El Liquidador

Si tantos relatos comienzan con “ un buen día”, este, los míos son así, no quiere adjetivos:

Un día era yo frente a un edificio blanco.

Ella tocó mi ropa, o eso creyó: una zozobra, un desliz. El guion nunca falla: un tropiezo fingido es la manera de que sigan mirándome, de que se interesen. Entramos en el VIP`s.

Pedí una hamburguesa blanca. No para mí, para ella. Vi la voracidad de una yegua sin control, sin mirarme, mientras yo consumía una cerveza observando los dientes ennegrecidos de su imparable mandíbula. Aún le quedaban ganas de una horchata, bebió, bebió como una ruidosa camella, hasta los clientes se giraron a nosotros.

Cuando consiguió que  nos echaran aseguró que sus primeros chutes de heroína se debieron a un desajuste hormonal. Los míos, le dije, a uno neuronal.

En el hotel donde su papá la mantiene recluida no le falta de nada, me dice, solamente que el cielo algunas mañanas no era el azul que sus pupilas esperaban. Entonces venía el desorden, la escapada por sótanos y pasillos del parking, las andadas a toda prisa hasta algunos portales y ventanas bajas de Malasaña, y entre dos coches aparcados el émbolo la devolvía a la normalidad sin matices, Por mi parte, a la imbécil no se le ocurrió mejor idea que preguntarme por aquello del desajuste neuronal, tras reírse y golpearme con un tufo de lo más parecido al aliento de un perro enfermo, un ascazo. Y por esto de los golpes, quise aplastar contra el suelo su repugnante cara de niñata malcriada. Sin embargo siempre me impone la sensatez en mi trabajo mientras caliento la cucharilla, respiro hondo, por una vez miro el cadáver ilusionado de sus ojos a la espera del pico que le regalo, los ojos de quien ha visto el amanecer del mundo.

En este banco de un parquecillo sin historia desde el que vemos la Torre de Madrid que me hace tararear un clásico tema de Azul y Negro, la observo inocularse la heroína de más alta pureza que haya conocido en el transcurso de su existencia, posiblemente caiga de golpe su cabecita en mi pierna para el sueño definitivo, imagínese un jilguero al que pincharan una ampolla de cianuro, es la mejor imagen. Si me venciera el sentimentalismo, darían ganas de cantarle una nana, pero en mi caso ni hay ganas ni tiempo. En mi caso es telefonear al asistente de su papá por número oculto e informarle en código cifrado de que las molestias se acabaron para siempre jamás, innecesario decirle que el flamante Consejero de la Comunidad puede respirar tranquilo, que el asunto se está gestionando con la limpieza y discreción prometidas. El coche me espera arriba, junto frente al antiguo y afamado restaurante Juan de Alzate, curiosas las carambolas de la vida…Yo pateaba de hambre al lado de sus aromáticos fogones hace más de treinta años, volviendo de la Facultad de Periodismo en la Complutense, temblando de hambre y frío.

 

La piltrafa tuvo la ocurrencia de contarme acerca de su primer curso en la misma Facultad, un par de crónicas en no sé cuál periodicucho de distrito, en no qué web de moda y literatura, y como siempre una conversación de viernes noche con unas amistades tan nuevas y modernas como equivocadas… menos mal que queda papá, y papá (  a quien nunca conoceré ni quiero ni debo, es con su asistente y asesor personal con quien gestiono los detalles de la operación, creo haber dicho ) hace lo que puede con esta patata caliente, a la que ni psiquiatras ni Proyecto Hombre consiguen apaciguar, así como clínicas suizas incapaces de garantizar su recuperación integral. Y dejémonos de tonterías y sentimentalismos cuando su nombramiento para ministro está al caer con la más que certera y merecida victoria de un tal Feijóo en las generales del próximo mes, así se lo vienen asegurando expertos de salón y macroencuestas. De modo, comprendan, que la carga de esta piltrafa de entre 45/50 kilos se hace más que insoportable, una rémora que ni el Partido ni la opinión pública perdonará.

( Y aquí me veo y me ven, de aprendiz de periodista a liquidador, tras frustrantes pinitos de actor en miniseries donde no tardaron en señalarme la puerta de salida )

Solo se me ocurre, como sucede en estos casos, dejar estas líneas sobre el banco del parquecillo que mira a la Torre de Madrid al Cielo, al cielo de Ayuso. Espero que haya otro cielo para acoger a esta clase de detritus, por lo pronto lo recogerán los agentes cuando el juez proceda al levantamiento tras el informe del perito forense. Yo estaré asistiendo a distancia al desarrollo de esta y otras maniobras de finalización.

Liquidación por Reformas es el nombre de mi empresa, se lo debo al señor Villarejo, nombre y cualificadísima plantilla de voluntarios por la Nación y la Decencia. Y no, no me faltan encargos para este y otros asuntos de similar cariz. Quien me necesita sabe cómo encontrarme.

Chema D. Garrido.

Sobre Chema D. Garrido 4 artículos
Periodista en Mundo Obrero, ABC de Sevilla y una televisión autonómica). En el afán literario, cuatro hijos de papel ( Una biografía, dos libros de relatos y una novela ). En Digital ( Amazon ), tres novelas, a saber: LOS ÁNGELES GITANOS, ESCRITO DE ARENA, LA HOGUERA FINAL.

1 comentario

  1. Un relato intrigante y directo. Me recuerda a esas series americanas de detectives en decadencia, cuando son contratados para un trabajo sórdido y lo desempeñan con oficio y con esa desgana del que ya no tiene nada que perder

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