
Traemos hoy la crítica a la serie presentada por Neflix, a principios de Mayo, Hollywood, por el veterano Rayan Murphy . Son siete capítulos que se prestan a atracón. Si los ven seguidos, cosa aconsejable, les costará digerirlos más tiempo, se lo aviso. La puesta en escena es deslumbradora con un vestuario, maquillaje, creación de lugares comunes de la meca del cine justo en su época dorada, los años cuarenta. Hay fallos de guión que nos desalientan un poco, esa esposa del protagonista que no se entiende bien su trayectoria, algunos personajes no demasiado enjundiados, como cogidos con pinzas. También el mensaje un tanto edulcorado por el american way of life que las series americanas nos tienen acostumbradas. Defectos que se desdibujan por el todo de la obra completa que es más que aceptable. Y hermosa de ver.
Si les digo que les costará asimilar el contenido, se debe a la amarga sensación de haber contemplado una falacia de la que sabemos que la realidad fue mucho más dura y no tuvo finales felices. Hollywood mezcla realidad, en unos personajes conocidos, películas y hechos, con la fantasía hermosa del “que hubiera podido ser si las cosas hubieran sido diferentes ” Ahí es donde se nos tuerce el estómago. La hipocresía de una industria y una sociedad cohibida y encadenada al código Hays, y a la caza brujas del senador MacCarthy se contrapone a una realidad donde la prostitución, el proxenetismos, las fiestas liberadoras en las que las estrellas daban rienda suelta a “sus perversiones” son tan esclarecedoras que nos dejan sin aliento. El magnífico personaje interpretado por Dylan McDermott (de lo mejor de la serie) lo explica muy bien en una escena, cuando recrimina al chico heterosexual que no quiere prostituirse con hombres, de la necesidad de los homosexuales de amor, de sentirse abrazados, de coger de la mano, de tener sexo en un ambiente seguro…que tristemente solo pueden tener bajo el patrocinio del dinero o de las casas neutrales de los amigos, como la del director George Cukor en su aquelárricas fiestas dominicales (que fueron reales)
Se nos agria el gesto al comprobar que se tolera (aunque mal y siempre con la posibilidad de ser detenidos quebrando la carrera para siempre) el sexo esporádico, comprado y hasta perverso pero no el amor. Como lo expresa el dulce y tosco personaje de Rock Hundson (Jake Picking) cuando confiesa su amor y el deseo de vivir un emparejamiento normal con el guionista Archie (Jeremy Pope) Esa realidad dura, junto con el racismo abierto, visceral que nos hiere los ojos ante la crudeza y la xenofobia transversal , hasta el punto de prohibir por ley, según el Código Hays, vigente entonces, el mestizaje. Son escenas que se desarrollan de forma deslumbrante por la belleza, el cuidado vestuario, maquillaje, iluminación…quizá por eso mismo nos dejan exhaustas ante la crudeza. Dolor, dolor y un sentimiento de injusticia tan agudo, máxime cuando sabemos que la realidad fue mucho peor, y que la serie transforma con los giros de guión utópicos . Que las relaciones homosexuales tardaron más de cuarenta años en legalizarse y ¿normalizarse? Que sigue siendo peligros que dos hombres o dos mujeres caminen de la mano o se intercambien muestras de amor por las ciudades. Que hasta 2002 con Halley Berry, ninguna actriz negra recibió un Óscar a la primera actriz.
Hay una escena especialmente emocionante cuando la enorme (actriz y de tamaño) Queen Latifah, que hace el papel de Hattie McDaniel (la querida Mami de Lo que el Viento se llevó) explica la forma humillante de como recibió ella el Óscar a la actriz secundaria aleccionado a la joven Camille (Laura Harrier) para que ella se imponga. Rompa barreras …
Vemos arder cruces, quemar cocteles Molotov porque en una película se pretende el amor interracial. Y se nos eriza la piel, precisamente ahora que tenemos en las calles personajes que reviven, o quisieran revivir, el horror de aquel tiempo. Como si no hubiéramos progresado nada ni aprendido, tal que estatuas de Sal que miran al terrorífico pasado. Nos aterra comprobar que el tiempo pasó por nosotras, pero no por demasiadas personas que siguen ancladas en fanáticos movimientos que quieren retroceder casi un siglo.
La interpretación es digna en todos, destacando los citados Jim Parsons y Dylan McDermott, así como la enjundia física de los actores que representan a los personajes reales…salvo la pobre, pobrísima personalidad de la que dotan a la actriz que hace de Vivien Leigh, la ya en declive, pero enorme Escarlata O, Hara de Lo que el Viento se Llevó. Salvo eso, todo perfecto en cuanto al casting.
Una serie que se ve, que deja poso, aún admitiendo los fallos consignados y que supone un revulsivo ante una realidad que quizá hemos obviado antes de tiempo.
María Toca©
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