
Hace ya 22 años del asesinato de Rocío Wanninkhof, ese que desató uno de los mayores escándalos judiciales perpetrados en este país: la condena de una inocente por un crimen que no había cometido. Una acusación primero y una condena después que se produjeron en contra de todas las evidencias que la exculpaban, incluida una coartada con la que contaba la acusada para el momento del crimen. Aquella condena fue posible porque sobre la verdadera Dolores Vázquez se construyó un personaje irreal pero efectivo basado en todos los estereotipos negativos asociados históricamente a la lesbiana perversa. Estereotipos que funcionaron perfectamente en aquel momento y que llevaron a que la policía detuviera, la fiscalía acusara y el jurado condenara a una mujer inocente, sin ninguna prueba de culpabilidad. Durante muchos años, la lesbofobia social, institucional y mediática que permitió aquel dislate ha sido el tema sobre el que ha girado todo lo que tenía que ver con el asesinato de Rocío Wanninkhof y fue también el argumento del libro que escribí en el año 2008 y que titulé: La construcción de la lesbiana perversa.
Sin embargo, ahora la guionista y directora Tania Balló, ya conocida por Las sinsombrero entre otros trabajos, aporta una nueva mirada sobre el caso, una mirada imprescindible y plenamente actual, que podremos ver a partir del día 23 en el documental que estrenó Netflix y cuyo título lo dice todo: El caso Wanninkhof-Carabantes. Efectivamente, si hace 22 años del asesinato de Rocío Wanninkhof, hace 18 del de Rocío Carabantes, una joven de 15 años estrangulada en el pueblo de Coín por el mismo asesino que acabó con la vida de Rocío. La película de Balló no se centra en Dolores Vázquez y la lesbofobia, sino que pone el foco en otras protagonistas a las que hasta ahora hemos ignorado. Balló nos recuerda que el asesino de Rocío Wanninkhof asesinó a otra chica, Sonia Carabantes, y nos traslada también hasta el Reino Unido, donde el asesino fue, antes de venir a España, un delincuente sexual conocido como «el estrangulador de Holloway» que dejó tras sí un reguero de víctimas.



El caso ha pasado a la historia por la lesbofobia y la condena de una inocente. Las pesquisas policiales abandonaron la mucho más plausible teoría de que el asesinato de Rocío Wanninkhof era un crimen sexual, por la muy improbable teoría de que era un crimen «pasional» cometido por una lesbiana despechada cuya relación con la madre de Rocío había acabado casi cuatro años antes. El hecho de centrarse en la lesbiana les hizo abandonar al delincuente sexual y eso permitió que este siguiera matando. Así pues, la víctima que salió peor parada (con todo) del error judicial fue Sonia Carabantes, que no hubiera muerto si la policía hubiera buscado a un asesino del que, además, Scotland Yard había advertido a la policía española y definido como «un peligro potencial para las mujeres en España«. La policía sabía que estaba en la zona y en el cadáver de Rocío Wanninkhof se encontró una colilla con muestras de ADN, nadie se molestó en cotejarlas con las del delincuente sexual.
Lo cierto es que Tony King era en realidad Tony Bromwich, conocid
Al revisar el caso en 2021 nuestra mirada no es la misma que en 1999 y hoy nada puede opacar que estamos ante un asesino machista que ha dejado un reguero de víctimas a lo largo de su vida. Víctimas que no estuvieron
Beatriz Gimeno
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