Cuando hablamos de exilio solemos referirnos al producido en los últimos días de enero y principios de febrero cuando las tropas golpistas se acercan con paso bravo a Barcelona mientras la caía de Madrid es inminente. Es el momento en que cantidades ingentes de personas comienzan la terrible andadura del exilio hacia Francia, en busca del cobijo y el amparo que los galos negaron. Durante los tres años de guerra han ido cayendo las ciudades y los pueblo provocando el corrimiento de personas hacia lugares seguros. En el principio fue el propio gobierno quien abandonó Madrid camino de Valencia como forma de salvaguardar las instituciones y conseguir que el país siguiera defendiéndose de las tropas golpistas. Se regresa a la capital cuando se ve que resiste más de lo pensado, pero conforme se conquistas territorios el exilio va en busca de lugares seguros.
El Mediterráneo es la última fase de una contienda que se supuso perdida desde que el frente Norte cayó, las potencias democráticas abandonaron a la República y los dos países más poderosos de Europa, Alemania e Italia, con sendos gobiernos hermanos al propiciado por el general Franco, apoyaron sin fisuras a las tropas golpistas. En los puertos de las ciudades del Levante español se agolpaba gente desesperada que tenía la lúgubre certeza que de quedarse en el país, el paredón y las vejaciones más infames, serían el único futuro.
Desde Barcelona salen camino de Portbou las ultimas almas que atraviesan los Pirineos con lo poco que pueden cargar y la esperanza de encontrar acomodo en la Francia de la Liberté, Igualité y Fraternité. Tal como sabemos, fueron campos circundados por alambradas y playas inhóspitas, sin cobijo ni letrinas ni nada que amparase a los refugiados que se calculan en aproximadamente, 300.000 solo en Argelés. Se calcula que fueron del orden de 600.000 personas las que salieron de España en esos últimos momentos de la contienda camino de los campos habilitados por Francia.
Para ellos comienza una terrible etapa de confinamiento en las gélidas playas sin ninguna protección, ni letrinas, ni cobertizos que llegarán al cabo de varias semanas. Dormirán sobre la húmeda arena, harán las necesidades fisiológicas en la orilla del mar, que el viento volteará hasta la playa cada poco, apenas comerán un rancho insufrible mientras unos crueles guardianes senegaleses y las alambradas que circundan los campos, serán la disuasión de una soñada libertad. Habían perdido una guerra siendo recibidos con toda la crueldad posible por un país que no quería enemistarse con Berlín.
Hubo otro exilio menos numeroso, pero no por ello menos cruel. El que marchó al norte de África, llegando a las cosas de Túnez o de Orán con la esperanza de enlazar algún barco que zarpara hacia Ámerica, que era la meca soñada, tanto por el exilio francés como por el del norte de África.
La caída de Madrid se produce un veintiocho de marzo de 1939. En la enloquecida carrera por ponerse a salvo, marchan, desde diversos puntos del país que es arrasado por los invasores hacia Argelia, que es colonia francesa, aproximadamente, 12.000 españoles en busca del asentamiento en un país amigo. Otros caminan hacia Túnez como es el caso del padre de nuestra interlocutora, María García, que a las órdenes de Bruno Alonso, ha dirigido el Méndez Núñez con la carga humana de refugiados hasta el norte de África con la intención de ponerlos a salvo.
Durante los últimos días se ha producido una salvaje lucha por encontrar un lugar en los barcos que zarpan hacia la supuesta libertad. Todo lo que flota sirve, con el peligro que entrañan las aguas internacionales sembradas de minas y con barcos y submarinos enemigos al acecho para bombardear al pasaje que huye desesperado.
En el magnífico libro de Eulalio Ferrer “Entre Alambradas” tenemos una descripción exacta no solo de la vida en los diferentes campamentos donde estuvo retenido, y también de como navegaban sin luces, en zigzag para despistar a los radares y con la continua amenaza de muerte o abordaje.
Tal como ocurre en la frontera de la metrópolis, Túnez y Argelia reciben con alambradas y con retenciones a los refugiados que intentan por todos los medios seguir viaje por el Atlántico en pos de algún país americano que los acoja. México y el nunca bien ponderado, Lázaro Cárdenas, abrió los brazos para recibir con todo cariño a los refugiados españoles, deuda que jamás pagaremos con el país hermano.
En Túnez, los españoles son acogidos en el campo de Bizerta donde se constituye el Comité Tunisie de Rassemblement Populaire y la Liga de Derechos Humanos, además de la Federación de Combatientes Republicanos, que conforman comités de ayuda y solidaridad auspiciado en principio por las autoridades francesas. Destaca, también, el Comité Británico de Ayuda a la España Republicana, cuyo mando está en las manos de Marshall Geoffrey, antiguo brigadista Internacional que ha luchado en nuestra guerra. Geoffrey colabora con el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE) formado por el gobierno republicano en el exilio ocupándose de gestionar las diferentes rutas del exilio y amparar a los refugiados con algo de dinero y enseres.
Se calcula que la cifra de exiliados españoles en Túnez ronda sobre 4.093, de los cuales 3981 son militares, el resto civiles, encontrándose entre ellos, veintiún mujeres y cuatro niños.
Como ocurre en el norte, el exilio español republicano, conforma un grupo cohesionado que se nuclea frente a unos países hostiles y desconocidos para la mayoría. Son casi una enorme familia que se apoya y se unifican. Algunos de los exiliados marchan a Francia con la esperanza de encontrar allí acomodo o de huir, tal como hemos dicho, al continente americano. Algunos regresan a España, confiados en la propaganda franquista que les asegura que no habrá represalias para los que no tengan delitos de sangre. Palabras que una vez cruzada la frontera se demostrarán tan falsas como crueles sus consecuencias.
Los que llegaron a Francia, tuvieron como recibimiento al poco tiempo, los rigores de la invasión nazi y poco después la II Guerra Mundial, en la que muchos de ellos se alistaron, tanto en el ejercito que formaba desde Inglaterra, De Gaulle, como en la Resistencia. Nos cuentan quienes lo vivieron que en Francia eran apodados, Los Tunecinos …
Los que se quedaron en Túnez contribuyeron al desarrollo agrícola e industrial de las zonas donde se asentaron puesto que muchos de los exiliados españoles se dedicaron a la fabricación de canalizaciones con cemento armado para el riego. También se dedicaron a la manipulación artesanal del mimbre con el fin de fabricar muebles.
En Argelia, se formaron nada menos que doce campos de refugiados, algunos de ellos llegados en el barco Stanbrook, barco que zarpó de Alicante en los últimos días de la contienda, conformando en el puerto escenas dantescas de desesperación. Algunos de los que esperaban subir al Stanbrook o a otros, al no conseguirlo, se pegaban un tiro en el dique. El hambre conjugaba con la desesperación y el miedo en esos puertos donde gente desesperada esperaba huir como fuera. Serán numerosas las barcazas que zozobran ahogándose la gente que va en ella junto a la tripulación. Podemos imaginar el horror que supone, sentir los bombardeos y el avance de las tropas feroces, hambrientas de sangre y venganza y no tener forma de escapar.
Salieron paquebotes hacia el norte de África desde Denia, Gandía, Santa Pola, Torrevieja, Cartagena…También se utilizaron aviones para la huida con altos cargos comunistas, militares de mando junto a mandos intermedios. Estos salían de San Javier y de Monovar, muchos de ellos con dirección a la URSS.
Las autoridades francesas coloniales reciben a los refugiados con reticencias, incluso a veces con hostilidad confesa, como ocurre en Orán, cuyo alcalde es un fascista partidario acérrimo de Franco. Los acogen en diversos campos, clasificados como Campo de acogida y clasificación, que los encierran hasta la II Guerra Mundial. Campo de trabajo forzoso, en las zonas donde domina el régimen colaboracionista de Vichy. Campo de castigo y penitenciarios, en los que quedan concentrados hasta la liberación en 1943, debido al desembarco de los aliados.
En Orán, son recluidos en la fortaleza Mers-el-Kébir donde son recluidos oficiales y aviadores. Son separados de las mujeres y los niños, que quedan confinados en Carnot a 85 kilómetros de Túnez. Otro de los campos de triste recuerdo es,Orleansville . En los campos solo se podía salir si el refugiado certificara familia o un puesto de trabajo. Algunas de las organizaciones solidarias antes citadas y las formadas por los comunistas intentaron sacar, con éxito en algún caso, a oficiales o dirigentes que se dirigen hacia la URSS, entre ellos se encontraba Valentín Gonzalez “El Campesino” que salió de Adra ya que estaba internado en el campo de Blida.
En abril de 1939, las cosas se tornan oscuras para la otrora soberbia nación francesa, puesto que las tropas nazis avanzan a paso ligero hacia Paris, conformando Daladier un decreto que impele a los refugiados de veinte hasta cuarenta y ocho años a trabajos forzados, en régimen de esclavitud ya que los franceses han ampliado el tiempo del servicio militar. Se conforman las Compagnes de Travailleurs Etrangers. Al poco tiempo, llega el enrolamiento forzoso con el fin de realizar fortificaciones e infraestructuras de minas, canteras con fin defensivo. Se forman doce compañías en el Octavo Regimiento de Trabajadores Extranjeros , que quedan concentrados en Ain-el-Ourak, campo en condiciones miserables pasando hambre y necesidad, y cuya guardia está al mando de “goumiers” (marroquíes que sirven al ejército colonial francés)
Los refugiados españoles, son concentrados en campos de trabajo del Transahariano, con más de cincuenta grados de calor y la única protección de tiendas de campaña, además de recibiendo alimentos escasos e incomestibles por lo que el hambre es endémico y realizando trabajos forzados durante doce o catorce horas. Son frecuentes los brutales castigos, golpes de porra y humillaciones como la tombeau (fosa que cavaban los propios refugiados tumbándose en ellas permaneciendo a pan y agua durante días) El régimen de Vichy no escatima dureza y represión, similar a los campos nazis, a los refugiados españoles, brigadistas, antifascistas franceses y apátridas, que se encuentran mezclados en los campos.
Max Aub inmortalizó uno de los campos más horribles de Argelia donde reinaba el terror que imponía Jules César Caboche y sus terribles ayudantes. Aub, cuenta como les obligaban a picar piedra hasta agotar las energías de los retenidos, con total falta de alimentos y de agua. El campo se llamaba que significa “Campo de la muerte”, donde se encontraban setenta españoles. Era dirigido por Javier Santucci, un fascista brutal que aseguraba que “nadie salía con vida de allí” Otros de los malvados guardianes eran, Otto Riepp y el ruso Dourmenoff que torturaban con gusto a cualquiera de los retenidos. En Hadyerat murieron once españoles por las torturas.
En 1944 el Tribunal Militar juzgó a los criminales que guardaban el campo, condenando a cuatro a muerte, mientras que Santucci, Riepp , además de oficiales y suboficiales, lo fueron a trabajos forzados.
Con el desembarco de los aliados no acabó el tormento para los españoles, puesto que aún en 1943 había centenares de internos en el campo de Djelfa. En septiembre de 1944 la Compañía de Tr Hadyerat M`Suil abajadores Extrajeron queda disuelta y en 1949 se abandonó la construcción del ferrocarril Transahariano, del que restan aun railes enterrados bajo la arena del desierto y en el que dejaron muchas vidas españolas.
Quedan pocos testigos que nos puedan contar las vicisitudes de las familias que huyeron al sur pero hemos podido contactar con María García, una lúcida mujer, es hija de ese exilio puesto que su padre, Juan García, fue nada menos que comisario del Méndez Núñez, uno de los barcos a los que encomendó Bruno Alonso, recoger el mayor numero de refugiados posibles y conducirlos hasta un puerto amigo en el norte de África. La familia de María, que nos refiere con emoción las vivencias que recuerda y las que le fueron contadas, son similares a las de los cientos de familias que huyeron de un destino infame, huyendo de su país, dejando la memoria y los recuerdos anclados en una dictadura que ofrecía pocas esperanzas para la vuelta.
El padre de María, Juan García, salió con el Méndez Núñez desde Cartagena, realizando sin novedad el traslado de refugiados hasta Argelia, donde no les permitieron el desembarco. Continuado viaje hasta Túnez, en donde podrán, al fin, desembarcar novedad en la ciudad de Vicenza. Una vez clasificados, son concentrados en un campo en el sur de Túnez. La esposa de Juan García, está embarazada y reside en Madrid, en la casa de sus padres, una portería de la calle Maura, donde el padre ejercía de portero. María nace cuando Madrid ha sido tomada por los facciosos, un veintiséis de abril de 1939.
Juan pasa un año duro en el campo, custodiado por un batallón de senegaleses al mando de las tropas francesas de Vichy. Cuando consigue la libertad , al contrario de otros compañeros que marchan a Orán o a Francia, forma parte del grupo de españoles que se quedan en Túnez. Juan García comienza a trabajar en diferentes oficios con el deseo latente de reunir a la familia.
La madre de María, intenta una salida de España por la vía de Pirineos pero es tan complicada la huida, que retorna a Madrid. No fue hasta finales de los años cuarenta cuando al fin se decide a marchar de forma un tanto rocambolesca. El padre, portero, como dijimos, tiene la simpatía de sus vecinos, gente de poder del régimen. Una de las vecinas va a realizar un viaje y se decide que María, la acompañe y amparada en el poder de la vecina, marcha con ella hasta Túnez con el fin de reunirse con su marido. La pequeña María, queda al cuidado de los abuelos hasta que exista la posibilidad de que la lleven hasta el lugar donde se han establecido los padres, cosa que ocurre el dieciséis de marzo de 1949, cuando los abuelos, cargando con un colchón de lana (nos cuenta María entre risas, que había que ver al abuelo cargando en el avión con su colchón…) reuniéndose en Túnez toda la familia.
Juan García y su esposa están adaptados a las costumbres del nuevo país pero los ojos del abuelo (la abuela era ciega) no dejaban de sorprenderse ante la visión de beduinos y las diferencias culturales entre España y Túnez.
María quiere estudiar y cuando llega la hora de la universidad marchó a Francia donde cursó sus estudios y aun reside. El padre pasó por las incertidumbres de todo exilio, con diversos cambios de trabajo. Llegó a montar un restaurante con un amigo español, que había sido cocinero del Méndez Núñez, cuyo nombre era “El Bolero” además de pasar por diversos negocios de importación y de representación. España y el ideario por el que lucharon tantos como Juan García, quedaron muy lejos y las energías se pusieron en sobrevivir a la terrible época que les tocó en suerte.
María Toca Cañedo©
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