
Les confieso que llegué tarde. La he visto cuando ya el clamor era masivo. Me contuvo los prejuicios, he de confesar que pensaba en una serie formato amarillo como un Hola versión neflixtera. Eso me perdí. He aprendido la lección y me propongo no dejarme llevar de esos juicios personales que privan de cosas importantes. The Crown es una serie mayúscula. Y nada edulcorada, casi diría que al revés. Si alguien se acerca con la intención de ratificarse en las ideas monárquicas, va dado, porque lo más probable es que salga trasquilado y propugnando repúblicas a cascoporro. Sirva de aviso para los adeptos.
Pocas veces se ha representado un alegato tan firme que desacredite la institución monárquica que esta serie, poblada de disminuidos mentales, incultos hasta hartar, imbuidos del convencimiento que es el designio divino quien los puso en el mundo y de su función sobrenatural. Memorable la escena en que la beoda y patética princesa Margarita impone tratamiento a la silenciosa y sobrecogida psicóloga en la terapia a la que asiste como una vergüenza para las personas de su clase. Vergüenza que no hace extensible a las borracheras, orgías y desmanes propiciados en la isla Mustique y en cualquier sitio donde el whisky (tan querido a la familia Windsor y adláteres, por cierto) corriera libre. Por no hablar de los jovencitos a los que era tan aficionada como al whisky, por lo menos.
Memorable también esa Theacher, interpretada con cierta exageración por Guillian Anderson, pero salvable
sin la contención del resto del elenco. Hago salvedad sobre el actor que interpreta al príncipe Carlos…No, no está bien escogido, es tan mono, con esa sonrisa tierna que se nos hace simpático el personaje del infiel y maltratador Charles. No pueden poner un actor guapo sin los soplillos verberneros del auténtico. No es jugar limpio… En general todos son más guapos que en la realidad, cosa no difícil por otro lado, menos lady Diana Spencer que era preciosa y con un halo de luz difícil de transportar a la pantalla.
¿Hasta cuando? Pensemos que estas series desnudan, quizá mejor que mil tratados de sociología política la realidad de unas monarquías caducas y feudales. Casi les diría que solo son salvables por las obras que inspiran. Ésta por lo menos.
María Toca.
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