Lo que no perdono

Tras sesenta y cuatro días de aislamiento, relativamente roto hoy, empiezo a valorar los cambios que me resultan llamativos.

La depresión acabó con mi pasión por la música, me hacía imposible escucharla. Era un sufrimiento que no podía añadir al mío propio. En las últimas semanas he recuperado obras, esas obras que dejé de escuchar, obras que durante años escuchaba amparada en mis auriculares hasta el éxtasis, literal. Oculta en mi habitación mi cuerpo era traspasado por cada una de las secciones de una orquesta, por solistas que pulsaban mis fibras como si tocaran un arpa.

Atonté aquel don, porque estoy segura de que lo es. Desde los catorce años me importaba mucho gritar lo mucho que lo odiaba todo, lo mucho que deseaba que ardiera todo. Sólo hubo dos excepciones en aquel periodo, una levísima percepción en cinco notas de la Marcha Funebre. Se escaparon como semillas de dientes de león con el solano de julio en la noche y fue muy hermoso.

La segunda vez fue cuando murió mi Eva y me encerré literalmente con auriculares, el Réquiem  de Verdi y el de Dvorak. Sólo deseaba retorcerme para sentir el dolor de la carne y la mente, quería morir como ella, sola como ella, asesinada por un tío mientras la prensa la llamó puta asesinada en calle Tal. Mi Eva, hasta el día en que me muera, Eva de mis Amores. Tan hermosa, tan inteligente, tan corrosiva, tan pistolera…Eva.

¿A dónde fue la musa? ¿Dónde quedaba un resquicio para la belleza, incluso para el amor?

Sencillamente, debió alejarse horrorizada de los novios que elegí y de mí por elegirlos. A ellos y a mis amantes salvo dos honrosas  excepciones,  es muy triste porque han sido muchísimxs que sólo recuerde con cariño y con plausibles reencuentros a dos. Novios y amantes eran bebés de teta absorbiendo toda mi energía, energía Sturm und Drang anticuada, improcedente al parecer y problemática en una dama destinada a destacar en algún campo del pensamiento historiografico o filosófico. Así estaba atontada, medio babeante sin sentir latir en sienes y tobillos la sangre.

El que quería un matrimonio con asesoría interiorista de la arpía de su madre. El que hasta queriendo ser libertino -¡JA!- suplicaba que no se enterase su novia, bajeza que por otra parte jamás he cometido. Y sobre todo que nadie supiera que le ponía más que nada la penetración anal.Qué ternura. El que no sabía qué era coño y qué oreja. El chulo guardaespaldas al que deseé matar cuando supe quién era su jefe. Aquellos artistas siniestros, copias cutres y provincianas de los cenobitas de Barker y que solían entender por ligar ser amos sádicos co pésima gracia. Tan pésima que uno se llevó un cadenazopor lo terrible del chistecito.

Entre tantos motivos para ser escupida en la cara por las Musas, las Furias,las Parcas y toda deidad femenina justiciera, destaca por su extrema locura el poeta. Un poeta que te escribe un poemario en papel de seda de quinientas hojas y te lo regala porque es en tu honor. Te parece grosero no cogerlo y cometes un disparate. El poeta está tan loco que interpreta ese gesto como la promesa de que serás la madre de sus hijos. Pero todavía aspira a más.

Que lo leas entero y le hagas una crítica prolija, digna de tu amor por él y sus ripios.
-Odiarte porque no sólo no te gustan sino que te producen pavor y quieres salir discretamente de la estancia sospechando que ahí dentro, en esa cabecita, vive un Ted Bundy.
-Aliarse con un amigo desconocido para mí para llamarme a casa y decirme cómo me sentaba la ropa que había llevado puesta a la facultad. Me asusté pero aguanté el tipo.
-Para aumentar la tensión, el desconocido empezó a dar detalles de la ropa que llevaba en un bar de noche con amigos y que aquel vestido me lo iba a arrancar como las bragas.

Ahí sí, entré en pánico pero quiso Sherlock Holmes y la telefonía analógica que localizara al desconocido, un miembro del Camino Neocatecumenal amigo del poeta. Había violado a una cría de quince de la comunidad y la presionaron para no truncar la prometedora carrera del mozalbete incontinente de veinticinco años.

Me presenté en su casa, estaba su padre y le dije que estaría tres años en coma junto con el poeta si volvían a hablarme o mirarme. Se cambiaron de facultad, pero el poeta todavía tenía grandes palabras para mí, que pondré en mayúsculas y falso latín porque lo merecen

«NO SABES LO QUE TE HE AMADO Y EL DOLOR QUE ME HAS CAUSADO»

Por sus cojones morenos. Y por mi barrio que me marqué una de Harry el Sucio, «tú procura que no me tuerza el pie en las escaleras porque mis amigos sí saben ser hijos de puta».

¿Dónde las Musas? ¿Dónde la Belleza? ¿Dónde la carne traspasada?

Pasé años sin sentir. Tras el regalo de Eva, fue la Nada. Nunca más, como si lo hubiera soñado. Busqué en el sufrimiento de mi carne si no el traspaso de la belleza sí el traspaso del dolor. Ni buscándolo con la mente vislumbraba al bellísimo ángel que asiste a la Teresa de Bernini. En el dolor de mi carne estaba yo sola o con algún individuo que, visto en retrospectiva jamás debió tener derecho a tanto a cambio de tan poco o de tanto tan desagradable, que las hemos visto de muchos colores.

Las drogas pueden inducir un Stendahl, no ha sido mi caso aunque intuyo que LSD y Stendahl deben ser una experiencia histórica. De hecho, ni sexo ni drogas han sido caminos a ese morir donde todo desaparecía y sólo quedaba el sonido mágicamente suspendido, envolviéndome y traspasándome, las mejillas empapadas de lágrimas de felicidad absoluta, la certeza de que aquello era un prodigio y que las palabras se quedaban muy lejos de describirlo. Ni falta que hacía.

Y luego bajé al Infierno, al lugar en el que los aullidos de mil bestias heridas de muertes expulsan fuera de la galaxia toda belleza y todo amor. El dolor lo ocupa todo y crea un vórtice de negritud que absorbe todo lo luminoso que pudiera rondarte.

No, no lo perdono. Ese mérito fue de un monstruo que nos dejó el dolor y una vida para sufrirlo. Él cercenó aquel don por el que me sentía tan agradecida, ese don por el que le cantaba arias a mi hija en el vientre aunque era tan abrumadoramente enorme que nunca supe qué hacer con tanto. Nunca se me ocurrió qué podría hacer yo, qué hubiera podido aportar a las músicas que de pequeña me parecían propias de duendes, hadas y ángeles.

No perdono ese encallecimiento que me ha alejado de la música durante años

Cuando volví a extasiarme fue para crear/recrear la visión que aquel trance me produjo, y no fue con las músicas habituales, fue con Pink Floyd cosa que me parece estupenda pero novedosa porque siempre me pasó con música clásica

Pero no perdono tanto daño aunque haya vuelto a sentir con relativa intensidad el éxtasis porque lo estoy consiguiendo a pesar de todo, contra todo, por tozudez, porque no me da la gana renunciar a aquel pequeño don que nadie entendía en mi casa. Porque mi cuerpo se queda pequeño y parecería que me voy a disolver atómicamente, chocando contra el sonido, bailando con él, subiendo, subiendo hecha música, hecha estrellas.

Lo estoy logrando, pero que nadie me malinterprete: merece la muerte quien hace tanto daño.

Porny Malone

Archivo fotografico aportado por Porny Malone.

Sé el primero en comentar

Deja un comentario