
«No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo encerrado
Su canto asciende a más profundo
Cuando abierto en el aire ya es de todos los hombres»

Hermosa paradoja la que os propongo hoy, quizás porque, en el fondo, la vida esencialmente sea una paradoja, una inmensa y bella paradoja. Comencemos.
Vivíamos, por aquel entonces, en los días en que los ecos, las voces del 15M seguían resonando en las plazas, en las calles, en las puertas de los suntuosos edificios de la Banca, en los alrededores de los parlamentos…, en los corazones y el pensamiento de miles de personas.
Los medios de comunicación, sin saber muy bien qué era todo aquel maremagnum, toda aquella explosión de dignidad, indignación, creatividad y aire fresco, buscaban denodadamente caras, rostros, NOMBRES sobre los que poder hacer descansar todo aquel desaguisado maravilloso que había dejado en angarillas toda la podredumbre del sistema.

Una persona muy cercana que, desde hacía semanas, había convertido «las Setas» de Sevilla en su segundo hogar me dijo: «lo que más molesta a los medios es que no hay un portavoz, una cabeza visible y reconocible, unos hombros sobre los que hacer descansar todo esto. Y mientras esto sea así, esa será nuestra fortaleza, porque sólo las ideas lideran este movimiento, todos los que nos hemos sumado a esta bendita locura no somos más que transmisores de las mismas. Esta es nuestra fortaleza: convicción, indignación y anonimato.»
Y uno que peinaba ya canas y que muchas de ellas las había perdido durante veinte años en la lucha por una sociedad más justa, comenzó a entender que ya nada podría ser lo mismo, ni en mis adentros ni en el mundo que me rodeaba.
Los días fueron transcurriendo y el sistema, el gran padrastro que todo lo gobierna y todo lo manipula, comenzó a salir del letargo que esa explosión social le había provocado, y comenzó a entender dónde estaban sus fortalezas y dónde sus potenciales debilidades.
Lo primero que habría que hacer es materializar esas ideas, que «el verbo se hiciera carne«, porque es muy difícil luchar y destruir un sueño, una abstracción.

Aquel movimiento joven, inaudito, rebelde poco a poco se fue haciendo más tangible, más convencional. Nació Podemos conservando todavía la fuerza irrefrenable que había ocupado calles y plazas. Y paradójicamente, ese fue el comienzo del fin. El sistema iría poco a poco domesticando algo que, en su formato inicial, no era domesticable.
Pocos vieron en Vistalegre II el comienzo del fin, porque, lejos de lo que muchos entendieron como el enfrentamiento de dos líderes, lo que se produjo allí fue la lucha de dos concepciones que enfrentaban en sus modelos de organización mayor concentración del poder o, por el contrario, mayor diversificación del mismo. Esta fue la auténtica batalla, a la que como suele ser normal, inmediatamente se les puso NOMBRES, empobreciéndola hasta el infinito. Ganaron los primeros y el Sistema, ese padrastro que todo los puede y lo manipula, comenzó a sonreír, porque finalmente tendrían la foto de un líder, de alguien sobre el que hacer caer el peso de las ideas, por fin las mortalizarían, las domesticarían y las harían vulnerables. Ahora ya sólo tendrían que hacer dos cosas: encumbrarlo y destruirlo. El resto de la historia ya la conocen.

No creo en líderes, sólo creí en uno, porque nunca intentó serlo, porque fue tan grande en su humildad que dejó que su nombre se difuminara tras una palabra, repetida tres veces: programa, programa, programa (ideas, ideas, ideas) por encima de todo y de todos.
Juan Jurado.
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