No me digas cómo debe doler

 

 

A Luis, por siempre para siempre

 

 

Lo sientes como un lance de rebenque en plena cara. El chasquido del dolor avisa que llegó otro latigazo en pleno rostro y temes que la herida tarde en suturar porque el tejido anda dañado desde antes que tuvieras recuerdos. Lo sé porque te escucho y te leo desde hace tiempo. Cuando solapadamente observo tu mirada que se torna torva, encriptada como si de pronto un batallón de nubes la blindara opacando los ojos.

Te dijeron demasiadas veces que solo siendo perfecta merecías aprobación y amor que el error te somete como cadena. Te lanzaron tantas veces a la arena sin más protección que una piel frágil y la vestimenta veraniega que solo arropaba la desnudez pero no amparaba del frío y del resto de las inclemencias, que la tortura comienza ante el mínimo cuestionamiento. Mira que te he dicho que debías blindarte, acostumbrarte a la procacidad de quien hiere donde sabe que hay carne tierna y hace sangre. Te lo dije mil veces. Me escuchas, pero al pronto vuelves los ojos, me miras  como  cervatillo herido y me respondes: “si pudiera” A mi me subleva tu falta de respuesta, las más de las veces, o la ola de exabruptos que sueltas en alguna ocasión, con lo que dejas a la otra parte dentro de la perplejidad. “No es para tanto, hija, como te pones, si lo sé no te digo nada” Te dicen mientras tú te comes la cólera y te sientes más culpable por haber saltado la línea de la corrección y te imaginas que ahora todo irá a peor, porque si no te quieren imperfecta, menos siendo chillona e imperfecta.

Y te entiendo, ahora puedo decir que ya lo he conseguido. Porque te he visto sufrir tanto en todos estos años que ya  aprendí a voltearme cuando el silencio te arropa, te enconchas sobre tu alma, retrocedes casi al útero materno, pones música o tomas un libro como quien coge un salvavidas y te mueres durante uno, dos o varios días. Luego renaces, como lirio primaveral, renaces con más fuerza, con la sonrisa plena y los ojos  luminosos como los conocemos todos.

Ya no me extraña porque te he visto tantas veces retraída, miedosa ante el sulfuro injusto, a veces nimio, que a otras nos haría reír o soltar un exabrupto. En cambio a ti te hiere, te deja maltrecha y dolorida durante el tiempo en que desapareces. Te hundes en un silencio obtuso y retraída hasta que,  surges renacida.

Te hemos dicho mil veces que no son tan importantes. Las ofensas que te hieren son tan importantes  porque las abres la puerta y las dejas entrar. Tú nos has mirado con incierta complacencia, ladeas la cabeza y ni te molestas en explicar porqué.

He tenido que averiguar con calma, escuchar y sobre todo observar el pasado para conseguir entender las fallas de tu mente. Entender que te borraron tanto que a poco que te hieran, desapareces de nuevo, volviéndote a sentir la nada en que te hundieron. Que te hicieron tan frágil a fuerza de insistir en que no valías y todo en ti era cuestionable. Carne de desprecio inalterable. Por eso ahora te hiere el atisbo de ofensa. Te hiere y te deshace la torpe empalizada que fuiste levantando a base de tesón.

Hubo una vez que te revolviste con rabia. Contra mí, que sabes que te quiero sin fisura ni claudicación. Ese día me avergoncé y pude entender la profunda sima de tu herida.

Fue cuando con sonrisa en los labios y la voz más displicente que pude poner, te dije:

-No le des importancia, mujer. No entiendo porqué te pones así por esa tontería.

-Claro que no entiendes…pero jamás te atrevas a decirme qué es lo que me tiene que herir. Cada cual llora sus lágrimas y enjuaga sus heridas. Yo sé porqué y qué es lo que me duele. No entiendes que la herida se abre al mínimo contacto. Así que no me digas lo que debo sentir ni cómo tiene que ser mi pesar. No juzgues mi dolor por tu forma de sentir. El mío es mío.

Callé, convicta de haber sido estúpida contigo porque ya  entonces sabía lo suficiente de tu vida como para sellar mi voz, respetar el silencio y dejarte aislada durante el tiempo suficiente para curar tu daño.

Y hoy ha vuelto a pasar. Alguien te abofeteó en el alma, yo no lo veo grave pero sé que tú lloras sin lágrimas y volverás a tu cueva a curarte. Te dejaré en paz envuelta en tu silencio hasta que restañes de nuevo las cicatrices viejas que te abren los nuevos rasguñones.

Y luego volverá la risa y la calma a brillar.

 

María Toca Cañedo©

Sobre Maria Toca 1555 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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