
Olfateábamos el verano en el colegio. La camisa se desperezaba de los botones a cada poco porque en el patio el calor arreciaba y el sonsonete de las hojas auguraban las vacaciones. No sé cuándo fue la primera vez que lo escuché pero quedé cautivada, aunque recordando, ya lo estaba de antes. La voz quebrada, sugerente de cadencia suave pero varonil diciendo cosas que apenas entendía pero que me sonaban hermosas. Poemas de un tal Machado, o de un Hernández que apenas conocía, me parecían el colmo de la belleza sofisticada. Confieso que algo de snobismo asomaba en esos años en que abandonaba la niñez de forma prematura. Era niña de años pero con ganas de correr la maratón puberal viviendo deprisa e intensamente. Y el Noi, era la banda de música ideal para una rebelde en ciernes como me auguraba.
Ignoro de donde salió la vena respondona, pero eso de que se negara a ir a un sitio de lujo porque quería cantar en un idioma que no le dejaban le aureoló ante mí, como algo inasequible y romántico. Un tipo que decía no a la fama y al prestigio. Lo curioso es que luego, cuando estaba prohibido y marginado, cantó en el idioma que le dio la gana. Creo que le admiro por eso. Ha hecho siempre lo que ha querido, cuando ha querido. Fuera de movimientos y de modas. Libre como sus versos. Libre como ese pelo que bailaba al compás de la suave brisa mediterránea. Misterioso como sus ojos oscuros que encerraban historias y ese lunar estratégico que me hacía soñar. No era tan guapo como para enamorarme tontamente, para eso estaban otros. Él era distinto. Con una profundidad inabarcable que contaba el amor y la vida como yo quería que fuese. Quería sentir y vivir lo que sus versos expresaban. Aunque en ese momento ni lo sabía. Lo he aprendido mucho después. En realidad, Joan Manuel ha contado nuestra vida mucho antes de que pasara.
Una tras otra. Una vez y otra y otra más. Horas y horas. Hasta que papá, mi pobre, atorado suplicaba: “Niña, cambia de disco por dios, me vas a volver loco” Y más.
Fue y sigue siendo el amor más duradero de mi vida. Hubo tiempos en que quien me conocía si escuchaba a Serrat se acordaba de mí. Mis hijos aprendieron sus canciones antes que a hablar. Hasta ahí llegaba mi fidelidad y amor incondicional. Quizá porque amamos a quien nos hace soñar y nos impele a crecer.
Seguí enredada en los sueños del Mediterráneo, quizá intuyendo que años después (quizá dos) el primer beso llegó con los primeros acordes de su canción, quedándose dulcemente depositado en mi boca, con el regusto del primer enamoramiento. Frustrado enamoramiento de un hombre mayor que no debía amarme, pero que me enredó para siempre en el gusto salvaje por los amores prohibidos. Yo debía tener trece o catorce años pero pasaba por dieciocho. Mentía como bellaca para conquistar ese mundo (y a ellos) entrar en la discoteca de moda, que por entonces se llamaba Belle Epoque y comenzaba la sesión de tarde precisamente con los acordes del disco más amado de toda mi vida. Mediterráneo.
Tuve ocasión de conocer a Serrat, hace tiempo. En el último momento me arrepentí y dejé plantados a quien me lo iba a presentar. No quise destruir el sueño. El mito construido por una pre adolescente que se enamoró de unos versos y pensó que la poesía podía ser verdad.
Y cuando estoy nostálgica le vuelvo a escuchar mientras de fondo, creo oír a papá gritarme: “te vas a atontar tanto escuchar lo mismo”. Paso de responderle porque sigo a lo mío, quizá en algún momento me convierta en adulta y un hombre con los ojos oscuros y un lunar cerca del labio me quiera besar.
María Toca Cañedo©
Vi a Serrat actuar en la Belle Epoque. Sería el año 69?
En esa edad yo aún no visitaba la discoteca…Fue bastante más tarde, pero es posible que actuara allí.
¡Magnífico relato! Mientras sigas escribiendo así, no dejarás de ser esa niña embrujada.
Graciasssssss. Y un abrazo muy fuerte