
He aprendido, con esfuerzo grande, a templar. Mi naturaleza es explosiva, tiendo a abrir cráteres y borbotear las rabias surgidas al momento. Mal. Con el tiempo y variados errores (no tanto de fondo como de forma) voy aprendiendo a templar. A calmar el cráter e intentar canalizar los efluvios de la colada (comprueben la actualidad de los símiles empleados…) No a que pierdan fuerza, que no, sino a canalizarlos de forma que se drene la rabia y golpee a quien debe, porque con las explosiones el riesgo es de dar a inocentes y que los promotores de mi cabreo se vayan de rositas. O victimizados por el exabrupto. Por eso lo que sigue se escribe desde la calma, aunque sea una calma corajuda e impotente.
Dicho esto paso a contarles, de forma un tanto elíptica porque aún no es tiempo para precisar, que lo será en breve. Desde hace un tiempo estaba implicada en algo que parecía muy bonito. Un proyecto que realzaba una figura femenina muy querida y admirada. No es que me deslomara en el proyecto pero les aseguro que he empleado tiempo y energía en lograr consumar el evento.
Lo que más he arriesgado han sido las relaciones personales. Por lo que sea me precio de querer y ser querida por amigas/os, yo que sé los motivos, pero puedo levantar el teléfono y ser atendida y bien por diversas personas. Algunas con cierta importancia social. Algunas de prestigio social y personal que es el que más valoro. Buena gente importante, que no abunda, se lo aseguro. A esa gente la he molestado, incordiado con el entusiasmo del proyecto…y eso es lo que más me molesta del tema.
Las posturas son comunes a muchas otras. ¿Transigir para conseguir el fin? ¿Mantenerse firme para no desvirtuar el verdadero motivo? ¿Negociar a riesgo de portazo de quien tiene poder para ello?
Mi opción era la tercera. No por convencimiento sino porque la consideraba menos mala. Negociar o transigir, era la cuestión. Esa opción creo que se plantea en muchos casos, en gobiernos, sindicatos, empresas, política internacional…
Optar por transigir es comer mierda a paladas, nadie se engaña en ello, pero el oropel, el falso prestigio que produce lucir cerca de los medios, del poder (poder de chichinabo, me entiendan, que no se trata de tener a Joe Biden en casa) produce tal deslumbramiento, tal hipnosis, que resulta harto difícil resistir.



Como pueden imaginar, a poco que me conozcan, mi marcha del proyecto ha sido fulminante aún a riesgo de sentirme culpable por la responsabilidad que me toca en su descalabro. Otras opciones son respetables, como no (observen qué corrección me gasto cuando el cuerpo y las tripas me piden otra cosa) pero no sé si a base de transigir, de pactar con el diablo, de perder escaloncitos de esa pequeña escalera que es la vida, nos estamos derrotando de antemano. Nos dejamos vencer sin pisar el campo de batalla, sin pelea y sin desgarro. ¿Para no molestar? también, confesemos, que el deslumbramiento masivo ante el poder cautiva mucho.
Yo, ferviente agnóstica, soy amiga y admiradora del evangelio, de cualquier forma de espiritualidad, se me viene a la cabeza ese pasaje de las sagradas escrituras en el que el demonio le muestra a Jesús el mundo. Éste lo contempla desde la altura, temiéndose un despeñe, imagino. Pero no. El demonio solo le dice: “Todo esto que ves aquí abajo será tuyo si postrándote me adoras”
Jesús, que era muy suyo, mandó al carajo al sutil demonio. El desenlace de la historia ya lo conocen. Al pobre Jesús le crucificaron y el demonio anda suelto soplando en los oídos de cualquier medianía las mismas palabras.
La historia, inconcreta historia que les cuento, tiene anécdotas memorables que me guardo para dosificarlas o plasmarlas en algún cuento o novela para regocijo de las personas que sigan el hilo. Ahora, ustedes perdonen que no de detalles, no sea que la crucifixión se adelante…Que está todo muy reciente. Y las protagonistas tienen poder, que una es valiente pero no kamikaze…pero no me tienten mucho que la lengua se me desata…
María Toca Cañedo©
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