ULTIMA CENA

Fue ella quien soltó la bomba. Después del cuarto vermut tintineó la cucharilla sobre la copa, se apoderó del silencio que nació en la mesa, y dijo a todos:
– Quiero el divorcio.
No me lo dijo a mí, lo dijo en general, como si yo no fuera el destinatario. En realidad yo no contaba desde hace años, era un marido que tonteaba con el cloroformo. Como dicen las chicas del insti, un muermo de libro.
Yo me había casado con ella cuando era una muchacha de pueblo que iba a misa en la ermita. Estaba convencido de que si te casas con una muchacha de pueblo que va a misa en la ermita, apuestas sobre seguro. Pero todo cambió al venirnos a la capital. Y no me di cuenta.
La conversación de esa noche era más chispeante de lo normal. Lo normal es que no hubiese más conversaciones que las relativas al trabajo y a los niños. Pero esta vez la cuñada joven, después del cuarto vermut también, se había puesto a bailar el aro con un hula hoop cargado de habilidad e incitación al despertar de los sentidos.
– Con ese meneito de culo te vas a embarazar hasta del aire, cuñada.
Eso dije yo, el muermo. Tal vez me creí con 20 años delgado, guapito y ocurrente. Una estupidez propia de los ancianos cuando van perdiendo la cabeza. Fue el otro cuñado, el honesto celador cargado de trienios, quien se interpuso.
– Cuidado, que a un compañero mío le han puesto una sanción de dos meses sin sueldo por mirar el culo a una muchacha.
Me sentí crecido, me vine arriba, y creo que estropeé lo poco que quedaba de nuestra historia. La mía con la muchacha que en el pueblo iba a misa en una ermita. Hacía muchos años de aquello y tampoco me di cuenta. Y en un alarde de cinismo machista, respondí.
– Si por mirar el culo a una muchacha le han puestos dos meses a tu compañero, a mí que me traigan cadena perpetua.
Y al decir esto seguí mirando a la cuñada que después de otro vermut seguía aperrengada al aro del hula hoop. Debería haber explicado que la senectud sólo te permite miradas, incapacitado ya y sin ganas de averiguar el coeficiente intelectual de las mujeres jóvenes. Pero sólo se oyó la respuesta de la muchacha de pueblo que iba a misa en una ermita.
– Quiero el divorcio.
Después de comer las uvas, mi nieto se me acercó y como buen compañero de farra, me susurró:
– Abuelo, creo que esta vez la has liado parda.
Me parece que el martes ya tenemos cita con la abogada de familia.
Valentín Martín.
Sobre Valentin Martín 49 artículos
Valentín Martín estudió Magisterio y Humanidades en Salamanca y Periodismo en Madrid. Ejerció la enseñanza dos años y el resto vivió de escribir. Ha escrito 25 libros. El número 26 es un poemario llamado Santa Inés para volver (Versos de la memoria), que recoge la historia de sensibilidades de su pueblo. Periodista, escritor y poeta, ha publicado en la última década libros de relatos como La vida recobrada o Avispas y cromosomas; el ensayo Los motivos de Ultraversal y los poemarios Para olvidar los olvidos, Poemario inútil, Los desvanes favoritos, Memoria del hermano amor, Estoy robando aire al viento, Suicidios para Andrea y Mixtura de Andrea. A caballo entre los años 60 y 70, escribió dos poemarios y dos ensayos: Veinte poetas palestinos y El periodismo de Azorín durante la Segunda República, inicio de un largo trabajo dedicado a la literatura. En Lastura ha publicado en diciembre de 2017 el libro de crónicas y relatos Vermut y leche de teta.

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