
Su solo nombre produce desasosiego. Sin pronunciar mucho más que sus apellidos, Díaz Ayuso, nos recorre por el cuerpo un escalofrío. Cierto que a la gente que vive en Madrid más, pero a poco que pensemos, a todas nos perturba su inoperancia porque los virus no tienen fronteras ni muros que los contengan y si una ciudad como Madrid está en desbandada el resto temblamos.
No quiero cargar las tintas sobre el personaje patético, casi diría de guiñol macabro de la pobre Isabel. Ayuso no es un fin, es solo un síntoma de esta clase política que nos afecta y siento que no merecemos.
He referido la anécdota que sigue más veces porque es síntoma perfecto de lo que ocurre entre la clase política. Tengo una amiga abogada que un día refiriéndose a una antigua compañera de carrera me dijo que todo el mundo en la Facultad sabía que sería política, ante mi pregunta de tal premonición, respondió que era la peor de la clase, muy limitada y vaga. Llegó a consejera de Justicia del Gobierno de Cantabria.
Isabel, se hizo periodista como pudo hacerse peluquera o manicura (sin menoscabo de esas profesiones que me son muy cercanas) luego le pagaron los papás un máster en protocolo posiblemente del mismo tamaño que el de su jefe ese que se consigue en Aravaca o el de Cristinita Cifuentes y ya estaba la chiquilla apuntada al PP, mientras Pablo Casado revolvía las aguas de las Nuevas Generaciones que suele ser el estanque donde se pesca el futuro de los lideres o lideresas. Su arranque fue un poco penoso. Se presentó a las elecciones en 2011 no siendo elegida, cuando al poco tiempo, Engracia Hidalgo, renunció a su escaño entrando en la Asamblea de Madrid. Le cayó en gracia a doña Esperanza Aguirre, experta en ranas como saben, y le propuso llevar el Twitter del perro Pecas, a la sazón mascota de la lideresa todopoderosa de Madrid. Ayuso colmó las redes con los aullidos del can, incluso dando un pésame a la familia de tres fallecidos, hasta que en 2015, consiguió los votos suficientes para tener escaño por propio derecho. A la vez hacía la rosca a Cristina Cifuentes que terminó de auparla. Miren ustedes que padrinazgo más recomendable.
Después del descalabro de la moción de censura, el PP, intuye lo que se le viene encima y celebra unas primarias donde el chavalillo faltón, exponente del pijerío más hortera de la España cañí, Pablo Casado, consigue hacerse con el partido y tiene que hacer criba.
Criba pesada porque al PP le quedaba poco o nada donde elegir, a menos que una sesión de espiritismo nos hiciera olvidar los contumaces delitos de la plana mayor del partido. Entre lo poco que hay, ve a Isabel. Es mona, como él. Es pija, como él. Es deslenguada con el atrevimiento que da la inanidad más absoluta. Solo quien tiene la cabeza vacía es capaz de manifestarse con la estulticia de una mentecata sin pudor. E Isabel, en eso da la talla de lejos. Imagino que el pipiolo no pensaba ganar en las autonómicas de Madrid (como pasó, recordemos que el PP quedó segundo con un 22,23% de votos) y a falta de mejor carta jugó la de Ayuso, sin convencimiento, porque dudo que nadie confiara ni un gramo en semejante ser que solo intercambiando dos palabras se define como lerda total.
La CM es compleja, maneja fondos a discreción y tiene un enorme peso en la política nacional. A Isabel le cayó en las manos algo tan, pero tan intenso que la emborrachó de éxito. Ahí es nada, de hacer chistecillos en Twitter a dirigir la CM.
Con la pandemia vino la hecatombe y vimos al rey desnudo. Quien dice rey dice Isabel. Embriagada por el poder y el aquelarre que conforman los lamebotas del mismo, se exilió con su amor de entonces en el apartamento de Sarasola, con foto de lágrima negra y cara de virgen dolorida y se sintió capaz de derrotar a las huestes del Covid 19. Ella sola, batiéndose contra el rojerío del gobierno de España. Cual Isabel la Católica derrotando moros, la Isabel Ayuso, derrotaría a los covids.
Capital mundial de la pandemia. Gestión errática de principio a fin, con el pifostio del hospital montado y desmontado entre burritos y cañas servidas al personal, ella, la gestora de Pecas, hacía y deshacía hasta la bacanal en que ha desembocado. Y el horror de los Protocolos de la Vergüenza que algún día serán juzgados.
¿Quién ampara a la ciudadanía madrileña y por extensión al resto de españoles/as que mantenemos la respiración ante una locura de este tipo? Nadie. Nadie capaz al volante de una comunidad importante y de una pandemia que nos mata. Claro que Isabel no está capacitada ni para gestionar una jefatura de escalera. Claro que Isabel es lo que parece: tonta hasta límites de escándalo. La pobre no es más que un muñegote dirigido a distancia (corta) por el maquiavélico Miguel Ángel Rodríguez (MAR, para los amigos) Pero no la culpemos solo a ella. Isabel, cual niña regalada, se sintió feliz con el juguetito que papá Casado puso en sus manos. Nada menos que la Comunidad Madrileña. Las responsabilidades deben compartirse. Y más ahora que se acerca el plesbicito.
Por eso tenemos que padecer a Isabel. Síntoma del descredito y de la mediocridad sistémica de una clase política que da pena. Mientras tanto los/a madrileñas soportando con estoicismo pasmado el desastre.
María Toca©
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