Un cuento de navidad.

Era la noche más buena del año, con su manto de luces cubría todo el parque de San Vicente. Sentado en el último banco próximo a la entrada de la ciudad deportiva, Alfredo daba las últimas caladas, esperando, a que Argi terminara su paseo nocturno. El día había sido inmejorable, el último muñeco del barco pirata de playmobil, descansaba en el puente de popa. Tres semanas le costó conseguirlo, y unos cuantos billetes. Ahora lucían en las vitrinas todos los juegos que heredó de su padre, por fin estaban completados. A él le hubiera gustado verlo.
Un ladrido llamó su atención, iba dirigido a un señor que apareció de la nada, el cual se sentó al otro extremo del banco. Su aspecto parecía el de una persona desalineada, pero inofensivo, levantó la mano en señal de saludo. Argi le observaba y se sentó a los pies de Alfredo.
-¿Me das unas caladas?
Miró el cigarrillo estaba casi consumido, se acercó a él y le ofreció uno entero.
-Prefiero la colilla, casi ya ni fumo, solo cuando estoy nervioso.
Se la dio, chupó como si le faltara el aire y después, de un piti taco la lanzó hasta la valla de la ikastola Alkartu. En su recorrido las chispas que desprendía la hacían parecer a la estrella de la navidad.
-Gracias, me llamo Damián, pero todos me llaman el cuentista, si tienes unos minutos, en agradecimiento, sabrás porqué.
Se acercó a una distancia prudencial y empezó a hablar.
-Corría el año…, ni me acuerdo, de lo que si estoy seguro es; que donde antes había una escultura que llamaba la atención por su construcción. Alguien decidió sustituirla por garajes y cemento, pasando a ser la nueva plaza del municipio. Las obras hicieron, que las casetas que solían colocar en la época de navidad fueran trasladadas ahí en frente, al paseo de San Vicente. Iban desde el quiosco Fontal, hasta la entrada del cementerio. En ellas se podían comprar, diversidad de productos. Artesanía, dulces, juguetes hechos a mano, sin pilas. camisetas del baraka y también libros.
La banda municipal, seguida de las autoridades dieron como inaugurado la época navideña.
El tiempo era el adecuado para la época, las nubes cubrían el cielo azul, de vez en cuando algún rayo de sol se les escapaba. El chirimiri, humedecía los tejados, los paraguas estaba prohibidos a lo largo del paseo. El arcoíris remarcaba el recorrido de las casetas, indicando su lugar en la distancia, al resto del municipio.
Hacía seis meses que había perdido a mi mujer Julieta, antes de marchar la prometí que no me derrumbaría, que seguiría adelante. Pero esa noche traía veneno, era la primera nochebuena, que pasaría solo. Así, que invité a una vieja amiga la cual siempre está dispuesta y nunca te hace preguntas. Juntos recorrimos toda la feria, hasta terminar en la última caseta. La lluvia empezaba arreciar, me cobijé debajo del estrecho tejado, y sin querer, con la espalda hice presión a la puerta y esta se abrió. Pensaba que todas las casetas habían cerrado.
Al fondo, una pequeña vela encendida, mostraba libros apilados por todo el lugar. Las casetas eran pequeñas y esta, sin embargo, parecía no tener fin.
-¿Qué buscas?
La voz sonó grave, del sobresalto me caí y quedé sentado. Tardé unos minutos en reaccionar, tal vez por el eco que produjo, o tal vez por mi amiga, que ya viajaba dentro de mí.
Me repuse y le dije que; ¡compañía!
-A este día solo le quedan tres horas para terminar, las mismas que tienes para conseguir tú cometido.
Esta vez la voz salía tras de mí, me giré y no vi a nadie. Cuando volví la vista había un pequeño libro cerca de mis pies.
-Este libro se empieza a leer por el final, cada página que leas, retrocederás un día de tú vida. No puedes saltar paginas sin leer, ni mirar cuantas tiene el libro. Para tú tranquilidad te diré que tiene las justas.
¡Ah, y no te olvides del marcapáginas!
La primera idea que me vino a la cabeza fue la de salir corriendo, pero no tenía el cuerpo para carreras. Con desgana cogí el libro del suelo, no tenía nada que perder, el marcapáginas estaba un poco alejado. Una brisa helada entró por la puerta y apagó la luz de la vela, la voz se fue con ella. A tientas palpé hasta encontrar el papel, para no perderlo lo metí al bolsillo.
A trompicones salí de la caseta, la lluvia me recibió con los brazos abiertos. Miré el libro, las palabras del título y el autor resbalaban por mi mano, el agua las había borrado. Rápidamente lo metí dentro de la camisa y me ceñí la chaqueta. Camino a casa pensaba cuantas paginas sería capaz de leer en mi estado. Dejé que la lluvia me empapara, las gotas me golpeaban la cabeza. Hacía tiempo que decidí no perder ni un minuto en peinarme, así que no había pelo que la cubriera.
Llevaba media hora caminando y la lluvia parecía que había hecho su efecto. Para cuando llegué a casa el reloj de pared daba los tres cuartos, tenía exactamente dos horas y cuarto para leer el maldito libro. Encendí la lampara de pie de la sala, lo coloqué encima de la mesa, excepto la portada el resto del libro parecía intacto.
En la mesa de la cocina, tal como lo había dejado por la mañana, estaban los dos platos, con el jarrón de rosas rojas, como le gustaba a Julieta, un total de seis, con la vela en el centro, esperando a los comensales. La encendí mientras me preparaba un café bien cargado. El silbido de la cafetera me trajo de regreso, pues me había quedado mirando su luz. Un total de diez campanadas escupió el reloj, solo me quedaban dos horas. Cogí el café y me senté en el sofá de la sala. Abrí el libro por el final y empecé a leer, a cada página que pasaba un recuerdo breve de ese día, venía a mi memoria. Quité el sonido del maldito reloj, me ponía muy nervioso su contar del tiempo, y mi cabeza se relajó. Las páginas del libro disminuían, ya no miraba el reloj. La última página era la 206, pero el recuerdo que me vino era el de su despedida. En el reloj, las agujas estaban próximas a abrazarse. Saqué un lápiz de la mesilla y todo correr fui al calendario de la cocina, para contar los días que hacía que Julieta se había marchado. Eran 207, me tumbé en el sofá y pensé; que juego más ruin jugar así con la ilusión de las personas. El minutero daba su última vuelta, antes de cambiar de día. Caí en la cuenta, que la lluvia se había llevado mi sueño al borrar el título y el autor del libro. Metí la mano a los bolsillos para esperar al nuevo día. ¡Hostias el marcapáginas! Saqué el papel a todo correr, empecé a leer a toda velocidad y terminé, justo cuando las agujas se besaron.
Oí ruidos en la cocina, y antes de que me levantara, la voz de Julieta me llamaba para cenar.
-¡Qué historia tan bonita Damián!, ha merecido la pena escucharla, gracias, amigo.
-Espera, seguro que tú tienes algún motivo para leerlo.
De la chaqueta sacó el libro, el marcapáginas sobresalía de entre las hojas. La portada ya no estaba en blanco, con letra de caligrafía se podía leer en letras escritas con pan de oro. <<La magia, tu compañera>>
Felices fiestas.
En estas navidades regala magia, regala cultura.
Alberto Allen del Campo
Sobre Alberto Allen del Campo 11 artículos
Escritor de relatos

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