El rey bribón y sus súbditos idiotas.

Sí, idiotas, del latín idiôta y este del griego  ἰδιώτης idiôtes; tonto o corto de entendimiento. Pero no se me alteren con conclusiones precipitadas, porque ni estoy insultando al conjunto de los ciudadanos españoles, ni lo hago tampoco a aquellos que lejos de conformarse con ser simples ciudadanos con derechos y obligaciones respecto a la ley, tal y como prescribe el apartado 1 del artículo 9 de la Constitución del 78, Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico, prefieren considerarse súbditos, es decir, individuos que se sienten más sujetos a la autoridad de un superior al que obedecen en su condición de tal, que al ordenamiento legal que regula los derechos y obligaciones de dicha autoridad superior, en este caso, y puesto que la misma constitución establece que nuestra forma de gobierno es una monarquía constitucional, el rey de España.
De los primeros, entre los que me incluyo porque no me queda otra, parece haber un consenso generalizado acerca de que asistimos estupefactos e indignados a partes iguales ante al regreso de Juan Carlos de Borbón a España tras haber asistido a la más que anunciada perfomance con la que la
Justicia del Reino ha sobreseído todas y cada una de las causas que se le imputaban al rey emérito por haberse aprovechado de su situación para cobrar comisiones millonarias que luego iban a parar a paraísos fiscales con el fin de burlar al fisco español. Pocos, por no decir nadie, de los que nos consideramos simple y llanamente ciudadanos, podemos obviar el hecho de que el rey emérito no ha demostrado su inocencia de los delitos que se le imputan, sino que se ha librado de ellos gracias a la pirotecnia procesal que la Justicia del Reino ha confeccionado a su gusto para, amparándose en la inmunidad total que tenía durante el tiempo que estuvo en la jefatura del Estado y, tras haber
dilatado los procesos judiciales todo lo posible para que acabaran prescribiendo aquellos delitos ya al margen de la susodicha inmunidad real. Así pues, insisto, pocos o nadie de los españoles que se sienten y saben ciudadanos a secas, tenemos dudas de que el Emérito se ha ido de rositas gracias a un apaño confeccionado desde las instancias del Estado como la Casa Real, el Gobierno de España y la Fiscalía y Judicatura. Una perfomance ante todo mediática para que esa ciudadanía a la que me refiero creyera que se hacía algo cuando en realidad todo lo que se hacía era para que no pasara
nada. Y lo peor de todo, es que tampoco nadie, o muy pocos, estaban convencidos de que esta vez podía ser de otra manera. El Estado español simplemente se ha confabulado con todos sus medios al alcance para proteger el pilar más importante sobre el que se sostiene todo el tinglado de la Constitución del 78 y que no es otro que la figura del Rey, ya sea emérita o no, pues, de haber acabado condenado al Bribón eso habría supuesto la necesidad de cuestionar todo lo que ha ocurrido durante el reinado de éste, lo cual vendría a ser lo mismo que cuestionar todo el sistema. Así pues, no es que los ciudadanos seamos idiotas, que no lo somos, simplemente nos vemos impotentes ante los tejemanejes de los que nos gobiernan con el fin de salvaguardar un sistema que nos han vendido y venden durante décadas como
el mejor que se nos podía haber concedido, la garantía de paz, seguridad y progreso a la que ninguna persona sensata debería estar dispuesta a renunciar porque nunca hemos conocido a lo largo de nuestra Historia un periodo mejor, y si no, ahí están los libros de Historia para demostrarlo, claro que debidamente confeccionados para ahondar en la idea.
Con todo, tampoco son idiotas los súbditos de corazón, los convencidos hasta el tuétano de las excelencias de la institución monárquica por las razones que fueran y de las que dudo que haya alguna que tenga que ver de veras con una lógica verdaderamente democrática. No son idiotas porque son sinceros en sus convicciones monárquicas por muy alejadas que estén estas de esa verdadera lógica democrática a la que me refería antes y que se sustenta en el principio de que es imposible por principio concebir la monarquía constitucional como un sistema verdadera y hasta escrupulosamente democrática desde el momento en que la jefatura del Estado no se elige, ni directa ni indirectamente, por los ciudadanos sino que corresponde en propiedad a los herederos de una familia privilegiada por la razones que fueran, si bien en nuestro caso es obvio que por una especie de maldición histórica que nos ha condenado a soportar a una dinastía de monarcas ineptos, Carlos IV, cuando no obtusos y fanáticos,
Fernando VII, siempre corruptos, Isabel II como la mayor de todos, y siempre, siempre, profundamente reaccionarios, Alfonso XIII a la cabeza, durante siglos: los Borbones. ¿Pero por qué los defienden entonces? Porque la monarquía representa el mundo en que ellos consideran que tiene sentido su existencia por las razones que sea, desde las exclusivamente idealistas o románticas,
dicho en plata, porque les pone y mucho la idea de ser súbditos y no simples ciudadanos, ya sea para fantasear con que sus títulos nobiliarios siguen teniendo cuanto menos un valor simbólico que los eleva sobre la plebe, o acaso por aspirar a poder sentirse algún día como aquellos a los que admiran
porque consideran que siguen formando la plana mayor de las élites del país.
Una idea de lo más absurda, pero que casos como el de las famosas comisiones del hijo del Duque de Feria, los años del “mamandurriato” de la condesa consorte de Bornos, y otros muchos, hacen creer a aquellos que tienen el espíritu de lacayos más acusado que donde se corta el bacalao de verdad en el Reino de España sigue siendo entre esa clase alta de aristócratas, y sin que importe mucho cómo o cuánto venidos a menos, con sus contactos entre las grandes esferas y, muy en especial, con el poder político gracias a esa extensa red de parientes o simples conocidos con favores a devolver que ofician de conseguidores a todos los niveles. Pero, no quiero que se me malinterprete, porque no estoy hablando de una clase social concreta, ni mucho menos, sino más bien un concepto absolutamente transversal que hace que haya súbditos convencidos no solo entre los Cayetanos del barrio de Salamanca de Madrid y sus correspondientes sucursales en cada una de las capitales de provincia de España, sino en todas las capas sociales españolas, hasta entre las más humildes, desde el momento en que ese gentío que recibe a los reyes durante sus visitas a cualquier punto de la geografía española con loas y banderitas rojigualdas está formado por gente de todo tipo y condición.
Esa es la España monárquica de veras, la que sostiene la ficción de una dinastía amada por su pueblo y permite que políticos como el alcalde de Madrid, un tal Almeida, pueda entregar las llaves de la ciudad al Emir de Catar, una monarquía absoluta donde las mujeres son ciudadanos de segunda, los homosexuales perseguidos y los trabajadores extranjeros mantenidos en régimen de semiesclavitud, entre otras lindezas más, –y eso tras negársela como homenaje póstumo a la escritora Almudena Grandes por roja y poco más- con un discurso en el que resume a las claras cuál es la idea que los súbditos españoles tienes de la monarquía como institución, y que, vaya por Dios, no es precisamente la misma que la de las monarquías escandinavas que tanto les gusta o gustaba poner como ejemplo:
El emir en Qatar y el rey en España han sido cruciales a la hora de poner en marcha el motor del cambio y mantenerlos en la dirección idónea para el bien de nuestros pueblos. Qatar y España son dos argumentos contra los que creen que las monarquías son cosas del pasado: muy al contrario, su capacidad de transformar y catapultar las sociedades hacia delante esincontrovertible”
Vamos, que lo de la defensa de los valores democráticos y el respeto a los derechos humanos como si fueran pejigueras de sociedades como las escandinavas, nada que ver con el modelo de monarquía que debería inspirar la española cuanto menos. Se diría que a con tal de que se puedan
construir de la noche a la mañana rascacielos sobre el desierto y organizar mundiales de fútbol a golpe de talonario gracias al petróleo, ya le vale. Una visión tan utilitarista de la monarquía que ni siquiera es una anécdota, todavía menos un desliz de un asesor del alcalde al redactarle el discurso, sino más bien la verdadera razón que inspira a tantos políticos como él a adjudicarse la condición de súbditos sin rubor alguno. De hecho, solo hay que acudir a las declaraciones de un político de la ultraderecha, pues si alguna virtud de chichinabo hay que reconocerle a esta gente es la de decir alto y claro lo que nunca se habían atrevido a decir cuando la mayoría todavía estaba en el PP, para saber en qué consiste realmente su lealtad sin fisuras a la Corona. Me refiero a las declaraciones del dirigente de VOX, el señorito Iván Espinosa de los Monteros, cuando para justificar lo mucho que se le debe al Emérito y por lo que se le debería dejar que volviera a España como si no hubiera pasado nada –lo raro es que no exigiera que se le pidiera perdón por el calvario que según él ha padecido durante estos dos últimos años de exilio forzado, tal y como ha insinuado en otras ocasiones- decía lo siguiente: Los viajes de Juan Carlos I aportaron más de 62.000 millones de euros y crearon más de 2,4 millones de empleos; De lo que hay que colegir que, teniendo en cuenta todo lo que nos ha aportado el Bribón gracias a sus gestiones internacionales, pedirle cuentas por las comisiones millonarias que se ha llevado a paraísos fiscales es poco más que de miserables, resentidos, mezquinos. Al fin y al cabo, para qué andarnos con rodeos, nos viene a decir Ivantxo, estamos hablando decalderilla.
Pues lo dicho, esa y no otra es la razón de la existencia de tanto súbdito de corazón, la convicción de que el rey no es solo la máxima figura representativa del Estado español, sino sobre todo el principal comisionista de los intereses de ¿España? Sí, entre interrogaciones, porque, recordemos,
cuando esta gente habla de los intereses de España en realidad está hablando de los de sus empresas en exclusiva y la amplia red de comisionistas por debajo del rey en particular. Ellos, por supuesto, nos lo seguirán vendiendo con la pamema esa liberaloide de que si los de arriba se benefician de la tarta tarde o temprano tendrán que llegar las migas a los de abajo. Que nos lo creamos ya es cosa de la infinita ingenuidad o no de cada cual.
Y por eso también ha salido la derecha en tromba a defender el derecho de Juan Carlos a regresar a España como si no hubiera pasado nada, como si el sobreseimiento de sus causas por prescripción no significara que el delito síha existido. Salen a defender a uno de los suyos, al capo de capi de todo un
sistema de corruptelas relacionadas con las comisiones ilegales de todo tipo que ha caracterizado toda una época en España con el principal partido de la derecha como protagonista. Si se absuelve al Emérito de lo suyo, también se absuelve al PP y a todos los suyos como una organización criminal constituida
para cometer delitos según refleja la famosa sentencia que provocó la moción de censura que derrocó al gobierno de Rajoy. Así que como para no recibirlo con los brazos abiertos, si se le perdona todo al Bribón la conclusión no puede ser más clara: estamos todos perdonados. De ahí el entusiasmo de políticos
como el sucesor de Feijoo en la presidencia de la Xunta de Galicia, un tal Rueda:

Es una buena noticia, y además es una buena circunstancia que el emérito haya elegido Galicia. Ahora mismo tiene todo el derecho a venir y a elegir cualquier lugar de España. Mucha gente piensa lo mismo, puesto que no tiene ninguna causa pendiente con la justicia y tiene todo el derecho a estar aquí”.
De modo que yo solo veo coherencia en los súbditos de corazón, los cuales ya tienen bastante demérito con serlo como para que encima les coloquemos el adjetivo de idiotas. Porque los idiotas de verdad son otros, son aquellos como la vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, que un día se declara republicana de corazón y al día siguiente justifica el veto de su partido a la comisión de investigación sobre los 100 millones de dólares depositados por el monarca en Suiza, aparte, claro está, de hacer una encendida defensa de la monarquía como ejemplo de la lealtad de su partido a la Constitución del 78. Porque Adriana Lastra es el ejemplo claro de ciudadanos que dicen ser una cosa y luego se comportan como la contraria, que presumen de valores republicanos, incluso del legado de su propio partido durante la II República española y la Guerra Civil, y llevan sosteniendo al Bribón durante décadas tras inventarse la pamplina esa de que ellos no son monárquicos sino juancarlistas…Mentira, porque, una vez que Juan Carlos se reveló ante la opinión pública -porque sus andanzas y proezas eran bien
conocidas por los diferentes gobiernos socialistas desde Felipe a Zapatero– como lo que verdaderamente era, un bribón que se aprovechó de su posición para atesorar una de las fortunas más grandes de entre todas las casas reales habidas y por haber, el PSOE solo tenía que haber dejado caer al rey y proponer un referendo sobre la monarquía; nunca antes había existido una ocasión más propicia. Sin embargo, no solo no lo hicieron, sino que fue el propio Rubalcaba quien diseño toda la operación para que el Bribón abdicara en su hijo y hacer creer así a la ciudadanía española que no había sido un problema ligado a la existencia misma de la institución monárquica sino al de una persona concreta, Juancar, que entonces, y como quien dice del día a la noche, pasaba de ser el tío más campechano y provechoso del reino al bribón que ahora todos conocemos. Una vez más el famoso se vogliamo che tutto
rimanga come è, bisogna che tutto cambi, “gatopardismo” en vena porque no podía ser de otra manera con PSOE, la segunda pata sobre la que se sostiene esta Segunda Restauración Borbónica que resulta de la Constitución del 78. Y sin embargo, parece ser que todavía hay socialistas, militantes o no, convencidos de ser republicanos de corazón cuando en realidad son monárquicos de facto, o lo que es lo mismo, más súbditos que ciudadanos. Y con ellos millones de españoles que afirman a diario ser republicanos por puro sentido común delante de todo aquel que le requiera por el tema; pero, que a continuación también aseguran que mejor dejar las cosas como están porque tampoco están tan mal y si se cambia algo siempre puede ir a peor.
Esos y no los otros, son los súbditos idiotas a los que me refería al comienzo, los que dicen no serlo pero luego se comportan como los más eficaces de todos dado que, lo queramos o no, son la inmensa mayoría de la ciudadanía española. Una mayoría tan conservadora y apocada, acaso como suelen serlo todas en sociedades que como la nuestra disfrutan de tal grado de prosperidad, por muy relativa o cuestionable que pueda resultar esta para muchos, siquiera ya solo en comparación con la de países de otras latitudes por lo general más al sur, que por supuesto que se escandaliza e indigna cuando descubre que la máxima autoridad de su país es un bribón con todas las letras. Sin embargo, y aunque también sabe o acepta que la institución monárquica es en sí misma un anacronismo histórico por muy ejemplares que parezcan ser otras monarquías constitucionales, también por lo general más al norte, jamás moverá un dedo para promover un referendo vinculante por lo que ya he señalado de “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Mejor súbdito idiota que ciudadano de una república impredecible y, sobre todo, en manos de vete a saber quién. ¿Por qué? Pues porque ya se ha encargado el sistema resultante de la Transición española, tanto de idealizar la monarquía pese a los desmanes del Bribón y volviendo a santificar la figura de su hijo a toda pastilla como antes habían hecho con el padre, “este sí, está mejor preparado, es más serio, la mujer lo tiene mejor atado…”, como en demonizar por todos los medios el único periodo histórico de la Historia de España donde fuimos una verdadera democracia con todas las de la ley tal y como lo establecía la Constitución de 1931, la de la Segunda Republica Española.
Porque solo hay que fijarse cómo se enseña dicho periodo republicano en las escuelas, como una época de conflictos continuos y violencia a todas las escalas, el cual derivó, casi que inexorablemente, en una guerra civil de la que resultó la longa noite de pedra de cuarenta años que un poeta gallego, Celso Emilio Ferreiro, llamó al franquismo, y tras la muerte del dictador en la cama ya por fin la luz gracias a los buenos oficios del rey Juan Carlos I, que es como será recordado en el apartado enciclopédico correspondiente con unas pocas líneas hacia el final que puede que hagan alusión a sus problemillas con el fisco cuando ya era un anciano chocho. Demonización sí, porque cuando se habla de los problemas y conflictos de la II República Española casi nunca se recalca, al menos no como se debiera, tanto sus logros democráticos y sociales como que fueron los antirrepublicanos quienes hicieron labor de zapa para derribarla desde el primer momento, así como que la Guerra Civil fue culpa de la decisión unilateral de unos militares auto designados como salvadores de su patria, y devotos monárquicos como el propio Francisco Franco, y no la consecuencia inevitable de una legalidad republicana acosada a derecha e
incluso a izquierda.
De ese modo, y por triste que parezca, a la vez que presuntuoso, lo reconozco, no me queda otra que asegurar que en España los verdaderos republicanos, siendo estos aquellos ciudadanos dispuestos a celebrar un referendo sobre la jefatura del Estado mañana mismo con el objetivo de que prevalezca la opción republicana, somos cuatro. Peor aún, no solo somos cuatro, sino que, a la vista de lo que cunde entre las clases más conservadoras y pudientes del país, tampoco existen republicanos de derechas al estilo de un Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la II República Española. De ese
modo, resulta casi imposible imaginar una alternativa a la monarquía constitucional que fuera realmente transversal para poder cuajar del todo. No la hay porque, entre los súbditos de verdad o convicción y esos otros idiotas convencidos de que el cambio de un día para otro en la concepción de la jefatura del estado supondría una hecatombe para el país de dimensiones bíblicas, no hay campo de maniobra, como bien sabe, no ya el PSOE, el cual insisto en que es un partido monárquico por muy auto engañados que estén muchos de sus militantes y simpatizantes, sino la izquierda alternativa al
socialismo borbónico, Unidas Podemos, que de momento ha conseguido alcanzar cuotas de poder por primera vez desde el comienzo de la Transición, pero que se cuida muy mucho de incluir la causa republicana entre sus prioridades programáticas por si acaso, vamos, que tampoco toca para ellos.Así que no, España mañana no será republicana y tampoco atisbo a vercuándo. Dadle las gracias, si eso, a Rubalcaba.

Txema Arinas
Oviedo, 20/06/2022

Sobre Txema Arinas 23 artículos
Escritor español (Vitoria-Gasteiz, 1969). Reside en Oviedo. Licenciado en historia y geografía por la Universidad del País Vasco. Ha vivido en Francia, Irlanda y Venezuela, y aprendió varios idiomas. En los últimos años ha trabajado como profesor de secundaria y además ha desempeñado diversos cargos en la empresa privada. Ha publicado las novelas Los años infames (2007), Gaitajolea (2007), Anochecer en Lisboa (2008), Euskara Galdatan (2008), Maldan Behera Doa Aguro Nire Bihotz Biluzia (2009), Zoko Berri (2009), El sitio (2009), Azoka (2011), Borreroak baditu hamaika aurpegi (2011), Muerte entre las viñas (2012), Como los asnos bajo la carga (2013), En el país de los listos (2015), Testamento de un impostor (2017), Historias de la Almendra (2018) y Los tres nudos (2019), y los ensayos Sabino Arana o la identidad pervertida (2008) y El imposible perdido (2012). Ha colaborado como articulista en el periódico Berria, las revistas Grand Place y Hegats, las revistas digitales Solo Novela Negra y Zubyah, de la asociación cultural Punica Granatum.

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