
Reconozcámoslo, cada elección que no sale lo que pensamos que debe salir nos defrauda y nos hace preguntarnos ¿por qué? No es casual que en medio de la más terrible crisis soportada por nuestro país en estos años anteriores haya ganado por mayoría el PP. Y no, no hay tantos poderosos y ricos en España que votan masivamente a la derecha. Al contrario, muchos de los votantes de esa derecha son gente trabajadora, en paro, depauperada en lo económico y en social. Ocurre lo mismo en Francia donde una vociferante Le Pen arrasa entre las clases populares que se ven representadas por un populismo de corte fascista y vocinglero, como en otros países de UE, que están en la mente de todas. En Turquía un ególatra Erdogan consigue mayorías sin despeinarse con la aclamación de un pueblo al que recorta libertades a pasos agigantados.
Nos preguntamos ¿qué pasa para que ese pueblo que dice representar la izquierda, no sea consciente de quien le pone cadenas y le esquilma? El avance de la ultraderecha en Europa y en EEUU es notorio, nos asusta y nos deja cabizbajas rumiando las causas.
Las clases pudientes, las verdaderamente beneficiadas de las políticas neoliberales, son una minoría, la realidad por dura que parezca es que el propio pueblo esquilmado vota al depredador. Una amarga verdad que debemos asumir. No nos engañemos, las revoluciones fueron comenzadas por burgueses cultos que provenían de familias poderosas. Pocos nombres podemos enhebrar en la historia de personajes populares que despierten del sueño milenario de la opresión y levanten masas. Y pensamos ¿qué le hace al pueblo someterse con servilismo al cacique que le esclaviza? dándole las gracias por las escasas migajas que desprende de su mesa, al que muestra servilismo y sumisión sin fisuras. Con esos mimbres anda la izquierda y torean los movimientos revolucionarios que en el mundo han sido.
Cierto es que los ejemplos que tenemos de revoluciones triunfantes nos han dejado la boca seca al poco de la euforia producida en el éxito. No hay muchos referentes por
En el enfado que se da tras las elecciones tendemos a hacer análisis precipitados de la estupidez de un pueblo que corea a quien le sojuzga. Creo que caer en esa simplificación nos lleva a persistir en el error de pensar que la izquierda, es una élite intelectual que sabe lo que le conviene al pueblo, porque ellos no lo entienden pero hay que sacarlos del error sin más dilación. El error es su voto y el acierto nuestra idea. Y nos enfadamos porque no nos sigan masivamente porque les espera el paraíso.
Miren un ejemplo: Galicia es una región que su PIB per capita está en el 10,5 % inferior al conjunto de Esp
¿Qué pasa para que esto sea una constante? Puede que haya condicionantes históricos de un feudalismo no superado, cosa que por ejemplo en Francia no se daría porque resolvieron con Madame Guillotine el problema. Puede ser el gregarismo o el seguidismo al jefe de sociedades primarias. Cuando hay problemas sentimos que la voz del líder, cuanto más autoritaria sea, da seguridad. Un jefe duro conduce a la manada hacia refugio seguro, según atavismos ancestrales. Puede ser. También pensamos en los errores de una izquierda, elitista, que no calza los zapatos del pueblo aislado. Los pueblos y aldeas de la
Pueden ser todos esos motivos y más que se me escapan. O no, porque una no es experta analista. Hay uno en cambio, que me parece crucial: la cultura. Un pueblo culto, piensa. Un pueblo culto, duda. Un pueblo culto, no tiene miedo al cambio. Y no somos un pueblo culto. Ya se ocupa el poder (el que sea) de mantener en la inocencia a los gobernados con el dulce propósito de seguir en el machit
Quizá por ese motivo, lo más genuinamente revolucionario, lo verdaderamente rompedor, es potenciar una cultura abierta y libre. Abrir las mentes para que permeabilizen de forma que cuestionen cuando las cosas no van bien, quien puede hacerlo mejor o si me apuran, defenestren al poder, siempre opresor, y apuesten por la autogestión. Soñamos, claro.
María Toca
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