Noches azules

Un día llamaron a Joan Didion desde un hospital y le ofrecieron un bebé en adopción.
Ese día Joan Didion dejó de no tener miedo a algo.
A las aspirinas, a la botella de lejía, a las serpientes del jardín. Todo era temible con la pequeña recién nacida en casa.
Llamó a su hija Quintana Roo. Era el nombre de un punto en el mapa, un rincón de México que casi nadie conocía. Como a esa niña providencial que le dejó ser madre.
En 2003 murió su marido.
En 2005 murió Quintana y ella se quedó sola en el mundo.
Escribió dos libros sobre su pérdida.
Sobre el miedo que da la marcha de los seres amados.
Sobre los armarios llenos de ropa que nadie se pondrá.
Sobre los poemas y novelas que escribía Quintana para contarles sus propios terrores a los padres que la eligieron y que pudieron no elegirla si no hubieran cogido el teléfono ese día, si no hubieran estado en casa.
Quién hubiera sido ella entonces.
Didion habla de hospitales, de amigos muertos, de sándwiches de berros y pepino, de su hija preciosa y siempre triste. De vestidos que le regaló, de brindis que pedían cosas sencillas y maravillosas. Cosas como salud e hijos. Recuerda con nostalgia esos brindis que daban por hecho que las cosas maravillosas eran sencillas de conseguir.
Rompe por dentro el dolor inteligente de Didion, su duelo sentido y pensado.
Noches azules.

 

Patricia Esteban Erlés

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