NI CON FANTASMAS

Lo siento, cariño, pero esta noche no vengas. Y no me mandes mensajes, ni me llames, ni nada. Ni me contestes a éste. Que sepas que si vienes no pienso abrir la puerta. Hemos terminado.
¿Qué por qué? Pues porque cada vez que vienes se queda tu fantasma escondido en el cuarto de baño azul. Sí, tu fantasma, que ya lo he visto perfectamente. Si con estos intentos tratas de que me dé por aludida de que quieres venir a vivir conmigo, lo siento pero te equivocas. Ni con fantasmas. Te dije que para mí lo más valioso es la independencia. En nuestra relación y en todos los aspectos de la vida.
Además, los fantasmas no me impresionan. En el piso donde vivo ahora tu fantasma es el primero, pero en el apartamento anterior conviví diez años con una anciana sombra blanca, a la que con el tiempo llamé Alba. Todas las anochecidas, Alba salía por la puerta de mi habitación y levitaba suavemente hacia la cocina, parándose un momento a saludarme en la puerta del salón. Sin necesidad de hablarnos, fuimos muy amigas y nos hicimos compañía. Lamenté dejarla al cambiarme de casa.
Alba no causó problema alguno porque yo era la única persona que la veía. Nadie más supo de su existencia, excepto mi amiga Liluh, a la que le puedo hablar de los otros mundos. Pero con tu fantasma es muy distinto porque, como tiene tu carácter abierto y expansivo, se deja ver por más gente. Y a eso sí que no estoy dispuesta.
La primera vez que se quedó, no me di cuenta porque yo no usó el baño azul y como no vino nadie a casa, debió de campar a sus anchas en él. La segunda vez estaba en el espejo. Mi hijo pequeño, que había llegado de viaje al día siguiente de estar tú conmigo, salió del baño demudado y casi sin habla;
–Madre ¿Quién hay en el cuarto de baño azul? –gritaba encharcando el pasillo con una toalla a la cintura.
Yo, aún medio dormida, no entendía nada.
–Que sí, madre, no me mires con esa cara. Al ir a afeitarme, el del espejo ¡no era yo! ¡Había otro en el espejo! un hombre alto, con el pelo blanco…
Sin poder articular palabra entré con cuidado al baño azul. Ahí estabas tú mirándome guasón desde el cristal. Levanté la mano para darte una buena bofetada, pero me detuve al ver detrás de mí la cara atónita de mi hijo:
–¿Qué está pasando, madre?
Y cómo salgo de esta, pensé, y cerrando la puerta, descalza y en pijama, comencé a decir tonterías en el pasillo mojado:
–Pues… debe ser un defecto del cristal, ahora usan unos materiales tan raros… También pueden ser visiones, con esto del cambio climático. Bueno, ve a mi baño y no te preocupes.
Mi hijo me miró de soslayo en silencio. Esa misma tarde volvió a Madrid sin haber hablado del tema. Ni yo tampoco.
La tercera vez, tu dichoso fantasma estuvo ¡todos los días! cambiando de sitio el dentífrico, el jabón de manos, el gel de ducha… No comento lo que hizo en el armario de las toallas.
Ni menciono una extraña luz que se adivinaba por debajo de la puerta.
Ahora, todos mis hijos me miran con caras preocupadas. Menos mal que me fío de ellos, porque si no, podría pensar en mi inminente ingreso en el Psiquiátrico.
Así que, amor mío, lo nuestro ha llegado a su fin. No vengas esta noche, ni nunca. Y te comunico que tu fantasma ha desaparecido. Ayer llamé a Lihluh, que de inmediato vino cargada de amatistas y de inciensos. Tu fantasma ya no está en ningún rincón de mi casa.
Es una pena, porque a estas alturas de nuestra vida era una historia bonita. Pero el amor, y sobre todo el amor secreto, es sólo cosa de dos.
Luisa Horno
Sobre Luisa Horno 15 artículos
Luisa ha sido bibliotecaria, amante de la lectura porque su padre la inculcó el amor infinito a los libros. Luego la vida se la tragó un rato, justo el tiempo que tuvo de tener tres hijos y una vida vivida y quizá sufrida. Llegó el divorcio, la jubilación y decidió escribir. Hizo talleres y no ha parado, ha ganado el premio Caixa Forum de Relatos. Maestra indiscutible del relato corto...

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