
El movimiento feminista está hoy afrontando algunos debates de fondo que me interesan como feminista y que me llevan a aportar mi visión, que es compartida por muchas de las compañeras con las que desarrollo mi activismo, mi trabajo y mis militancias. Creo que los debates argumentados en el feminismo son imprescindibles, necesarios y que ayudan a pensar. Al menos, a mí me ayudan. Nadie piensa en soledad y nadie piensa bien tampoco rodeado de opiniones que coinciden al cien por cien con la propia. Nadie piensa bien sin leer o escuchar a gente que opina diferente. Quien, como yo, disfrutaba de los debates argumentados en las redes, no puede sino lamentar que estas se hayan convertido en un nido de insultos y gritos en el que a cualquiera que piensa diferente se le insulta y en la que los matices están de partida excluidos, así como, parece, cualquier pensamiento complejo. Seguramente son dinámicas que las redes sociales favorecen, pero también son dinámicas sociales y políticas alentadas por ciertos sectores a los que dicha polarización favorece. En la polarización suele ganar (a corto plazo) quien más simplifica la realidad, quien la describe en blanco o negro, quien es capaz de construir un enemigo común, quien pone a competir con eficacia al penúltimo contra el último y, sobre todo, quien saca ventaja política de dicha polarización. En el feminismo pasan muchas cosas, pero la actual polarización no es en nada diferente a la polarización política general. En el feminismo pasa lo mismo.

Las profundas fracturas que han aparecido en el feminismo español en el momento en que este parecía más fuerte no responden a una única causa. Es verdad que hay una pugna por la hegemonía dentro del feminismo; sería extraño que no fuese así. En política, la lucha por la hegemonía, por el poder en definitiva, siempre está presente pero la disputa por la hegemonía en el movimiento feminista supera y desborda las militancias partidarias, aunque, obviamente, los partidos juegan aquí un papel. La disputa en el feminismo tiene que ver con la aparición incontenible de un feminismo joven, surgido de las carpas del 15M, que se transformó en el 8M, y que vino a hacer el relevo generacional que las más veteranas llevábamos mucho tiempo deseando. Este se produjo por fin y desbordó a los partidos tradicionales y los límites institucionales. El feminismo institucional, representado desde siempre por el PSOE y ahora también por Podemos, se vio con las calles llenas de jóvenes que iban por libre, desbordando también las agendas de los partidos y, de paso, antiguos y consolidados liderazgos. Esto, que ha convertido la convivencia y el aprendizaje entre generaciones en una de las fortalezas del movimiento feminista, ha generado también muchas tensiones. Nadie pierde su espacio sin pelearlo.
Desde aquellas guerras ha llovido mucho y el mundo es otro bien diferente. La prostitución y la pornografía se han transformado en otra cosa (al menos en parte) y también lo ha hecho la crítica feminista que las conceptualiza. La conversión de prostitución y pornografía en una mega industria global y sus consecuencias en la economía mundial, así como la creación de un mercado global de cuerpos femeninos que necesita utilizar mujeres pobres como materia prima, ha hecho emerger un abolicionismo fuertemente anticapitalista, mucho más preocupado por un cambio social que combata el sistema prostitucional que por el punitivismo. El abolicionismo actual ha construido una teoría crítica capaz de describir a la prostitución como una institución fundadora de un sistema de dominación, de explicar sus vínculos con el neoliberalismo global y las consecuencias sociales que dicha institución tiene en la construcción de la igualdad entre mujeres y hombres; es decir, se ha puesto el foco en su funcionalidad o, como dice Fraser, en los significados que codifica. La mirada se ha vuelto hacia el sistema prostitucional en su conjunto y hacia los hombres y su irresponsabilidad respecto a la deshumanización y cosificación de las mujeres.
La tercera cuestión sobre la que este feminismo se levanta es la denuncia de las violencias sexuales, la enormidad de su extensión. No hace falta explicar la importancia de movimientos como el Me Too o las reacciones a la sentencia de La Manada. Es el feminismo de la indignación. Después de décadas de igualdad formal, las jóvenes comprueban cada día que están muy lejos de ser efectivamente iguales. Que las violencias sexuales nos atraviesan a todas, que la desigualdad relacionada con la división sexual del trabajo (eso que parecía tan antiguo) está plenamente vigente y que el patriarcado encuentra formas muy efectivas de reforzarse. Y hay que decir que una gran parte de este movimiento (en mi opinión la mayoría) es muy crítico con el sistema prostitucional, lo que significa un enorme cambio dentro del feminismo, puesto que antes del 15M el feminismo institucional era mayoritariamente abolicionista mientras que el feminismo autónomo (con todas las objeciones que se quieran poner) era mayoritariamente regulacionista. No se puede negar el cambio: vueltas hacia las cuestiones estructurales, las jóvenes perciben claramente la línea que une violencia patriarcal, desigualdad y capitalismo con la prostitución. Este feminismo consigue meter en la agenda política el tema de la crisis de los cuidados y de la necesidad de poner la vida en el centro, tal y como las economistas feministas llevaban tiempo exigiendo.
Estoy, pues, de acuerdo en que la cuestión de la prostitución no es la única que nos divide pero en completo desacuerdo con que la cuestión de los derechos de las personas trans y la de la prostitución, o los vientres de alquiler, sean cuestiones siquiera relacionadas entre sí, como quieren situarnos quienes buscan polarizar. Ni lo son ahora, ni lo han sido nunca por más que aquí, tanto las defensoras de la regulación de la prostitución como las contrarias a los derechos de las personas trans, deseen poder construir espacios que no se comuniquen para evitar las fugas, es decir, para reagrupar las filas y hacerlas crecer en torno a un enemigo común, algo que es una estrategia bien conocida en toda práctica política; además de que sirve para construir espacios de liderazgo. Esta polarización pretende que todo el feminismo se posicione o bien como contrario a los derechos trans y abolicionista o bien como queer y regulacionista de la prostitución. En esa polarización no hay nada que ganar. El movimiento abolicionista es diverso y en absoluto contrario a los derechos de las personas trans. De hecho, conocidas feministas radicales como MacKinnon o Dworkinn han dejado clara su postura favorable a los derechos de las personas trans y su inclusión en el feminismo como sujetos. No son las únicas. Muchas mujeres trans son feministas radicales y abolicionistas. Es especialmente interesante el movimiento abolicionista trans surgido en Latinoamérica de las enseñanzas de mujeres trans que ejercieron ellas mismas la prostitución, como Lohana Berkins. Muchas feministas transinclusivas somos también críticas con la teoría queer. No es este el lugar para analizar un corpus teórico muy extenso, diverso y complejo pero para las feministas radicales la teoría queer yerra a la hora de describir el patriarcado; esto es, el poder. Pero, sobre todo, al asumir que el poder emana del lenguaje, deja muy poco margen para la lucha contra ese mismo poder. El lenguaje instituye al sujeto, el lenguaje lo deconstruye y el poder se pierde en esa operación. En opinión de muchas feministas, la teoría queer no define bien al patriarcado y en ocasiones parece que lo reduce prácticamente a la heteronormatividad, por no hablar de la imposibilidad de traducirla a políticas públicas.
El movimiento feminista seguirá construyendo sus debates, como nunca ha dejado de hacer. Apuesto, con muchas compañeras, por un feminismo intergeneracional y con memoria, abolicionista, interseccional, hermanado con las luchas LGTBI y que ponga el foco en la lucha contra las violencias machistas tanto como en la redistribución de la riqueza, del tiempo y de los cuidados. Un feminismo con autonomía y procesos propios, que desborde partidos e instituciones aunque entienda la virtud de aunar esfuerzos desde todos los ámbitos y generando complicidades y alianzas entre todos ellos. Los debates del movimiento feminista no pueden ser la excusa para erosionar su enorme fortaleza y hegemonía en nuestra sociedad. No podemos dejar pasar la oportunidad de construir en común y con sororidad un mundo y un país más feminista, que tendrá que ser, necesariamente, sin cosificación y mercantilización de las mujeres y las niñas.
Beatriz Gimeno.
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