Sabor a sangre

Sabe a sangre la boca. Esta vez se ha pasado. Ahora como oculto yo esto. El labio partido, la ceja borrada y el ojo… Verás, se pondrá negro, luego morado hasta llegar al amarillo. Días maquillándome para tapar lo evidente. Para ocultar al mundo lo que vivimos cuando cerramos la puerta de la calle y nos quedamos solos.

Ojalá  estuviéramos solos, porque no lo estamos. Están ellos, el mayor que corre a esconderse en el fondo de la habitación más lejana en cuanto olfatea el peligro. Como los perrillos bajo la tormenta. Como los animalitos del monte intuyendo el rayo. Se esconde y luego sale, cuando pasó  la guerra o él ha marchado,  se pega a mí como si quisiera protegerme ahora que ya no hay peligro. Me habla despacito susurrando lo que me quiere y que soy guapa. Mientras yo contemplo en el espejo del baño las secuelas del furor de esta vez. Contemplo los rastros de sus puños, los arranques de piel, los negrones que maceran mi carne. El niño mira y desde sus ojillos tristes sale un torrente de lágrimas que solo  frena mi fuerte abrazo. No, mi pequeño, no debería vivir eso. No debería sentirse protector de una madre que no sabe proteger. Me pregunto a veces si tengo derecho a hacerles tanto daño.

Que me digo cada vez. Será la última. No paso más por esto. No puedo pasar por esto porque me mata. Un día me mata y ya no habrá remedio. No puedo seguir transigiendo por más que me diga lo que me quiere, que se vuelve loco por mí, que  pierde los estribos al imaginar que yo le dejo. Que me voy o que hay otro que me espera. Que se pone enfermo y le salta la furia, pero es de amor.

Ya no más. No puedo seguir aguantando y engañándome.

Sé que en el fondo es cierto, quizá me quiere. Me cuida a veces con tanto esmero, sobre todo cuando se ha pasado. Como hoy que siento como si me hubiera roto por dentro. Vendrá luego con algún regalo, con los perdones asomándole a la boca. Siempre es así.

Nunca más, perdóname mi amor. No sé qué me pasa;  es que eres tan guapa, te quiero tanto, te miran los otros, tú me dices cosas que me enfadan, pero yo te quiero, si no fuera por lo que haces todo iría bien. Yo te quiero. Eres tú que no te das cuenta de nada de lo que pasa, porque eres muy ingenua, eres muy tonta. Y te exhibes como una puta, por eso me pongo así. ¿Por qué tienes que llevar esa falda? Sí, no es corta, pero te ciñe y mueves las caderas como las zorras que buscan hombre. Y miras a los ojos cuando te miran. Si no fueras así, esto no pasaría, mi amor. Porque yo te quiero tanto que si te vas me mato. Te mato y me mato. No podría vivir sin ti. Eres todo para mí. En cambio tú…Primero son  tus hijos, que parece que  con ellos tienes todo y yo no existo. Luego tu puta familia, que se mete en  lo que no la importa y sabes que no la soporto. A nadie. Y menos a esa hermana que tienes que siempre anda encizañando. Es la que te malmete, por envidia porque a ella no la quiere nadie como te quiero yo a ti. La escuchas y le haces caso  y luego te pones brava. Ya sabes que eso me enciende. Pero yo te quiero. Ten la seguridad que nadie te va a querer como yo. Nadie. Si te vas me mato…Pero tú vas delante

Sabe a sangre la boca. El labio me duele, comienza a hincharse. El niño me mira con los ojitos asolados de miedo ¿Qué será de ellos si pasa algo? Por ellos me quedo y aguanto, para que tengan una familia. Aunque quizá esto es peor. Siento que vean los golpes, que  escuchen los gritos, que aprendan la violencia y algún día ellos también sean como él…

El otro es aun  bebé, aunque desde la cuna bien parece que se da cuenta de todo, porque llora a gritos y nadie puede calmarle después. Se le apodera el miedo y tengo que abrazarle mucho. Como al mayor. ¿Qué será de ellos si a mí..?

¿Por qué he tenido esta suerte? me lo pregunto mil veces. Yo era una persona normal, que él lo era también. De novios era tan romántico, con detalles todo el rato. La rosa que cortaba de cualquier jardín para ofrecérmela, el regalo que llegaba en cada aniversario o cumpleaños. Claro que celoso era. Siempre solos, sin nadie más. “Tú y yo mi amor, no necesitamos a nadie, que el novio de tu amiga te pone ojitos y le voy a tener que dar de hostias. Tú y yo solos, mi amor, sin nadie porque no necesitamos más, nos sobra el mundo” Y yo vivía en la nube del amor. Juro por lo más sagrado que pensé que todo sería felicidad. Soñaba con una familia, con mis niños, mi trabajo y él, siempre enamorado. Cuidándonos y viendo crecer a nuestros hijos.

Yo lo creí ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se convierte de pronto en una bestia iracunda? Los ojos se le llenan de miedo salvaje, cierra los puños y los estrella contra mi cara, contra mi pecho, contra mi vientre. Las patadas llegan después, los pateos en el suelo. Hasta que me ve rota, derrotada y ensangrentada, no para. Se diría que solo le complace mi dolor. Solo calma su furia mi quebranto. No sé qué pudo pasar para este cambio porque él no era así. Celoso, posesivo, quizá, pero me amaba.

Comenzó pronto. Ya en el embarazo, los primeros meses cuando las mañanas eran una perpetua arcada y el vómito me estrellaba a cada poco, comenzó a despreciarme. “Que estaba gorda…Normal, ¿Qué quieres, estoy embarazada? Tendré que buscar a otra hasta que te pongas buena otra vez” Y yo sin dar crédito a lo escuchado ¿Dónde se fue el hombre enamorado que soñaba con formar una familia,  cuidarnos y protegernos de todo mal? ¿Dónde está el hombre que cortaba rosas para mí?

A veces volvía. Y tornaba el romanticismo, se volvía amable, tierno, pedía mil perdones y pasábamos días maravillosos. Entonces yo creía que todo había pasado y volvía el tiempo de vino y rosas.

Hasta que de pronto, salía la furia. Cada vez eran menores los lapsos de tiempo entre una y otra. Cada vez más gritos, cada vez más miedo. Hasta que llegó la primera bofetada. Estando de siete meses. Luego ya se desató.

Ahora los golpes, los gritos son la norma. La excepción es la tranquilidad, la amabilidad. Hoy se ha pasado. El labio está partido pero no puedo volver al médico, la anterior vez que fui vi como me miraban y como veladamente me avisó de que tendría que poner remedio a las contusiones porque le parecían claramente violencia de género. Vi como las enfermeras me contemplaban al salir con un rastro de pena en la cara. Una vez, una de ellas, me pasó un teléfono y susurrando me dijo que llamara, que me ayudarían.

¡Qué sabrán ellas! Nadie sabe lo que ocurre tras la puerta de mi casa cuando la cierro. Nadie sabe el laberinto que recorro cada día sorteando su humor, cuando está con la fiera dentro, como intuyo si tocará grito solo o golpes, o por el contrario habrá un ligero oasis de bonanza y todo volverá a estar como antes. Y brillará el sol y volverán los sueños de que somos una familia feliz, cuidándonos y viendo crecer a nuestros niños felices. Porque esos escasos días, no me compensan, claro que no, pero aportan esperanza.

Ya sé, me lo dice mi hermana, que despierte, que no siga soñando porque esto no tiene remedio. Lo que ocurre es que quiero creer que es solo una etapa, que volverá el hombre amable que fue,  que olvidaremos el miedo, el sabor salado de la sangre fresca, el golpe, el grito. Que formaremos una familia feliz y todo será olvidado.

 

Yo sueño y rezo cada día para que se pase. Que se calme este turbón violento que nos acecha cada día. Porque él sufre también, que me doy cuenta. Él no quiere ser así, solo que se le va la mano…

Me sabe demasiado la boca a sangre. Y me duele el vientre mucho. Hoy se ha pasado. Le diré al niño que llame a la ambulancia porque creo que hoy  ha sido más grave. Mi niño me pide que me levante, pero no puedo. Si pudiera lo haría mi amor, pero creo que hoy es más grave…

 

María Toca Cañedo©

Sobre Maria Toca 1640 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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