MI EXPERIENCIA CON LOS MONOS

No ha sido buena. Desconfío de ellos. Este verano, uno de nombre Kalua, alcohólico con síndrome de abstinencia, mató a mordiscos a una persona en la India e hirió a otras 250. Mi recelo hacia ellos está justificado y se remonta a los tiempos de la infancia.
Mi primera experiencia fue temprana y traumática. Había llegado al pueblo un circo con chimpancés y los chiquillos acudimos a la jaula. Una decepción. Eran como en las películas de Johnny Weismuller mi experiencia con los monos pero más hoscos y taimados. Y más rápidos. Uno de ellos le robó las gafas a un zagal despistado. Se las puso, se encolerizó y las pulverizó con violencia.
Mi segunda experiencia fue en el zoológico. Un monito solitario y endeble –kilo y medio, quizás-, se agarraba a los tupidos barrotes de una jaulita de la que colgaba un cartel: “Animal peligroso”. Me pareció imposible que un monillo de aspecto meloso, esqueleto frágil y mirada frailesca pudiera ser un animal indómito y agresivo. Me acerqué con prevención. Al verme, arqueó el labio superior en una mueca grotesca y señaló con el dedo índice un colmillito blanco y afilado en forma de anzuelo, como diciendo: “Un paso más y te engancho, mamón”. Sus ojos desprendían barbarie y furia carpetovetónica. Quizá un perturbado odio guerracivilista.
Años después, también en un zoológico, un chimpancé aplicaba su lógica simiesca a la comida arrojada por el público a su jaula: si una avellana le entraba por el recto, se la comía; si una manzana no le entraba, la excluía. Más vale prevenir que curar. El método me pareció repugnante pero lógico desde el punto de vista de un mono. “Nunca te comas lo que no puedas cagar”, moraleja aplicable también a los humanos.
Con el tiempo he conocido monos peores, monos humanizados, voraces, capaces de comer lo indigerible, monos mitómanos y embusteros con el corazón podrido de maldades y miserias, duchos en el fingimiento, maestros del engaño. Eran monos que por avaricia o perturbación comían sin miramiento cosas imposibles de digerir y excretar: programas electorales, ideologías inabarcables, fajos de billetes, acciones bancarias, consejos de administración, títulos de propiedad… Hasta traiciones imposibles de digerir y excretar comían con gula y luego vomitaban.
Eran, y algunos aún lo son, monos trastornados por el poder, con el respeto perdido al prójimo y a sí mismos, patéticos simios circenses que ni divierten a los niños ni engatusan como antaño a los mayores, pero conservan intactas su soberbia y su ponzoña. Pasan por jarrones chinos cuando no llegan ni a botijos mal cocidos. A la vejez son caricaturas de sí mismos, esperpentos de lo que aparentaban ser. A esos los oigo y los veo en sus zoológicos de postín, en sus jaulones de oro, contando billetes y metiéndose felonías por el culo, rumiándolas en el cerebro y escupiéndolas al mundo con rencor. En la cándida juventud los aplaudí. Hoy me avergüenzo de haberlo hecho. El escarmiento es lo único positivo que he sacado de mi experiencia con los monos.
José Antonio Illanes.
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Escritor de novela, relato,poesía. Ha recibido tantos premios que nos llenaría la página, destacamos los siguientes: Premio de Novela Corta Malela Raenes. ,, Nacional de Cuentos Alzahir ,, Poetas del Mundo ,, Narrativa Ateneo de Sanlúcar. ,, Nacional de Narrativa Breve...

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