EUROPA, UNA FORTALEZA SOBRE LAS RUINAS

Estos días, en Madrid podemos visitar una exposición sobre el muro de Berlín. Consiguieron reunir en la muestra piezas muy valiosas. Para mí, lo más sobrecogedor fue ver una blusa y un reloj del bombardeo estadounidense de Hiroshima y Nagasaki, la única vez en la civilización en la que un país ha lanzado bombas nucleares sobre población civil, dejando decenas de miles de muertos al instante, y otros tantos que irían muriendo de forma agónica meses y años más tarde). La expo, además, tiene un sesgo ideológico muy marcado, ya que, cada vez que puede, mete en los comentarios sobre el lado oriental del muro alemán la cuña de “aquí, el paraíso comunista” (solo falta que en el audio salgan voces de cuñados riéndose de fondo).
Cualquiera que haya leído un poco, podría llegar a la conclusión de que, al fin y al cabo, entre la explotación del hombre por el hombre o la explotación del hombre por el Estado no había tanta diferencia… pero nuestra identidad (del mundo libre, la democracia occidental, los buenos) se refuerza con la ridiculización del otro.
Eso sí, cuando hablaban de las bombas atómicas (que causaron más de 200.000 muertos por acción directa de las explosiones, tres meses después de que Hitler hubiera sido derrotado) no encontré ninguna referencia a que aquello era la bienvenida, con fuegos artificiales, daños colaterales, cohetes y luces (como acostumbra el neoliberalismo), a “la libertad”.
El caso es que, tras esa pelea entre el capitalismo liberal y el capitalismo de Estado, el famoso muro cayó. Y nadie habla (qué digo hablar… ¡siquiera conocer!) de que, tras la llegada del “final de la Historia”, con su promesa de crecimiento infinito y prosperidad eterna, Europa ha levantado más de 1.000 km de muros en 35 años, el equivalente a seis muros de Berlín. Por su parte, la OTAN, el brazo armado de EEUU, se ha ampliado hasta seis veces para levantar su muro de odio incumpliendo sus propias promesas (hasta 1.300 km más solo el último año).
La gran utopía, al final, era imaginarse un mundo sin muros (qué raro… nada de esto encontré en aquella expo. Sin duda, todo aquel relato se hubiera desmoronado tan solo con un último cartel explicativo).
Uno piensa en esta Europa fortaleza y ve un territorio ciertamente extenso… pero ¿qué tesoro hay dentro para que esté tan fortificado? En realidad, no mucho. No hay grandes reservas de petróleo, ni de coltán, ni de litio… No hay una industria especialmente competitiva… Ni siquiera una agricultura sostenible, ya que el mercado y los fondos buitre (que todo lo que tocan lo convierten en oro para ellos y en miseria para los demás) consiguen que sea un negocio ruinoso y en proceso de abandono.
Lo que hay más bien son los restos del mundo colonizador, que, al igual que hizo el imperio español con América (a quien saqueó y pulverizó sus civilizaciones indígenas para fundirse todo el oro en menos de dos siglos y pasar en tiempo récord de ser el imperio donde nunca se ponía el sol a una de las regiones más pobres de Europa Occidental) ha pasado, de manejar al resto del mundo a su antojo, a ver cómo su influencia mundial se ha ido debilitando hasta casi la irrelevancia.
Para lo que sirven los muros en el viejo continente es básicamente para que no venga nadie al “seguro hogar europeo”. Nadie de las riquísimas tierras que la propia Europa esquilmó durante siglos, a través de la esclavitud o generando guerras, vendiendo armamento que aún se sigue pagando con la sangre de los pueblos africanos.
El seguidismo sin escrúpulos a EEUU nos ha llevado mil veces a la guerra por cada rincón del mundo. Y, para evitar que cientos de miles de refugiados sirios lleguen a Europa, el muro en esta zona es Turquía, a quien se le pagan miles de millones de euros cada año para que mantenga en campos de refugiados a decenas de miles de personas que lo perdieron todo.
Por el flanco que quedaba, EEUU nos empujó al enfrentamiento con Rusia. ¿Era necesario? Para EEUU y su guerra contra China, sí. Pero para Europa, Rusia era la puerta principal al desarrollo. El principal apoyo alemán, con quien intercambiaba tecnología por recursos naturales que permitían avanzar a la locomotora europea.
EEUU, Gran Bretaña y la UE promovieron en 2013 un golpe de Estado proeuropeísta en Ucrania para desestabilizar a Rusia (y, de paso, a Europa). El triunfo del golpe provocó el levantamiento de la región de Donbass, prorrusa, que costó casi 14.000 muertos. Diez años después, la invasión rusa de esa región ucraniana ha vuelto a llevar la guerra dentro de Europa, como ya hiciera en 1999 para repartirse en el mercado común los restos de Yugoslavia, mientras para los yugoslavos les tocaba lidiar con las peores escenas de miseria y brutalidad.
Los efectos de la guerra, así como las sanciones que supuestamente asfixiarían a Putin, han traído la ruina económica a Europa (ya afirmó Biden sobre su colonia europea: “si tengo que sacrificar Europa, lo haré”. Y lo cumplió, como cuando aseguró que destruiría los gasoductos Nord Stream que conectaban Alemania y Rusia y alimentaban a la industria europea). La industria alemana se ha ido desplazando ¡a EEUU! para tratar de sobrevivir, y muchas empresas han comenzado a cerrar por no poder afrontar los costes del gas licuado que viene de EEUU y ha conseguido estabilizar su arruinada economía.
Todo esto por no ser capaces de conformar un sujeto político propio y plantarse frente al belicismo estadounidense que solo sabe mirar por sus intereses. Justo antes de la guerra ruso-ucraniana, Europa iba a pactar un acuerdo vital con China, cuya economía es sin duda alguna la predominante en el planeta, y cuya hegemonía a todos los niveles tampoco plantea dudas, a pesar de no haber invadido a nadie. EEUU, de nuevo, y haciendo lo que mejor sabe hacer, nos empujó a la guerra para cortar ese acuerdo intolerable de su colonia.
La OTAN, cuyos principios fundacionales tenían el lema de mantener “a los rusos fuera, a los americanos dentro, y a los alemanes, debajo” ha conseguido poner en marcha la campaña una militarización total, promoviendo un gasto militar jamás conocido antes en nuestros países sin encontrar la mínima oposición ni en los congresos ni en las calles. En los parlamentos se ridiculiza a quien se opone al auge belicista tildándole como “buenismo”, cuando no se infantiliza a quien no quiere un mundo arsenal y cuartel, en constante peligro de guerra nuclear.
En la calle, la maquinaria mediática logra que entre nosotros nos contestemos con consignas como que Putin no va a parar hasta conquistar Europa entera, demostrando que el desconocimiento sobre la geopolítica es tan absoluto como el negocio que promueve. Para colmo, este año habrá elecciones al Parlamento Europeo, y todo apunta a que en cada país ganará la extrema derecha.
Lo que pasa es que todo militar necesita enemigos, y las bombas no se hacen para no explotar. El capitalismo necesita de las guerras para su subsistencia como los fabricantes de abrigos necesitan del invierno. Eso sí, las guerras molan cuando suceden lejos (nos lucramos con ellas vendiendo armas y tecnología, a la par que nos lavamos la conciencia dando unos euros a una ONG)… pero cuando ves que el que manda ha decidido que te toca a ti la próxima guerra del tablero del Risk, ya no mola tanto.
Esta Europa que nos vendieron como la mejor imagen de la globalización, del capitalismo con rostro humano, del Estado del Bienestar, la libre circulación (solo de los hombres libres, claro) y el Premio Nobel de la Paz volverá a ser un campo de batalla, pero esta vez rodeada de cementerios. Por el sur y hasta las costas griegas, la fosa común del Mediterráneo (que alberga 28.000 cadáveres en la última década, 2.000 de ellos el año pasado). Siguiendo hacia arriba, el agujero negro del desierto turco, esa gran prisión a cielo abierto para los refugiados sirios que tapona su acceso a Europa. Después, Ucrania, con sus 31.000 soldados muertos recién declarados y su ansia por conseguir más armas para seguir gastando en un día las municiones que Europa puede producir en un mes por no haber conseguido, tampoco, quitarse de sus manos la tutela estadounidense y acordar diplomáticamente una resolución pacífica del conflicto el primer día de la guerra.
Sin olvidar el genocidio palestino que comete Israel a las puertas de Europa, una brutalidad solo comparable con las salvajadas nazis. O la brutalidad vista hace solo unos meses en Nagorno-Karabaj, siempre con la misma excusa antiterrorista para abrirle paso a la limpieza étnica. Tras llevar la guerra hasta el último rincón del mundo, a EEUU ya solo le queda el último manjar para los belicistas: ver cómo Europa entra en la guerra definitiva.
Ya son muchas las voces que, ante la pasividad general, están considerando inevitable el enfrentamiento entre Rusia y la OTAN con Europa como campo de batalla, idea que hace frotarse las manos a EEUU, que verá el espectáculo por televisión mientras utiliza la miseria ajena, de nuevo, para recuperar su economía. Es imposible imaginarse un mundo en paz yendo de la mano de quien vive de la guerra.
Si no nos levantamos contra este capitalismo de guerra (que ha traído dos contiendas mundiales en poco más de un siglo y lleva la guerra hasta el último rincón al que llegan sus tentáculos) estamos condenados a vivir entre escombros y haciendo cola para ir a comprar pan, como estamos viendo ya en medio mundo. Y en nuestro caso, será con la sonrisa de haber llegado a esa miseria tras haber hecho “lo correcto”. Eso sí, bien rodeados de infranqueables muros, para que nadie pueda entrar a ver tanta podredumbre. Quizá entonces no se pueda distinguir entre los restos pegados a la valla si las zapatillas o la camiseta eran de alguien que quería llegar o que pretendía huir.
Igor del Barrio.
(La impactante fotografía que acompaña al texto es del fotoperiodista Jesús Blasco Avellaneda)
Sobre Igor del Barrio 34 artículos
Periodista. Bloguero.Escritor

2 comentarios

  1. Excelente artículo . Además ahora, los que viven del genocidio israelí, por un lado lanzan paquetes de alimentos en la destruida y hambrienta Gaza y por el otro mandan a los sionistas nazis del estado de israel las armas que necesitan para continuar el exterminio. Solo me queda cantar a los EEUU de América, aquella bonita canción que cantabamos a los curas salesianos santanderinos,cuando nos llevaban de paseo:
    !Que buenos son los americanos , que buenos son que nos llevan de excursión. Que somos pequeñitos y no nos damos cuenta del bien que nos hacen a nuestra educación!.

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