Votar

En alguna ocasión, me ha dado en pensar que el voto, no me refiero sólo a su sentido ideológico, puede describir a la persona que lo ejercita, por supuesto, también a la que no hace uso de ese derecho. Hablo del proceso previo a su ejercicio, es decir, a la actitud y a la intención con la que se realiza o no.
Buena parte de mi etapa como docente la he ejercido bajo el paraguas de la psicología cognitiva, desde la que se acuñó el término «aprendizaje significativo». Dicen los manuales cognitivistas que es condición necesaria, para que éste se produzca, que el sujeto vea el «sentido» y la «utilidad» del objeto de aprendizaje. Dicho de otra manera: un sujeto aprende significativamente algo cuando lo ha ubicado en algún lugar importante de su experiencia vital, a partir de aquí, intuir su instrumentación vendrá como añadido.
La democracia -el voto como materialización de la misma- necesita de un aprendizaje significativo, individual y colectivo y viceversa, que los dos planos se retroalimentan. Si el individuo, como tal, interioriza significativamente la Democracia, luchará por alcanzar o conservar un sociedad democrática. Si una sociedad se desarrolla democráticamente, priorizará la educación democrática de los individuos que la componen. Me he preguntado en muchas ocasiones si la sociedad española había hecho un aprendizaje significativo de la Democracia y, sobre todo, en qué grado, porque tengo muy claro que éste, como la mayoría de los aprendizajes complejos, requieren de un proceso que se me antoja indefinido. Creo que la expresión «tradición democrática» hace referencia a ello.
En resumidas cuentas, el voto, el ejercicio de nuestro derecho, necesita de un aprendizaje significativo, es decir, que el individuo que lo ejercita sea consciente, se haya planteado su «sentido» y «utilidad». Llegados a este punto, el no ejercicio del derecho al voto, ¿puede responder a una reflexión previa sobre éstos? Desde luego, puede ser que el individuo tenga la conciencia de que no está dentro de una democracia plena y, por lo tanto no los vea. Es más, puede ser que el hecho de no hacerlo sea un ejercicio democrático o testimonial de la ausencia de democracia. No participar en los referendum impulsados por la dictadura franquista no sólo podría ser interpretado como un acto de valentía, también de profundas convicciones democráticas. Pero, tampoco hay que irse a este extremo para encontrar degradación del voto en nuestros días dentro de las dinámicas partidistas. Determinadas consultas a los afiliados de un partido podrían ser interpretadas como un uso degradado, algo que se le suele denominar «ausencia de democracia interna«. Las causas y los formas de hacerlo son variadas y no son objeto de esta reflexión.
Sin embargo, también existe el no ejercicio voluntario del derecho a votar acrítico. Se suele y se puede dar en el individuo que no ha hecho un aprendizaje significativo de la Democracia, lo que supone que, por alguna razón, no le ha visto ni sentido ni utilidad en su vida o ni se lo planteado. Este individuo será o acabará siendo el caldo de cultivo ideal para los regímenes totalitarios. La Democracia no es un concepto absoluto, sino un proceso, una aspiración siempre por perfeccionar, por profundizar. La asunción de esa idea, difícilmente me llevará a la negación del voto.
Finalmente hay un caso excepcional, pero no menos doloroso, el del «no voto» intestinal o irracional. Es decir, un individuo al que se le supone un aprendizaje previo significativo de la Democracia, deja de ejercer su derecho puntualmente por una cuestión afectiva, que, incluso, a veces, puede estar revestida de un cierto barniz ético, aunque como intentaré demostrar, puede chocar contra la propia ética.
Pensemos en la siguiente situación que parece anunciarse tras la traumática «unión electoral» de los partidos de izquierda. Si uno husmea las redes en estos momentos, fácilmente observará la polarización que se ha producido en torno a la figura de la Ministra de igualdad doña Irene Montero. Su supuesto «veto» ha creado una reacción inmediata entre las personas partidarias de su presencia en puesto relevante que, al considerarlo como traición o injusticia -principios éticos- les lleva a plantearse el no voto o el voto testimonial a una propuesta electoral que se sabe previamente que no obtendrá representación. Igual podríamos intuir si hubiera ocurrido el caso contrario entre los no partidarios de la presencia en las listas de la Ministra Montero.
Me pregunto si es ética esta actitud, porque se podría dar la paradoja de que, por contentar a las vísceras, se esté atacando de lleno aquello por lo que ha luchado la propia Ministra de igualdad, haciendo que mi abstención o no voto favorezca a aquellas formaciones que no apuestan por la misma o, en el mejor de los casos, despreciando el valor del mismo al dirigirlo a formaciones que no tendrán la oportunidad de luchar por ese valor.
No entro a enjuiciar aquí la presencia o no en las listas de la ministra en un puesto determinado u otro. Lo que me planteo es si esa negación o desnaturalización del voto responde a un aprendizaje significativo del mismo, es decir, a una definición previa de su sentido y utilidad.
La imagen de esta madre que mira complaciente, como su hijo parece reflexionar, mientras observa un sobre electoral, me devuelve la esperanza de que haya comenzado a hacer ya ese aprendizaje significativo de la Democracia, del derecho ineludible de votar que, espero, un día ejerza sin las tripas, sólo desde el sentido profundo del mismo y su utilidad para construir una sociedad mejor.
Juan Jurado.
Sobre JuanJ Jurado 75 artículos
Profesor de Lengua y Literatura española. Publicaciones en La prensa en el Aula. Octaedro. Cuaderno para la comprensión de textos. Octaedro. Ponente del Diseño curricular base para la enseñanza de la Lengua y la literatura española en la ESO, en Andalucía. He sido portavoz y concejal por el grupo municipal de IU en Úbeda. Actualmente no milito en ninguna organización política, pero si la calle me llama, voy.

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