El nuevo fascismo

 

 

Para los apologistas del capitalismo es usual entender el fascismo como un orden social completamente extraño al sistema, algo así como un suceso desafortunado que apareció como resultado de la profunda crisis de la democracia burguesa. Pero no es necesario ir demasiado lejos para constatar que el fascismo es tan solo una forma más del orden capitalista, una fórmula a la cual la burguesía echa mano cuando su sistema se precipita en una crisis profunda que pone en riesgo su propia supervivencia. Quienes tienen el poder real deciden si en determinadas coyunturas es más conveniente mantener el orden democrático burgués o por el contrario es indispensable ejercer la más dura dictadura posible.

Hitler, Mussolini o Franco no llegan al gobierno porque hayan tenido un respaldo masivo de la población sino porque en ciertas situaciones críticas fueron la única solución para la burguesía de sus respectivos países. Hitler solo tenía poco más del 30% de los votos pero ante la profunda división de la izquierda alemana y de los sectores liberales democráticos el poder real (la banca, la gran industria, etc.) se decantó por el nazismo. No menos cierto es el triunfo del fascismo en otros países ni tampoco se debe olvidar que esa fórmula tenía apoyos nada desdeñables en las llamadas democracias que luego conformarían el frente de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. En el Reino Unido, por ejemplo, fue inocultable que el sucesor al trono real era abierto partidario del nazismo y en los Estados Unidos las huestes del KKK que funcionaban sin ninguna limitación no eran la única fuerza del fascismo. El propio Henry Ford, símbolo del capitalismo moderno visitó a Hitler y escribió dos libros de apología a su sistema de gobierno. No fueron pocos los empresarios del llamado mundo “democrático” que veían al régimen nazi como una alternativa muy útil para combatir el comunismo. La tardanza en apoyar a la URSS -enfrentada a los nazis-  se ha interpretado siempre como un cálculo de las potencias de Occidente que esperaban la derrota de Stalin para luego llegar a acuerdos con Hitler y conseguir una nueva repartición del planeta; a fin de cuentas ellos eran todos capitalistas y la Segunda Guerra se desató (tanto como la Primera) por la pugna entre potencias capitalistas por repartirse el mundo.

Desde esta perspectiva la pregunta es entonces: Si como predicen ahora los más pesimistas ¿el mundo caerá en una profunda crisis y de nuevo el fascismo será la fórmula salvadora del gran capital? En Estados Unidos el movimiento de Trump no es un asunto menor; tampoco lo es el avance de la ultraderecha en Europa y menos aún la actuación abiertamente golpista de la derecha criolla en Latinoamérica y el Caribe. Pero, por el momento, en los centros de pensamiento del orden burgués parece mayoritaria la opinión optimista que sostiene que a pesar de un cierto desajuste económico las cosas no desembocarán en esa catástrofe que algunos pronostican. Si es así, el fascismo que hoy renace en el mundo entero tendría que esperar a una mejor ocasión; pero siempre les queda la esperanza de los cambios bruscos, las situaciones inesperadas y los acontecimientos no previstos que daría de nuevo al fascismo el ascenso al gobierno. Una nueva guerra mundial podría ser esa esperada oportunidad.

El fascismo de hoy tiene muchas características similares al tradicional. Hoy como ayer, en sus filas no aparece directamente la gran burguesía sino ciertos estamentos de pequeños y medianos propietarios, grupos de marginales y lumpen, así como algunos sectores de asalariados muy afectados por la crisis económica. Tampoco faltan ciertos funcionarios y empleados del comercio y los servicios y, como en Alemania en aquel entonces, el eterno “tendero del barrio” que odia al proletariado y se siente realizado con su uniforme paramilitar, su arma y su poder de abusar del más débil. La ideología del nuevo fascismo sigue siendo la misma en lo fundamental aunque cambien ciertos elementos. Ayer las “razas inferiores” a exterminar eran los judíos, los gitanos, las minorías étnicas o los minusválidos, no menos que comunistas, socialistas, pensadores liberales, artistas e intelectuales críticos. Hoy el objetivo es el inmigrante, sobre todo si no es “blanco” así como el demócrata, el sindicalista, el pensador no convencional y todos y cada uno de los que participan en movimientos que según ellos afectan la civilización cristiana y occidental, que defienden los derechos de la mujer, de las minorías, las opciones diversas de género, ecologistas, y en general todo aquel que en su opinión es un riesgo porque fomenta el pensamiento crítico. El nuevo fascismo –fiel a su naturaleza- apoya básicamente el actual orden económico neoliberal; en realidad no cuestionan el capitalismo en nada importante; solo proponen cambios menores, medidas de corte demagógico y diversas formas del llamado populismo que suenan bien en los oídos de muchas gentes afectadas por la crisis económica y por el profundo desprestigio de las instituciones tradicionales; son promesas de cambio demagógicas que serán olvidadas en cuanto el fascismo llega al gobierno.

Los golpes de Estado en la actualidad se han convertido en una de las formas del nuevo fascismo, aunque sin mayor éxito, hasta ahora. Ejemplo de ello, el asalto a los parlamentos de Estados Unidos y Brasil, han fracasado; un ataque similar a las instituciones alemanas (también sin éxito), el desmonte de ciertas instituciones tradicionales que consagran derechos de la ciudadanía (en Polonia o Hungría, por ejemplo), el golpe de la derecha y las fuerzas abiertamente nazis en Ucrania al gobierno pro-ruso, que resultó exitoso de momento pero ha desembocado en el actual conflicto bélico (de impredecibles consecuencias).  Se podría pensar que por ahora el nuevo fascismo ha calculado mal. Sin embargo, y a pesar de sus fracasos relativos, la extrema derecha ha demostrado que cuenta con apoyos importantes en ciertas instituciones (militares, policías, cuerpos de seguridad y sectores del funcionariado no menos que sectores del gran capital). Son apoyos importantes sí, pero aún insuficientes. Tampoco son escasos los grandes empresarios que les alientan y financian y esa suerte de tolerancia calculada de muchos medios masivos de comunicación que aunque no les apoyan abiertamente tampoco les combaten ni les señalan como enemigos de la democracia.

En un escenario de tantas incertidumbres parece sensato entonces adelantar grandes campañas pedagógicas para aclarar a las mayorías sociales los verdaderos contenidos del mensaje fascista. Si se consigue avanzar hacia un escenario diferente aislando a la derecha extrema mediante una movilización social vigorosa es posible no solo reducir su presencia parlamentaria sino –sobre todo- recuperar el terreno social mediante el trabajo político y cultural de la izquierda y las fuerzas progresistas. Es pues una tarea primordial de los partidos políticos de la izquierda pero igualmente de muchas formas de organización popular, que son, en última instancia el principal sustento para conseguir una salida alternativa.

Juan Diego García

3 comentarios

  1. Buen artículo, pero una matización, no dejemos solo a la izquierda la labor pedagógica de luchar contra el fascismo; si queremos ser eficientes, se necesita que la derecha con convicciones democráticas, también lo haga, si no, no se conseguirá nunca.

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