Un diez

Sigo fascinada por la innegable maestría con que se ha llevado a cabo una serie como «The crown». Una es antimonárquica convencida, pero caramba con el talento y la factura de cada capitulazo. Voy por la cuarta temporada y manifiesto mi total predilección por los personajes masculinos de este «Cuéntame» royal y british. Seguramente partimos de unos mimbres excelentes, porque las vidas de estos seres humanos está tan alejadas de las de cualquier mortal de sangre roja que por fuerza, a poco curioso que se sea, llaman la atención. Pero es que, además, actores como Charles Dance, el lord Mounbatten anciano, hacen que sus papeles adquieran un brillo, una solvencia, una verdad difíciles de imaginar. La elegancia británica en el porte del caballero conservador de sienes plateadas y mirada astuta, acerada, me hacía desear que apareciera más a menudo caminando por una galería con sus abrigos impecables y esos andares de gato que ni de viejo olvida que es gato. Lord Mounbatten representa un mundo que detesto, el del clasismo y la pepetuación de tradiciones obsoletas, sí, desde luego. Pero el actor que le da vida se la da en el sentido literal del término. Nos hace saber que de verdad quiso al pequeño príncipe acomplejado que fue Carlos, que creía de verdad, sin dobleces, en esas ideas arcaicas y que hubiera muerto por ellas. No sé cuánto de verdad ni de mentira hay en el capítulo del atentado del IRA, pero si la ficción consigue que nos envolvamos en ella como en un suntuoso manto de armiño de esta manera, la doy por buena y reniego de la realidad abiertamente. Gloriosa la metáfora de la caza y la pesca que se sostiene en la primera parte del episodio, mostrando lo alejados del mundo del resto de los seres humanos que vivían y viven esas familias que veranean en Escocia o Irlanda o Islandia, y pasan el rato abatiendo ciervos, capturando peces o bogavantes en su ocio casi eterno. Glorioso todo lo que se relata a través de las escenas en las cuales los príncipes y reyes y allegados se arrastran por el campo, entregados al pasatiempo de matar a un animal indefenso, que no los espera. Así los sorprende a ellos la explosión del barco en el que el distinguido lord sale de pesca una mañana con sus nietos. Como presas de otros seres igual de crueles, que matan sin plantearse que ninguna ideología otorga el derecho de hacerlo.
Patricia Esteban Erlés

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