Es un día soleado, pero de súbito la luz oscurece a través de la ventana. Peter levanta los ojos del teclado. Lleva todo el día trabajando en la consulta. «¿A las cuatro de la tarde en agosto voy a tener que encender las luces?» Al incorporarse, recuerda «Será Angélica, que querrá entrar otra vez por la ventana. Qué paciencia hay que tener con las superheroínas».
En efecto, tras el cristal se recorta la enorme figura de una suerte de ángel femenino con alas desplegadas y un traje de noche de lentejuelas. Peter da la vuelta y abre los postigos de par en par:
–Pero bueno, Angélica ¿no habíamos quedado en ya que no ibas a volar? Van tres veces en dos meses. Así no hay terapia que lo resista.
La impactante figura, con expresión contrita, entra restituyendo el sol a la ventana. Ocupa casi todo el despacho y se queda en medio, de pie, sin saber qué hacer. Peter continúa, medio arrinconado tras su mesa;
–¿Y no te dije también que no te expandieras? Tienes que acostumbrarte a la altura y peso normal de las mujeres. Si te empeñas en destacar…
Ella asiente mientras borra una lágrima con el índice. Cierra los ojos, inspira y expira tres veces y un breve resplandor tiñe la consulta de azul celeste. Ya de tamaño normal y sin alas, se sienta modosa en el sillón de los pacientes. Con el vestido largo de lentejuelas. Peter se tranquiliza:
–Así me gusta, mujer (bueno, es un decir). ¿Qué me cuentas?
Angélica respira de nuevo y une sus largas manos:
–A las fiestas de noche no quiero ir más, Peter. No estoy preparada. No lo voy a saber hacer. –Gira y gira la gran sortija azul en su dedo anular–. Lo que bailan no me sale. Lo que comen, beben y lo otro no lo puedo ni probar.
Otra lágrima rueda por sus mejillas.
–No hay niños que salvar, ni viejecitas, ni nada. Peter, creo que ni con terapia me humanizo. Renuncio.
El terapeuta ensaya su sonrisa más cautivadora. Se levanta, rodea la mesa y apoya su mano derecha sobre el desnudo hombro de ella:
–Vamos, esa palabra ni se menciona. El proceso de adaptación es duro, pero
tú puedes. Aquí, conmigo, lo conseguirás.
Y aprieta sus dedos sobre la piel de la superheroína. De improviso se despliegan las alas, lo lanzan hacia atrás y queda sentado en el suelo:
–Pero ¿Qué demonios? Claro, si no te tomas nada en serio… Te doblo los ejercicios de la semana que viene.
Enfadado se levanta con esfuerzo. Angélica, aturdida, no acierta a esconder las alas de nuevo. Haciendo equilibrios dentro de su estrecho vestido intenta dirigirse hacia la ventana, mientras susurra:
–Es que cuando estoy nerviosa las alas se me disparan…
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-En: VIDA NORMAL. Relatos. (Ed. rev.). Madrid: Bubok Publishing, 2014. Y en Amazon.
Luisa Horno
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