RASTRO DE GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA EN LA PRENSA DE CANTABRIA J. R. Saiz Viadero

Retrato de Gertrudis Gómez de Avellaneda (detalle), 1857. Oleo sobre lienzo (117 cm x 85cm). Museo de la Fundación Lázaro Galdiano.

En el año 1997 publicaba yo la primera edición de mi Historia y Antología de la poesía femenina en Cantabria (1) y en una de sus páginas hacía constar la información hemerográfica más antigua que he podido localizar acerca de la posible presencia en la ciudad de Santander de la escritora cubana, hija de padre español, Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, 1814-Madrid, 1873).

 

Se remonta al año 1850, cuando  la poetisa estuvo veraneando en la capital de Cantabria. Contaba entonces Tula –nombre por el cual sería conocida incluso más allá del mero ámbito familiar- 36 años, y llevaba ya más de catorce residiendo en España, siendo sobradamente reconocidas sus facultades poéticas, así como sus devaneos sentimentales y el infortunio que en algunos casos la acompañó.

 

El  periodista santanderino, José Simón Cabarga, poco proclive a documentar sus aseveraciones a pesar de su condición de cronista local, no añade ningún  dato que nos permita seguir el rastro de la veraneante, una más entre la numerosa colonia foránea que acude a disfrutar de la temporada de baños de ola en El Sardinero. Sí aparecen, sin embargo, dos composiciones poéticas insertas con su firma en las páginas de un número de julio de ese mismo año de cierta efímera publicación local recientemente creada, denominada El recreo popular y que llevaba como subtítulo más específico el de “Semanario de Literatura, Ciencias y Comercio” las siguientes estrofas.

Cuando mirando anochece

                       mi ceño triste y torvo,

Mármol que guardas inmortal memoria

               De alta constancia, de virtud severa,

               Yo te saludo por la vez primera,

               Ardiendo en sed de libertad, de gloria!

 

                La página más bella de su historia

               Grabó en tu frente la nación Ibera,

               Y en ti verá la gente venidera

               Coronando a la muerte la victoria.

 

                ¡Ah, no te admire el universo en vano!

               De la ambición el ímpetu sañudo

               Quiebre en tu base su furor insano,

               Y hable a los pueblos tu silencio mudo.

 

                Y hable también el opresor tirano…

               ¡Monumento inmortal, yo te salud

                 con plácida sonrisa

                       y acento cariñoso.              

 

                         Por templar te afanabas

                       mis tétricos enojos,

                       tratándolos festiva

                       de súbitos y locos;

 

                         Bien viste de mi pecho

                       brotar suspiros hondos,

                       bañando mis mejillas

                       irreprimible lloro.             

 

                         La blanda risa al punto

                       se heló en tus labios rojos,

                       y en gesto pensativo

                       la vi trocarse pronto.

                       mi ceño triste y torvo,

                       con plácida sonrisa

                       y acento cariñoso.              

 

                         Por templar te afanabas

                       mis tétricos enojos,

                       tratándolos festiva

                       de súbitos y locos;

 

                         Bien viste de mi pecho

                       brotar suspiros hondos,

                       bañando mis mejillas

                       irreprimible lloro.             

 

                         La blanda risa al punto

                       se heló en tus labios rojos,

                       y en gesto pensativo

                       la vi trocarse pronto.

Cuando mirando anochece

                       mi ceño triste y torvo,

                       con plácida sonrisa

                       y acento cariñoso.              

 

                         Por templar te afanabas

                       mis tétricos enojos,

                       tratándolos festiva

                       de súbitos y locos;

 

                         Bien viste de mi pecho

                       brotar suspiros hondos,

                       bañando mis mejillas

                       irreprimible lloro.             

 

                         La blanda risa al punto

                       se heló en tus labios rojos,

                       y en gesto pensativo

                       la vi trocars…………………………Era para entonces Tula viuda del escritor Pedro Sabater, que la había dejado súbita y definitivamente en 1846, tras un breve y doloroso matrimonio que apenas duró tres meses. La escritora se retiró en Burdeos a vivir la paz de un monasterio, iniciando así su promesa de profesar monja; mas al cabo de poco tiempo ya se encontraba deseosa de buscar otros ambientes más livianos y apropiados a su carácter. No sabemos si entre las ciudades de su recorrido geográfico en el regreso a la capital de España se encontraría Santander, o si, de modo distinto, se trataría la norteña de una escapada indispensable para poder aliviarse del clima asfixiante propio del estío madrileño, lugar donde en la década de los 50 ya se hallaba demandando su entrada como miembro de la Real Academia Española de la Lengua, petición que nunca se vio satisfecha debido principalmente a su condición de mujer.

Durante su breve retiro monástico escribió una serie de composiciones poéticas de carácter místico cuyo manuscrito inicial se perdió, pero que, posteriormente, aparecería entre los papeles guardados por el polígrafo Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) en la Biblioteca que lleva su nombre. Con el título de Manual del cristiano, dicho original sería publicado en 1975 por la escritora Carmen BravoVillasante (4), biógrafa de Gertrudis Gómez de Avellaneda y de Emilia Pardo Bazán, a la vez que asidua veraneante en el Santander de la segunda mitad del siglo XX.

 

En ninguna de las semblanzas biográficas sobre la escritora cubana que hemos podido consultar figura dato alguno que nos permita corroborar su presencia santanderina en el año 1850. Sí aparecerán recogidos, sin embargo, tanto el envío antes reseñado con el nombre de “¡Conserva tu risa!” como el “Romance” (con cambio de título) que sirve de acompañamiento y cuyas primeras estrofas hemos reproducido. La autora de la reproducción ha introducido en sus versos algunos cambios estilísticos y de orden, con ciertas supresiones y la correspondiente corrección de erratas (5).

 

Sabemos que la escritora mantuvo alguna correspondencia epistolar con su coetánea la jurista y también poeta Concepción Arenal (1820-1893), quien desde su retiro lebaniego de Potes la escribió en el año 1860. Y en 1871, cuando habían transcurrido poco más de cuatro lustros desde su anterior publicación en la prensa santanderina, otra revista también de las llamadas de vida efímera, dirigida por el periodista José Antonio del Río Sainz con el título de El ramillete y una vocación eminentemente literaria, recogerá un soneto suyo escrito en homenaje a un monumento erigido en la conmemoración de una fecha tan carismática para la historia española como fue la del 2 de mayo de 1808, dotada de ciertas resonancias cántabras debido a la destacada participación del capitán montañés Pedro Velarde y Santiyán en aquellos hechos.

 

¡Mármol que guardas inmortal memoria

               De alta constancia, de virtud severa,

               Yo te saludo por la vez primera,

               Ardiendo en sed de libertad, de gloria!

 

                La página más bella de su historia

               Grabó en tu frente la nación Ibera,

               Y en ti verá la gente venidera

               Coronando a la muerte la victoria.

 

                ¡Ah, no te admire el universo en vano!

               De la ambición el ímpetu sañudo

               Quiebre en tu base su furor insano,

               Y hable a los pueblos tu silencio mudo.

 

                Y hable también el opresor tirano…

               ¡Monumento inmortal, yo te saCuando posteriormente se recoja en sus obras completas, apenas quedará en pie algo más que los tres primeros versos (7).

Apenas transcurren dos años cuando, desaparecida ya la anterior, sale a la luz una nueva publicación con el título de La mariposa, dirigida esta vez por una mujer, algo insólito en la prensa local. La escritora Ermelinda Ormaeche y Begoña se encargará, durante los tres meses que resiste el semanario, de proporcionar el sello literario a un medio de expresión que, a juzgar por la brevedad de su existencia, contó con mayor aceptación entre las autoras de los textos dados a conocer que entre sus hipotéticas lectoras.

 

Recibida en Santander la noticia del fallecimiento de la poetisa cubana, ocurrido el 1 de febrero de 1873, la directora de La mariposa se manifiesta ferviente admiradora suya y, con tal motivo, publica una extensa y emotiva elegía de creación propia; algunas de sus estrofas dicen así:

¡Oid! ya más distinto

        Ya más claro resuena…

Es una voz dulcísima que llena

El anchuroso etéreo recinto…

        Voz doliente, apenada,

De timbre sonoroso y argentino;

Voz en lágrimas tristes empapada,

        Que sólo exaltar puede

De algún ser celestial labio divino…

¡Oid! ya más distinto

        Ya más claro resuena…

Es una voz dulcísima que llena

El anchuroso etéreo recinto…

        Voz doliente, apenada,

De timbre sonoroso y argentino;

Voz en lágrimas tristes empapada,

        Que sólo exaltar puede

De algún ser celestial labio divino…

 

 

«¡Oh! ¡ni un mortal sobre la tierra quede!…»

-¿Lo oís?… la voz conmovedora exclama-

        ¡Que de sus turbios ojos,

-De ardiente lloro abrasador torrente-          

No vierta ante los pálidos despojos

De la que tanto fatigó a la Fama

Haciéndola llevar de polo a polo

Las notas de su canto prepotente;

         Y a cuyo nombre solo,

         Hasta el alma más fría

Hervir en ella el entusiasmo siente!…

 

 

         El genio de la excelsa poesía,

Que dio a su lira misteriosos sones,

Que de la inspiración la dulce llama

         -Cuyo puro destello

El mismo hielo endurecido inflama-

En su mente encendió; que a sus canciones

         Puro el celeste sello

De lo sublime, de lo grande y bello,

Conque hiciera latir los corazones,

         Hoy dobla la cabeza

Bajo el dosel de sus nevadas alas,

Y prosternado ante el cadáver yerto,

Presa de indescriptible desconsuelo,

         De profunda tristeza,

Marchitas ya las esplendentes galas

Que ornan su veste, y el laúd cubierto

Con fúnebre crespón, acerbo duelo

Denota en su actitud desesperada;

¡Que nada puede consolarle, nada! (8)

 

 

Ya en los albores del siglo XX, el diario progresista santanderino El Cantábrico (1895-1937), fundado por los hermanos cubanos de nacimiento Manuel y Buenaventura Rodríguez Parets y dirigido por el periodista y poeta festivo José Estrañi Grau, recogerá en sus páginas algunos antiguos trabajos de la escritora, incluidos entre las composiciones de las escritoras Concha Espina, Rosalía de Castro, Rosario de Acuña, Sofía Romero, Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Sofía Casanova, Emilia Valverde, Santa Teresa de Jesús, Blanca de los Ríos y otras de menor nombradía.

 

En 1904 se reproduce el soneto titulado “A Washington” (9), y dos años más tarde se insertarán “De Petrarca” (10) y “La tumba y la rosa” (11), traducción libre este último de una composición debida a Víctor Hugo.

 

A WASHINGTON

 

No en tu pasado a tu virtud modelo,

           ni copia al porvenir dará la historia

           ni otra igual en grandeza a tu memoria 

           difundirán los siglos en su vuelo.

 

            Miró la Europa ensangrentada su suelo

           el genio de la guerra y la victoria…

           pero le cupo a América la gloria

           de que el genio del bien les diera el cielo.

 

            Que audaz conquistador goce en su ciencia

           mientras al mundo en páramo convierte

           y se envanezca cuando a siervos mande.

            Mas los pueblo sabrán en su conciencia

           que el que los rije libres sólo es fuerte

           que el que les hace grande sólo es grande.

 

 

Notas

 

  • Ediciones Tantín, Santander 1997.
  • Centro de Estudios Montañeses, Santander 1982, p. 77.
  • En El recreo popular nº 8, Santander 21 de julio de 1850.
  • Fundación Universitaria Española, Madrid 1975. Una fuente consultada nos dice que el citado manuscrito bien pudiera proceder de los fondos del académico Manuel Cañete, que a su fallecimiento en 1891 pasaron a la biblioteca personal de don Marcelino.
  • “Conserva tu risa” y “Versos”, en Obras Literarias de la Señora Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Colección completa, I. Poesías líricas, Madrid 1869, pp. 202-203 y 204-205.
  • “Al monumento del dos de mayo”, con grandes cambios respecto al original, incluido en Obras Literarias…, op., cit., p. 55.
  • En El ramillete, Santander 1871.
  • En La mariposa, nº 7, Santander 16 de febrero de 1873.
  • El Cantábrico, Santander 10 de julio de 1904, p. 1. Presenta algunas diferencias respecto a la versión incluida en Obras Literarias…, op. cit., p. 77.

(10)El Cantábrico, Santander 19 de enero de 1907 En la versión incluida en

  1. cit., p. 6, presenta algunas diferencias, además de titularse “Las

contradicciones”.

(11)El Cantábrico, Santander 12 de agosto de 1907, p.1. Incluida con algunas

adaptaciones tipográficas en op. cit., p. 92.

 

 

 

 

 

 

Retrato de Gertrudis Gómez de Avellaneda (detalle), 1857.
Oleo sobre lienzo (117 cm x 85cm).
Museo de la Fundación Lázaro Galdiano.

 

 

 

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA

 

 

Gertrudis Gómez de Avellaneda nació en Puerto Príncipe (Cuba) el 23 de marzo de 1814, hija de padre español y madre cubana, falleciendo en España en el año 1873. Bretón dijo de ella: «Es mucho hombre, esta mujer».

 

A su muerte, una admiradora suya llamada Ermelinda Ormaeche y Begoña, publicó en el semanario La mariposa, de Santander, una larga elegía bajo el título de «En la muerte de la eminente poetisa doña Gertrudis Gómez de Avellaneda» (1):

 

¡Qué acento es ése, lastimero y hueco,

Que en los espacios se dilata y vuela,

Cuyo apagado, estremecido eco

Oprime el corazón, el alma hiela?

Parece de una madre desdichada,

Que el hijo de su amor, triste, ha perdido,

Indefinible esclamación lanzada

De lo más hondo de su pecho herido:

O bien flébil sonido

Arrancado a una lira misteriosa,

Por invisible mano,

En medio de la noche silenciosa.

Gemido sobrehumano

Desgarrador lamento,

Que al esconderse en ondulantes giros

-De aura fugaz con el suave aliento-

Por la región vacía,

Remedando tiernísimos suspiros,

De una amarga y letal melancolía

El ambiente satura

Que el corazón al aspirarle apura.

 

 

¡Oid! ya más distinto

Ya más claro resuena…

Es una voz dulcísima que llena

El anchuroso etéreo recinto…

Voz doliente, apenada,

De timbre sonoroso y argentino;

Voz en lágrimas tristes empapada,

Que sólo exaltar puede

De algún ser celestial labio divino…

 

 

«¡Oh! ¡ni un mortal sobre la tierra quede!…»

-¿Lo oís?… la voz conmovedora exclama-

¡Que de sus turbios ojos,

-De ardiente lloro abrasador torrente-

No vierta ante los pálidos despojos

De la que tanto fatigó a la Fama

Haciéndola llevar de polo a polo

Las notas de su canto prepotente;

Y a cuyo nombre solo,

Hasta el alma más fría

Hervir en ella el entusiasmo siente!…

 

 

El genio de la excelsa poesía,

Que dio a su lira misteriosos sones,

Que de la inspiración la dulce llama

-Cuyo puro destello

El mismo hielo endurecido inflama-

En su mente encendió; que a sus canciones

Puro el celeste sello

De lo sublime, de lo grande y bello,

Conque hiciera latir los corazones,

Hoy dobla la cabeza

Bajo el dosel de sus nevadas alas,

Y prosternado ante el cadáver yerto,

Presa de indescriptible desconsuelo,

De profunda tristeza,

Marchitas ya las esplendentes galas

Que ornan su veste, y el laúd cubierto

Con fúnebre crespón, acerbo duelo

Denota en su actitud desesperada;

¡Que nada puede consolarle, nada!

 

 

 

¡Fúlgido sol, a quien valiente canto

Su voz alzó con brío;

Pálida luna que en la noche triste

Tú sola ver pudiste

Los amargos raudales de su llanto,

Y que el origen del dolor sombrío

Oculto en el ignoto santuario

De su alma grande, levantada y noble,

Tú sola penetraste y comprendiste:

De vuestra luz un rayo dulce y pío

Venid a derramar sobre el sudario

En que se envuelve su cadáver frío

Próximo a descender al funerario

Leche de tierra, en el que a polvo leve

La humana vestidura

Con que cubrió a su hechura

El Criador, reducirase en breve!

 

 

 

¡Flores, hermosas flores

Que sois con vuestros colores

Y espléndida belleza,

Gloria de los pensiles,

Y heraldos que, al henchir con vuestro aroma

Las alas impalpables y sutiles

De la ligera brisa, en el idioma

Desconocido, sí, pero elocuente

Que habla naturaleza,

-Y sólo aprende el corazón que siente.-

Proclamáis el poder y la grandeza

De aquel que os da -desde su escelsa altura-

Hechizos y perfumes y hermosura:

Doblad vuestra cerviz encantadora

Como señal de duelo,

¡Ay que la amante y férvida cantora

Que tanto os adoraba, huyose al cielo!

 

 

………………………………………

 

¿No es ilusión?… ¿La parca inexorable

-Con inclemente saña-

Habrá hundido su pérfida guadaña

En el pecho entusiasta y generoso

De la sublime musa?… Perdurable,

¿Por qué no es, ¡oh Dios mío! la existencia

Del ser privilegiado y venturoso

-Cuya alma inteligencia

Un rayo puro de la tuya baña?…

Mas… ¡Ah! otra vez el fugitivo viento

Me trae el eco de una voz estraña

Cuyo solemne y magestuoso acento

Algo severo e imponente entraña.

 

 

 

¿Quién osa -dice- temeraria queja

Imprudente elevar? ¿A quién asusta

Tanto el fallo eternal, que al labio deja

En necias frases prorrumpir sin tino

Como increpando al árbitro divino?

¡Oh! ¿tanto vale ese existir menguado,

Esa vida ruin, y miserable

Cuyo áspero camino

Está do quier sembrado

De erizadas espinas, que destrozan

Sin compasión el corazón humano;

Donde el mayor placer es deleznable

Sombra fugaz que de los brazos huye

Cuando más por asirla lucha en vano,

Sueños que amargo despertar destruye?

¿Qué en ese mundo los mortales gozan

Para que así su pérdida deploren

Para que -¡necios!- sin consuelo lloren

Cuando una criatura le abandona

Obediente al decreto soberano?…

 

 

 

Nace el hombre, tristísimo gemido

La vida al saludar, su boca exhala;

Tal vez desconocido

Presentimiento se le arranca: acaso.

Prevé‚ ya la cohorte monstruosa

De funestos dolores

Por qué ha de ser sin tregua perseguido

De su oriente a su ocaso

Crece después: y rápida resbala

La bella edad de su niñez dichosa;

Mas ¡ay! que viene en pos la adolescencia,

Luego la juventud; de la inocencia

El límpido cristal, negros vapores

Comienzan a empañar… Ya la conciencia

No duerme tan tranquila…

Esperanzas, deseos, ilusiones…

Sueños de amor, de gloria, de ventura,

Roban su paz, encienden su pupila,

Exacerban, excitan sus pasiones,

Y le mantienen en cruel tortura.

Llega el umbral de la vejez; gastadas

Están sus fuerzas por la cruda lucha…

Entonces, en su interior -¡mísero!- escucha

Una voz pavorosa que le exige,

De las horas pasadas

En punible abandono,

Estrecha cuenta y con adusto tono

Duras reconvenciones le dirige

Con que su pobre espíritu se aterra…

¿Y esto es vivir, mortales?

¿Y os duele huir de tan horribles males

Como ese mundo en que habitáis encierra?

 

 

¡Basta! ¡Jamás el importuno lloro

Llegue a turbar, de la callada tumba

En que va a hundirse el cuerpo inanimado

De la augusta cantora, el misterioso

Silencio! El arpa de las cuerdas de oro,

Que su mano pulsó, también sucumba

Y a su lado repose

Para que nunca un eco quejumbroso

-Al agitarla el viento- ¡lanzar ose!

¡Ella es feliz! De inmarcesible gloria

Luce eternal diadema

Que el mismo Dios, inmenso, omnipotente

Ha querido poner sobre su frente,

De virtud y de genio como emblema;

No cual la que ceñisteis

A sus mortales sienes, ilusoria

Como el frágil laurel de que la hicisteis

Y que, cual él, tornose en vil escoria,

Si no bella, fulgente, inmarchitable,

Lo mismo que su Autor, invariable!

 

……………………………………..

 

¡Es verdad! ¡es verdad! En la garganta,

El rebelde sollozo

Ahoguemos con valor! Tal vez ahora

Su sima henchida de celeste gozo

Un himno tierno de alabanzas canta,

Mientras que en éstasis divino adora

Al supremo señor de lo creado

Y besa humilde su sublime planta.

“¡Que el vulgo de los hombres, asombrado

Tiemble al alzar la eternidad su velo;

Mas la patria del genio está en el cielo!»

 

 

La mariposa nº 7, Santander 16 de febrero de 1873.

 

MI CANTO

 

A Don F. Díez Gaviño

 

Si al extinguirse pálido el día,

Cuando adelanta la sombra oscura,

Llega a tu oído

La queja amante que, desde el nido,

Lanza con honda melancolía

Tórtola triste de la espesura,

Llenando el aire de su armonía;

Entre su arrullo,

¿No adviertes, dime, ledo,

Vago murmullo?

 

———-

 

 

¡Ese es mi canto! ¡fugaz y leve

Como un suspiro que arrastra el viento!…

¡Joven poeta!

¿Por qué pretendes que al alma inquieta

La paz perdida mi canto lleve?

¡Ah! ¿Tú no sabes que hay en mi acento

Oculto móvil que al llanto mueve,

Y que mi lira,

Tristeza y desconsuelo

No más respira?

—————-

 

Lo que ella canta, mi pecho siente,

Mas no me aqueja la sed de gloria.

La poesía

Que inculta brota del arpa mía,

Bebo en raudales de lloro ardiente,

Y hallar no pueden eco en la historia

La amarga queja ni el ¡ay! doliente.

Mis cantilenas

Sólo están destinadas

A ahogar mis penas.

 

Ermelinda Ormaeche y Begoña (1871) Álbum. 

 

Texto: José Ramón Sainz Viadero

Sobre J. Ramón Saiz Viadero 34 artículos
Escritor, historiador, periodista, conferenciante. Especialista en historia de Cantabria y del cine español. Ha sido asesor cultural del Ayuntamiento de Santander, y concejal en las primeras elecciones municipales.

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