Un ruso de 4,95 pesetas

Eran poco más de las siete de la tarde de un frío día de diciembre de 1955 en la ciudad de Santander. Los chavalillos, salían atropelladamente de los bajos parroquiales. Habían recibido su dosis diaria de catequesis que, a juicio del cura, debía de prepararles hacia la  Primera Comunión en principio, y al Cielo algún día. No obstante para “Chuchín” y los otros críos, aquello no era más que el medio para obtener los vales de 50 cts. que les daban derecho a ver una película gratis en el cine de la Escuela Nacional. 

Fuera, junto a la puerta, un grupo de críos más mayores esperaban, entre chanzas, y empujones, la salida de los más pequeños, para arrebatarles los codiciados vales. 

Chuchín salía muy contento porque había conseguido dos. Uno por asistencia, y el otro por haber contestado bien a la pregunta de la señorita catequista: 

-¿De quién viene el nombre de cristiano? 

-El nombre de cristiano viene de Cristo, nuestro Señor. 

-Chuchín, por precaución, guardó uno de los vales en el bolsillo de la chaqueta de pana marrón, que llevaba. El otro lo apretó con fuerza en su mano derecha, que escondió en la espalda. 

Apenas había llegado a la puerta, entre un mar de brazos y empujones, sintió que una mano palpaba con rapidez el interior del bolsillo donde había guardado el vale. Se volvió a tiempo de ver que Lorenzo, a quien todos apodaban “El Judas”, escapaba con el vale robado de su bolsillo. Aquello le encorajinó de tal manera que no pudo por menos que ponerle la zancadilla cuando pasaba por su lado. “El Judas” se estrelló contra el pavimento encementado, haciéndose un daño enorme en las múltiples postillas que adornaban sus rodillas, tan mugrientas y delgadas que más bien parecían las de un borrico viejo. Aprovechando el momento, Chuchín se abalanzó sobre él y consiguió rescatar el preciado vale. Varios chavalillos se arremolinaron alrededor de “El Judas” caído y comenzaron a mofarse de él, cantando a coro la canción que le mortificaba: ¡Judas Iscariote, que mataste a tu padre con un garrote! 

Chuchín se alejó corriendo de la Parroquia, hasta encontrarse lo suficiente lejos para no temer la represalia de “El Judas”. Cambió su veloz carrera por un ligero trote, mientras pensaba lo mal que se había portado “El Judas”. Seguro, pensó, que no debía de acudir mucho a la catequesis, pues sino, hubiera aprendido que existe un Mandamiento de la Ley de Dios que dice: “No robarás”. Bueno, rectificó, a lo mejor si iba  a la catequesis, pero estaba distraído.  

Al rato de caminar, se paró en la cartelera del Cine Cervantes. Los fotogramas presentaban mostraban a dos hombres peleando a puñetazos en presencia de una señorita rubia, muy guapa. Que fumaba un cigarrillo en una pipa muy larga, y llevaba unas faldas que dejaban ver sus rodillas. Tal vez, pensó Chuchín se pelean por haberse robado los vales. Aunque aquella señorita no se parecía en nada a la catequista, gorda y con bigotes. Fijó más la atención en la rubia y remachó para sí: desde luego que no se parecen en nada, esta se ríe y hasta tiene rodillas.  

Continuó calle arriba, hasta que su respingona nariz comenzó a retorcerse en todas las direcciones al percibir un dulzón olor a pasteles. Unos pasos más adelante, junto al cine, llamado “Gran Cinema”, una pastelería dejaba escapar tan embriagadores efluvios cada vez que algún cliente abría la puerta acristalada. Chuchín pegó su nariz al escaparate tanto como pudo, hasta parecer un boxeador de lo apretada que la tenía sobre el cristal. Fue posando sus ojos de bandeja en bandeja. Rebosaban todas ellas de pasteles colocados de manera ordenada. En el centro de cada bandeja un cartelito anunciaba el nombre y el precio. Chuchin los fue leyendo muy despacio: Palmeras a 1,95 ptas., Turcos, enteritos de merengue blanco, a 2,95 ptas. Nuris, bañados de chocolate a 3,95 ptas. Trago la  saliva que profusa acudía a su boca. De repente todo se nubló ante él por la condensación de su aliento sobre el cristal, empañándolo. Limpió un trocito circular del cristal con la manga de la chaqueta y volvió a apretar su naricilla contra el cristal. En el fondo del escaparate, en un plano superior a los demás, una bandeja albergaba en forma de torre, no menos de dos docenas de apetitosos pasteles, color blanco y crema. Que leyó como Rusos a 4,95 ptas. ¡Esos eran los que más le apetecían! ¿Qué sabor tendrían’ seguro que a gloria. A gloria  o al  maná ese que decía la Historia Sagrada que alimentó a Moisés y su gente por el desierto. Estos Rusos tenían forma de rectángulos, o mejor de paralelepípedos, como explicaba la geometría de su Enciclopedia. Parecía que estaban hechos de capas alternas de mantequilla, almendra molida y coco, o quizá era polvo de azúcar, le pareció a él. 

Chuchín introdujo la mano en el bolsillo derecho de su pantalón, pero, ¡qué desilusión! Solo tenía nueve “perras gordas”, cinco “perras chicas” y los dos vales, y estos que el supiera no servían para comprar pasteles. Las tripas le hicieron un ruido especial, parecido al ronroneo de un gato cuando está feliz, pero más fuerte. También ellas debían de haber percibido el olorcillo de los pasteles. La saliva no cesaba de afluir a su boca. Nuevamente se empañó el cristal. Ahora tenía la nariz blanquecina de la falta de riego de tanto apretarla contra el cristal. Pensó que si tal vez frotaba las perras con su saliva y un trozo de ese cristal azul que llamaban sulfato de cobre, las podría convertir en pesetas rubias para intentar colarlas, pero su menor peso las delataría, así que apartó semejante pensamiento y continuó caminando hacia su casa. 

A medida que caminaba, sus pensamientos se entremezclaban haciéndose más confusos. El asunto de “El Judas”, el por qué los vales valían para el ir al cine pero no para comprar pasteles. Y sobre recordaba los pasteles que había visto y sus precios todos acabados en 95, cosa que no entendía bien. Debían de ser asuntos raros de los adultos que él no alcanzaba a comprender. Con lo fácil que es escribir una cifra exacta, sin decimales… 

Todos estos pensamientos, los interrumpió al oír a su lado una voz de mujer que le preguntaba: ¿Quieres un pastelito, mi niño? 

Chuchin ya iba a dar un sí rotundo, salido de lo más profundo de su estómago vacío, cuando recordó lo que los chavales de su barrio contaban sobre los “sacamantecas” que engañaban a los niños con dulces para llevarles a sitios oscuros y solitarios donde les sacaban las “mantecas” para luego hacer medicinas con ellas para las personas mayores. Claro que, a lo mejor aquella señorita no era una “sacamantecas”- se dijo- Incluso se le parecía un poco a la rubia del cartel de cine, con su bonita sonrisa. La cara de Chuchin se puso roja como un tomate y algo en el pecho comenzó a golpear con fuerza. Aquella señorita dejó en sus manos un paquetito toscamente envuelto, y sonriendo le dijo que no tuviera vergüenza en cogerlo, porque ella ya había comido varios y no quería engordar.. 

Sin atreverse a dar las gracias, Chuchín continuó calle arriba con el paquetito en las manos, hasta que por fin se decidió a abrirlo. Sintió una sacudida en todo el cuerpo, como un estremecimiento o quizás fueron sus tripas que se retorcieron más de  lo ordinario. Con manos nerviosas, procedió a desdoblar el papel, impreso en múltiples letreros con el nombre de la pastelería elaboradora, que se hacían más visibles por las manchas de mantequilla que les impregnaba. Al apartar el último doblez, sus ojos no daban crédito a lo que veían: ¡nada menos que un ruso de 4,95 pesetas, idéntico a los que acababa de ver en el escaparate. 

Ya no pensó más en lo ridículo del letrero y tanto 95, ahora estaba en sus manos, dispuesto a dejarse engullir por su ensalivada boca. La verdad es que, bien mirado, así de cerca, si que tenía aspecto de pastel de 4,95 ptas. 

Definitivamente, se dijo, aquél era su día de suerte. Ya no recordaba a “El Judas”, solo saboreaba, muy despacito, un Ruso de 4,95 ptas.   

F I N

Sobre Jesús Gutierrez Diego 32 artículos
Ingeniero Técnico Químico. Nacido en Santander, residente en Las Palmas de Gran Canaria. Escritor. Recibe diversos premios en relato tanto infantil y juvenil como adultos. En 1971 publica con Isaac Cuende el libro de poemas "Carne Viva" como consecuencia es procesado en Consejo de Guerra y cumple año y medio de condena. Sigue publicando y recibiendo premios diversos.

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