El Rodeo necesario (parte XI) Mujeres en negro

Fatine no dejaba de sorprenderme. Aquella primera sesión bereber antes de bajar a cenar, fue realmente apasionada y a ambos nos dejó con ganas de más.

 

Marruecos se caracteriza por pequeños detalles: olores, colores y sabores, de los que solamente pueden llegar a sorprender al viajero que pisa sus tierras. Uno de los mundos; el culinario, es de los más impresionantes. En concreto, el punto que le dieron al cordero asado de aquella noche fue para nota. Cenamos con profusión, y tomamos de postre unos pastelillos de hojaldre y miel, parecidos a los pestiños de Sierra Morena en su arranque sevillano. Tomamos té de menta y fumamos una pipa de agua que nos prepararon con tabacos afrutados, y sin duda, algún aliño sugerido por mi pareja.

 

Del resto sólo debo contar que el placer de Fatine se volvió dependiente y encadenado al mío de manera extraordinaria, y que una vez más la llamada del muecín una hora y media antes de la salida del sol, confundió su canto con los gemidos de mi entregada compañera.

 

Contábamos con al menos veinticuatro horas de ventaja sobre aquellos que, enviados aún no sabíamos por quién aunque sí teníamos claro para qué, estarían echándose la culpa entre ellos de que nos hubiéramos esfumado en sus narices.

 

Me despertaron los besos de Fatine sobre las 10 de la mañana. Tendida sobre mí, su pubis suave comenzó una danza que no hizo esperar mi respuesta, y antes de que continuase tuve que pedirle con toda la delicadeza de la que fui capaz.

 

–No podemos demorarnos mucho cariño, te recuerdo que estamos viviendo en peligro.

 

–No te preocupes –Me respondió entre los primeros jadeos– serán quince minutos que no olvidarás fácilmente.

 

Habiamos vuelto a Tánger para coger la A2 en dirección a Nador. Teníamos algo más de 400 km por delante y con paradas entre seis y siete. Mi plan era atrasar lo necesario el llegar a destino con la bolsa de Adidas, para antes ver qué se podía hacer con el asunto de la hermana de Jaime. El retraso despistaría a nuestros perseguidores, y nos haría llegar a destino –suponiendo que éste no cambiase en el último momento– por el lugar mas insospechado.

 

Por el camino contacté al móvil de Jaime, y le pedí que buscase una cabina para llamarme desde allí. No era imposible que su móvil estuviera pinchado. Una hora después sonaba el teléfono con una llamada proveniente de España.

 

–Comisario, he hecho lo que me ha pedido. Le llamo desde una cabina fuera de las instalaciones del puerto.

 

–Muy bien Jaime. Explícame ahora lo de la furgoneta.

 

–Ya se lo dije ayer. En un par de semanas pasarán por aquí con una furgoneta cargada de polen de hachís.

 

–¿Sabes la marca, modelo y color?

 

–Sé que es un furgón Peugeot Expert acristalada y con los cristales tintados. Está pintada de azul oscuro, y tiene baca. La traerán cargada de bultos y tapada con la típica lona azul, como si la de una familia viajando camino de Francia se tratase.

 

–¿De qué conoces a esta gente?

 

Se hizo el silencio. Supe que Jaime no se atrevía a explicarme ni el nexo, ni su antigüedad. Estas redes te van liando muy poco a poco: primero con un pequeño soborno, a cualquier guardia joven le vienen bien mil o dos mil euros. Luego la cosa ya se va complicando, y al final eres suyo por cualquiera de los medios a su alcance.

 

–No te preocupes Jaime, eso ahora no es muy importante. Cuando esta noche salgas del turno vuelve a llamarme, estaremos cerca de la zona y, entonces necesitaré datos claros y certeros. ¿Quieres que te ayude verdad?

 

–Por supuesto comisario. Es que no es fácil.

 

–Lo sé Jaime. Te repito que no te preocupes, que me pongo en tu lugar. A la noche hablamos.

 

Fatiné reservó alojamiento en Taourath, a muy pocos kilómetros de Nador. Me hacía dos preguntas mientras conducía aquel Opel Corsa: ¿Qué sorpresas me tenía Jaime preparadas en su llamada? Y la segunda, ¿Qué sorpresas me tendría reservadas aquella noche la dulce Fatine? En muy poco tiempo todo me sería desvelado.

 

 

 

Víctor González

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