La Sagrada Familia

Me he pimplado en dos tardes el “Falcon Crest” pujolesco que deja a los Channing en intrigantes de tercera regional.
Se parece a ”Salvar al rey” en el formato y lo dirige David Trueba. Aparecen y son entrevistados ex presidentes del gobierno, periodistas, fiscales, el abogado defensor del presidente y hasta su segundo hijo varón. El hilo narrativo cronológico en paralelo a las declaraciones de los invitados tiene resabios bíblicos: desde el niño catalán que se siente Mesías cuando sube con su tío a lo alto de un monte y se propone el milagro de la salvación dé Cataluña como empresa vital a la confesión final, digna del San Agustín putero y vividor, solo que en versión “la pela es la pela”. Se adivina en mucho de los participantes la admiración hacia la inteligencia política de Pujol, su memoria todopoderosa, su pragmatismo, su visión de futuro, su don de gentes, su capacidad de trabajo. Pujol sentía que nada se le ponía por delante y llegó a regalarle un San Jordi a Jordi Bush father en La Casa Blanca o a bajarse del helicóptero en el que recorría su amado país catalán para recriminarle a un señor que estaba quemando rastrojos.
Como pasaba en el documental del Borbón muchos reconocen ahora que miraron a otro lado y dejaron que la familia obrara como si fuera una troupe dinástica. La Ferrusola plantaba su césped infame en rotondas y campos de fútbol, sin que se le moviera un pelo del moño de monja seglar. El Nen, Jordi junior, hijo mayor de la saga, es un malo cutre, al que le pirraban los cochazos amarillo nuevo rico y subir a Andorra a dejar bolsas de deporte cargadas de dinero negro. Es el villano soberbio, el que se cree por encima del bien y el mal por su apellido, un pijo arrogante, construido deprisa y mal para la historia por un guionista en horas bajas.
Josep, el hijo que aparece en el documental, es un personajazo. Representa el pragmatismo familiar, ese ser capaz de pactar con cualquiera y criticar a un tiempo aquello que no le cuadra. Da un paso al frente, algo que también hizo su madre cuando se rumoreaba que Pujol tenía una querindonga y ella exigió que en el programa de radio donde daba consejos a la perfecta ama de casa catalana se le diera tiempo para atajar al Ferrusola modo el chisme. Algo que también hizo el padre cuando desoyendo los consejos de su abogado confesó que tenía en el extranjero dinero de una herencia paterna. Josep Pujol ha aprendido en casa que salir a plantar cara duele desarmar al contrario y lo hace, destacando su individualismo, su querencia a los suyos y a la vez su naturaleza de verso suelto. Parece un actor haciendo de empresario duro, un punto autoritario pero dotado de una personalidad magnética y un punto de retranca. El ceño fruncido de su frente ya estaba en las fotos de adolescente y es una señal de “ojo conmigo”. Sabe revolverse y dar sus argumentos si se cuestiona la trastienda económica familiar, contraataca y a la vez se mantiene al margen de los asuntos más turbios, sin despeinarse ni perder los papeles.
Me parece que Pujol fue alguien con un sueño demasiado grande, puso en marcha la construcción de lo que parecía una quimera con su portentosa inteligencia y su carisma. Supo orientar una derecha cristiana que huía del tufo franquista a confesionario, perseguir la dignificación de un sentir colectivo, darle un armazón cultural que solidificara ese malestar de muchos catalanes. Dio vida a una televisión moderna muy alejada del NODO pero apologética a su manera. Sabía que la lengua era un instrumento de construcción identitaria y supo usarla a su favor. Pero, ay, el sueño se corrompe cuando entra en contacto con la tentación, esa manzana corrupta que los suyos probaron con su permiso. Él, que se acordaba en un mitin del nombre de la señora que tenía una mercería en Tarragona, no podía no saber, no podía permitirse no saber lo que se guisaba en su casa.
Esa metáfora del Mesías cate sobrevuela en helicóptero su tierra amada y conocía cada rincón, que oteaba con la mirada fija de un halcón cada centímetro desde lo alto, a medías visionario, a medias patriarca acaba abruptamente cuando los Pujol descienden al plano de la más chusca realidad y se estrellan por méritos propios y se ven asediados por alcachofas de colores de programas del corazón frente a la puerta de un juzgado, en el que no saben dejar de sentirse jefes, padres de una dinastía o, quién lo hubiera dicho en los setenta y ochenta, reyezuelos con el culo pegado al asiento de un trono adictivo.
Patricia Esteban Erlés

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