Que no se note.

Me asusto cuanto alguien me espeta que no parezco feminista o que no soy una «de esas feminazis».
Creo en ese instante que seguramente sigo instalada en el rol que se me asignó al nacer y me muestro muy adorable, complaciente, atenta, escuchadora sin replicar, disculpadora de cuñados sociales, algo pasiva en el debate o muy contemporizadora.
Y sí; yo quiero que se me note.
Todo mi camino biográfico está plagado de momentos para lo contrario.
Que no se note la menstruación, la compresa, las bragas, los kilos ganados, la inseguridad, la barriga, las ganas, el deseo, el amor o interés por alguien, el miedo, las certezas, los conocimientos diversos.
Que no se note tu fuerza, tu inteligencia, la vulnerabilidad, la celulitis, que no se te escuche demasiado, tus opiniones y saberes, que no se note tampoco el disentimiento, las arrugas, las tetas caídas ya o todo lo aprendido en tu camino profesional y vital.
Yo quiero que se me note que soy feminista.
No tengo absolutamente a día de hoy ninguna resistencia a reconocerme como tal y nombrarme. No hay lucha interna con esto.
Mostrarlo, nombrarlo, es un acto político de calado.
Y que se note es un arma visible.
Quiénes padecemos sufrimientos que nos atañen tan solo a nosotras tenemos que aunar esfuerzos para inventar un lenguaje, una narrativa, una poesía, una mirada propia.
Un nombrarnos.
Y no aniquilar de forma preventiva nuestros YOES para evitar ataques.
Yo me propongo contar cada día esta historia como me la sé.
Como me la sé y como la habito.
Decía Audre Lorde:
«Mi labor es habitar los silencios con los que he vivido y llenarlos de mí misma y de todas hasta que suenen como el más brillante de los días y el más ensordecedor de los truenos.»
Y a los truenos se los escucha y atiende.
Se nota que están.
Que se nos note que ya no pedimos permiso para opinar, pertenecer y existir.
©Mariasabroso
Sobre María Sabroso 106 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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