfo a la ley de Amnistía para los que no tuvieran delitos de sangre, pudieron regresar a España.
La fábrica en la que trabajó mi madre durante la ocupación se dedicaba a hacer uniformes para el ejército alemán, pero en algún momento que ignoro se trasladaron de París a Arcachon. Cuando yo los conocí en 1947, ambos trabajaban en una granja con 2.000/4.000 gallinas que atendían ellos dos solos. El dueño tenía a la vez una tienda en donde vendía los huevos y los pollos, y mi madre trabajaba allí como dependienta. La granja estaba entre los pueblos La Teste y Cazeaux, a pocos kms. de Arcachon, y mis padres vivían en una casa en Arcachon, aunque algunos días se quedaban en la granja. En 1956, habiéndose acogido Rodolfo a la ley de Amnistía para los que no tuvieran delitos de sangre, pudieron regresar a España, y mi padre no tuvo que entrar en prisión para cumplir la condena que tenía pendiente, siéndole además cancelados los antecedentes penales. En ausencia suya, fue su padre quien se encargó de realizar todos los trámites oficiales.
En un principio, trabajó en las obras que como arquitecto dirigía Ciuco Lastra, recién casado con su hermana Cuquina; durante algunos meses fue práctico en Sevilla, también intentó montar un criadero de ostras en Castro Urdiales, empeño en el cual fracasó debido, principalmente, a que hubo gentes que entraron en el mismo y se las robaron, además de que en otra ocasión rompieron las protecciones y los peces se las comieron. Se acordaría entonces de que sus antepasados más remotos, aquellos que se remontaban a mediados del siglo XVII cuando, procedentes de la localidad belga de Lieja llegaron a España sesenta familias flamencas para trabajar en las fábricas de cañones de La Cavada y Liérganes, y que por su carácter de ser extranjeros y de otra profesión religiosa hubieron de sufrir el acoso, los ataques y hasta la extorsión de parte de los naturales del lugar.
Su familia en España, gracias a los desvelos de los abuelos, trataba de superar el drama de tan larga separación: su hermana Sarín Valdor Rodríguez, casada con el médico Gregorio Pérez Castañeda había emparentado políticamente con una rama de los Lastra; su hijo Rodolfo seguía los estudios de ingeniería; y su hija Cuquina había estudiado Magisterio y se había casado con uno de los jóvenes que fueron al exilio francés: el arquitecto santanderino Domingo Indalecio Lastra Santos (1920-1998), quien en el año 1941 había regresado de Francia con su padre el también arquitecto Deogracias Mariano Lastra López (1889-1955), habiendo pasado en España por un campo de concentración durante año y medio. Mientras las familias de los hermanos Juan José y Serafín Lastra López se dividían entre el exilio en Cuba y México, Mariano, residente en aquel momento en Marsella, coincidiendo con el fallecimiento de su gran amigo el pintor Ricardo Bernardo López (1897-1940), estuvo tentado en dirigirse a México hasta que ya lo tenía todo preparado para instalarse en Brasil, cuando le surgió la oportunidad de regresar a España, donde una vez hubo asumido las responsabilidades políticas por ser perdedor de una guerra que él no había iniciado, mediante la incautación de bienes, el pago de una multa y una breve inhabilitación profesional pudo integrarse en la vida social santanderina hasta su fallecimiento. Aunque tanto su imaginación creativa como su pensamiento político no podían ser ya iguales a los del periodo anterior, intentó mantener sus antiguas relaciones, integrando dentro de alguno de sus proyectos al escultor Jesús Otero Oreña (1908-1994), una vez a este le fueron conmutadas sus dos penas de muerte por el franquismo. Otra de sus amistades artísticas y personales, el pintor Antonio Quirós (1912-1984), permanecería en el exilio francés hasta los años 50, para volver definitivamente a España en los años 70. De él le quedaría como recuerdo el cuadro titulado
-El tío Ciuco siempre fue para nosotros el jefe de familia.
Son palabras de su sobrina la pintora Luisa Valdor Torre (Violeta), a quien en la década de los 60 conocí en el Ateneo de Santander, sin saber que diez años más tarde se convertiría en una de las últimas exiliadas del franquismo, obligada por su militancia clandestina en el PC(i). La sombra de la familia se mostraba alargada, tan alargada como era su sentimiento inconformista.
Pero volvamos a la persona de Cuquina, con la cual habíamos iniciado este relato. Yo la conocí hacia el año 1970, cuando al filo de las dos de la tarde acudía acompañada de un reguero de hijos a recoger algún libro a Puntal. Su marido había construido en el número 48 del Paseo Menéndez Pelayo un edificio destinado a sede del



Colegio Deogracias, nominación en homenaje a de su padre. Cuquina fue su directora-propietaria y la que aportaba en su función docente a sus propios hijos como primer alumnado, en una decisión que posiblemente estaría muy influida por las carencias personales que desde la más tierna infancia se vio obligada a sufrir, separada de sus padres desde los primeros meses de vida hasta bien avanzados los años 60, al igual que su hermano Rodolfo: los libros de los pedagogos progresistas franceses Celestín Freinet y Jean Piaget y el Summerhill del inglés A.S. Neill, eran objeto de su curiosidad e interés. El mismo sentimiento de gratitud me llevó a proponer el nombre de Mariano Lastra López para rotular una calle de la ciudad. No sé si su nieto, el también arquitecto y pintor Domingo Lastra Valdor sería conocedor de los pormenores de esta historia que ahora ampliamos en alguna de sus ramificaciones cuando, en el año 2012, algunos componentes universitarios cántabros, con Raquel Rodríguez Sebastián y José Manuel González Herrán a la cabeza, tuvieron la generosidad de manifestarme su afecto mediante la convocatoria de un entrañable acto de homenaje, al cual se sumó Domingo Lastra Valdor haciéndome entrega de un retrato mío pintado a la acuarela que conservo con gran cariño por cuanto para mí significa. Pocos meses antes habían fallecido tanto Cuquina como la tía Sarín. Ahora, en el momento más propicio para recuperar esta historia, ha hecho su reaparición la figura de un prestigioso ingeniero industrial llamado Rodolfo Valdor Peña, posiblemente para así contribuir a reparar con su memoria truncada alguna de cuantas ausencias ha habido en nuestras vidas. Y para estrechar aún más el círculo familiar, Juan José Lastra y Rodolfo Valdor, dos niños de la guerra, se han convertido en consuegros.
José Ramón Saiz Viadero.
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