ERA UN ROSAL DE RICA MIEL

La historia me la contó una vez alguien porque, según me dijo, se la habían contado hacía ya muchos años gentes a las que se la habían contado.
Cuentan que hubo un rosal que daba miel. No, no piensen que ese rosal había nacido en un jardín idílico, de fresca hierba y fuentes de cristalina agua, nada más lejos de ese onírico lugar. El rosal nació en una tierra tan árida como abandonada. Sólo la roturaban escuálidos arados y la regaba el sudor de laboriosas frentes. El rosal asomó su diminuto tallo a la sombra de un olivo milenario.
Y no fue fácil, porque fueron muchas las adversidades que tuvo que soportar en forma de inviernos gélidos y calurosos estíos… Ellos fueron los que le dieron su resistencia, su arrojo, su tenacidad para preservar la belleza que atesoraba dentro, desde el primer esqueje.
De esta forma, llegó la esperada primavera, dando a la luz su primera Rosa, de pétalos aterciopelados y blancos. En su sabia, llevaba injerta la fuerza para resistir la lluvia, el viento, el sol…, y fue capaz de mantener su frágil hermosura hasta que la vida le deshojó el último pétalo. Las abejas libaron su polen de sabor intenso.
Retornaron los fríos, y el rosal mostró al tiempo sus desiertas espinas. Parapetado en ellas, esperó el regreso de la primavera. Tampoco hubo manos que lo cuidaran, pero cuando el viento se hizo brisa, el temporal fina lluvia y la mirada del sol se fue deshaciendo de sus legañas, el rosal dio a la luz una Rosa blanca y otra roja, las dos con los pétalos de terciopelo y aroma de fruta fresca. La Rosa blanca regaló a la Rosa roja su fuerza y su resistencia y ésta, en reciprocidad, como vasos comunicantes, se las devolvió con una capacidad inimaginable para amar. Las abejas libaron su polen intenso y aromático.
Y en ese devenir eterno y circular que dibuja la vida, sus pétalos cubrieron de color la tierra madre y el manto blanco del frío que trae la muerte, que esconde la vida, volvió a dejar sus espinas al desnudo, como recuerdo del dolor que engendra la belleza. Así, nuestro rosal, paciente, esperó una nueva primavera. No faltó a su cita y, con ella, dio a la luz tres rosas: una blanca, una roja y otra violeta. Como hijas de la misma madre, la primera ofreció a las demás su fuerza y resistencia, la segunda, su capacidad para amar y la tercera, su irresistible poder para soñar, para imaginar la eterna primavera.
Y cuentan los que me lo contaron que aquel rosal que nació en una tierra tan árida ya nunca perdió sus rosas, porque sus pétalos de terciopelo se hicieron memoria imperecedera.
Dicen que las abejas libaron de ese polen intenso y afrutado y su miel dio a todo el que la probó la fuerza para levantarse tras cada derrota, la capacidad para amar sin límite y el poder para soñar.
A mi hija.
Juan Jurado.
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Profesor de Lengua y Literatura española. Publicaciones en La prensa en el Aula. Octaedro. Cuaderno para la comprensión de textos. Octaedro. Ponente del Diseño curricular base para la enseñanza de la Lengua y la literatura española en la ESO, en Andalucía. He sido portavoz y concejal por el grupo municipal de IU en Úbeda. Actualmente no milito en ninguna organización política, pero si la calle me llama, voy.

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