Envidia

Después de estos días de caceroladas y manifestaciones con gritos exaltados, banderas y proclamas a la libertad yo me acuerdo de ella y de tantas y tantas personas que viven en una sociedad estructuralmente desigual e injusta.
La mayoría de las que conozco, mujeres.

CULPABLE DE ESTAR EMPOBRECIDA

-Me siento muy mala persona, María.
-Y eso ¿por qué? digo yo sorprendida.
– Porque tengo envidia.
– ¿De qué tienes envidia, X?
Tengo envidia de mis amigas o conocidas que siendo de mi misma edad y estudios no tienen que acudir a los Servicios Sociales porque pueden pagarse cuidadoras para sus padres.
Tengo envidia de las que no tienen que lidiar con el del Banco con respecto a la hipoteca y sentirse ninguneadas y maltratadas en cada demora del pago.
Tengo envidia de ellas que pueden comprarse ropa, ir de viaje y comer en restaurantes.
Tengo envidia de las mujeres que tienen una vida más cómoda, confortable, que no han de mirar el recibo de la luz con susto y que no necesitan mendigar su pago a una trabajadora social cansada de tanta demanda.

Tengo envidia de las personas que tienen un trabajo y les gusta. Qué orgullo, pienso.
Yo, a mi edad, después de casi siete años desempleada, con una formación no actualizada y cuidando de mi madre dependiente y de dos hijos adolescentes, separada y sin ingresos regulares más allá de la pensión de viudedad materna, ya no tengo la más mínima oportunidad de volver al mercado laboral.
Tengo envidia de la gente que tiene pareja y es feliz, de las mujeres que tienen un hombro en el que apoyarse, un hombre que las quiera y que esté a su lado. Incluso, te digo más, tengo mucha envida, y esto me cuesta reconocerlo, de esas con un marido «proveedor» a la antigua usanza, yo que pertenecí toda mi juventud a un partido de izquierdas; quién me iba a decir que clamaría por un hombre rico a mi lado.

Y, sobre todo, y de verdad tengo envidia, mucha envidia, cuando voy al supermercado con la calculadora, sin poder pasarme ni cincuenta céntimos del presupuesto y delante de mí en la cola hay un carro grande, hermoso, lleno de alimentos que hace años que ni pruebo.
Ahí tengo mucha, muchísima envidia.
Soy envidiosa y me siento muy culpable por serlo.
Y además tengo pena de mis hijos y de no poder darles nada de lo que necesitan. Ya no les doy ni alegría, que siempre he tenido a paletadas.

Escucho atenta, sin poder volcarle todas las teorías y soflamas políticas y sociales que conozco acerca del empobrecimiento económico, las desigualdades estructurales, el capitalismo salvaje y los mandatos de género, le acerco mi mano y me la acepta, acordándome de tantos y tantos indecentes.

Indecentes que no quieren reconocer sus privilegios de clase y además y con todo niegan la justicia social llamándola «paguita».

María Sabroso

Sobre María Sabroso 123 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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