Un flecha en un campamento

Me cuentan los que le conocieron cuando vino de unversitario a Sevilla a competir en waterpolo, que sus aires de superioridad, y sus pulseras enraizadas en el facherío, entonces solapado bajo la alfombra de lo que estaba por superar, llamaban ,por graciosas, la atención entre el resto de los deportistas. Presumía que sería el nuevo Estiarte, y es que siempre tuvo aires de grandeza.
Pasado el tiempo, aquel Rivera fanfarroncillo haciendo usos de su legítimo derecho a rehabilitar imagen y pasado, se ocupó de negar por activa y por pasiva, la cercanía con las Nuevas Generaciones del PP, jurando y perjurando que nunca pagó la cuota de afiliado durante los tres años del affaire. Es más, en su obsesión por permanecer con una vela a Dios y otra al Diablo, presume de estar afiliado a UGT y de haber tonteado con el partido de los Socialistas de Catalunya.
Claro, que hay mucho que rehabilitar en el pasado del hombre –dicen- que con presente presuntamente presidenciable juega sus cartas para ello. Veamos:
Rodeado de falangistas de pro, acabó por acuñar el cariñoso apelativo público de Falangito. Más allá de que se haya juntado con lo más granado de las fosilizadas siglas, el pasado podrá pasar factura a Albert Rivera, quien en 2009 concurrió a las elecciones europeas en la plataforma Libertas, junto a ultraderechistas de casposo relumbrón. Luego podemos encontrar muchas candidaturas de Cs plagadas de esos nombres. Agustín Pérez Loriente en Gijón, Jesús Francisco Paniagua en Valdemoro, o lo ocurrido en Getafe, en uno de los municipios más grandes de la Comunidad de Madrid, donde ex-miembros de Falange y del partido ultraderechista España 2000 controlaban la formación, en Murcia, Manuel Chacón candidato de Ciudadanos, encabezó en 2007 la lista de los falangistas a la Presidencia regional, o en Totana, también de Murcia, lugar en el que el número dos de Ciudadanos, Juan Carlos Carrillo, ha levantado polémica en las redes sociales por sus comentarios en los que se define abiertamente como falangista. Podríamos seguir pero ¿para qué?
José Antonio Primo de Rivera dijo: “Basta de izquierdas y de derechas. Basta de egoísmos capitalistas y de indisciplinas proletarias. Ya es hora de que España unida, fuerte y resuelta, recobre el timón de sus grandes destinos. Eso quiere y para eso os llama la falange”. Rivera abrazado a este ideario, y rodeado de un equipo sin duda incapaz de modernizar los contenidos falangistas más allá de lo imprescindible para el informativo de las  tres,  emula al maestro diciendo: ”Recorriendo España yo no veo rojos y azules, veo españoles; no veo jóvenes y mayores, veo españoles; no veo creyentes y agnósticos, -sin duda desconoce el sentido etimológico de la palabra agnóstico,- veo españoles. Vamos a unirnos para recuperar el orgullo de pertenecer a esta gran nación”.
La sabiduría popular suele ser brillante y anticipatoria a la hora de poner apelativos.
Claro que si esas declaraciones se hacen en un contexto en el que Marta Sánchez canta de fondo su chunda chunda nacional, dan todavía más miedo y mucha más risa.
Se utiliza la bandera rojigualda a modo de cobertor para ocultar ideologías poco o nada recomendables por su filofascismo. Se utiliza a modo de cortina de humo bicolor, para tapar la inmensa corrupción del PP al que Cs apoya en el Parlamento. Se utiliza también para agitar el mástil del 155 contra el gobierno de los catalanes. Se cubren a la postre, políticas de obstruccionismo a la reversión de los derechos perdidos por las clases populares, en los tiempos del rodillo del PP, convirtiéndose ahora Cs en engranaje indispensable para el desarrollo de la involución de la derecha.
Aquel flecha en el campamento juega como su antecesor Primo de Rivera, a querer borrar los límites del campo, anulando la realidad de las líneas que definen las políticas de izquierda de las de derechas. Ahora para él todos somos españoles y muy españoles, vestidos de la OJE y con la Sánchez cantando el chuda chunda. Ahora es tiempo de pos-verdades pero, no se olvide el señor Ribera, Alberto con las gafas de la españolitud suma, que siempre es tiempo de decir basta, de decir que NO, y de invitarle a que se vuelva a aquel campamento del que nunca debió salir.

Víctor Gonzalez

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