LA EQUILIBRISTA IMPERFECTA

Siempre, desde que me recuerdo, me asustó el no ser poseedora de eso que llaman equilibrio emocional.
Estuve muchos años de mi vida comparándome con aquellos que llegaban de Italia después de un viaje vacacional y ante la emocionada pregunta de ¿qué, qué, qué taaal? contestaban un modesto y simple bien, todo bien.
Pensaba que tal vez el torrente de sangre que me invadía cada comienzo de curso, cada septiembre, cada cambio de estación, cada aventura viajera, cada dificultad imprevista, cada nuevo amor, cada libro leído, cada mirada deseante, me otorgaba la categoría de mujer incorrecta, excesiva o decididamente encaminada a la valeriana perpetua o al etiquetado ajeno.
Eres demasiado sensible, todo te afecta.
¿Por qué los demás no se alteraban aparentemente? ¿Qué ocurría dentro de mí para que esa composición de música clásica me pusiera la piel de erizo o una imagen en los medios de una mujer pariendo me llenara la cara de lágrimas?
¿Qué le pasaba a mis vísceras para volverse babosa marina cuando me tropezaba en la calle con los ojos avergonzados de una mujer sin privilegios pidiendo?
¿Por qué invadía mi ser ese hombre que tocaba el violín en la calle con el pantalón sucio y sin atender a nadie?
¿Cómo controlar las ganas de apretar a los niños que mostraban a la hora de comer en masacres lejanas tan cercanas? ¿cómo hacer para que nada doliera? ¿cómo manejar la absoluta dificultad para ver que el mal existe?
¿Cómo era posible estudiar, leer, aprender, conseguir llegar a espacios soñados y encontrar que invariablemente la meta estaba en otro lugar?
¿De qué plastilina o carne congelada modelaron a quienes tenían el convencimiento de que ese era SU sitio, su profesión, su pareja, sus amigos de vida, su casa, su ciudad, con la certeza de quien sabe de verdad que prefiere ligeramente y sin importancia el Cola-cao al Nesquick?
¿Cómo se aprendía a vivir, a existir, desde lo que se cataloga como inestabilidad y cierta insatisfacción constante con tu entorno como condición imprescindible de tu ser para ser?
¿Cómo aceptar que el equilibrio ajeno como ejemplo podía ser tu muerte?
¿En qué escuela enseñaban tu propia aceptación?
Decirte un gran SI a lo que eres.
Y abandonar la pelea o el deseo de ser otra.
Más calmada, más ecuánime, menos procrastinadora, mucho menos compleja.
Descansar en algodonoso sustrato:
– Esta es la persona que soy.
Hoy.
Mañana no sé.
No sé ni tan siquiera si estaré.
Buen día, otro día.
María Sabroso
Sobre María Sabroso 109 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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