EL DESTINO MANIFESTO DEL PATRIARCADO: DESPOJAR LA SABIDURÍA DE LA MUJER Y DE LA NATURALEZA I. Parte.

Desde hace cuatro mil años el destino manifiesto del patriarcado ha sido buscar siempre el dominium mundi, enseñorearse de los secretos de la naturaleza para someterlos a los intereses humanos y hacerse maestro y poseedor de todas las cosas (Descartes). A esta visión llamada antropocéntrica, el ser humano se coloca y se define como la especie más evolucionada y de mayor inteligencia con lo cual se otorga el derecho a sí mismo de ser dueño y señor de todo lo que existe en la faz de la Tierra, y por ende de todo lo que tiene y se mueve en ella (especismo) A partir de haberse instaurado el patriarcado –posterior al matriarcado-, el dominio del hombre (varón) sobre la mujer en primera instancia se aceleran. Esto es lo que conocemos como la visión androcéntrica. Gradualmente este poder que se institucionaliza con la religión, la educación y una cultura de hegemonía y dominación del sexo más fuerte e inteligente, o sea el hombre sobre el sexo más débil e inhabilitado para cualquier labor vinculada fuera de lo reproductivo y doméstico, las mujeres, se acentúan los procesos de explotación y despojo sobre la naturaleza. Las religiones con sus divinidades predominantemente masculinas empezando por Dios como figura masculina, privilegian a los hombres en menosprecio de las mujeres.

 

Estas son las visiones del mundo moderno patriarcal y materialista que actualmente todos vivimos.  Se percibe y se continúa observando a la naturaleza únicamente como proveedora de recursos, en tanto a la mujer, exclusivamente como proveedora de vida. Ambas han sido despojadas de su ser y sentir, de sus capacidades innatas para contener y expresar su propia sabiduría, y que en el caso de las mujeres esta es una sabiduría evidentemente otorgada no solo por la misma naturaleza biológica, sino por nuestra cultura, quien ha intervenido sea para bien o para mal. Como señala el gran teólogo jesuita Leonardo Boff, este proceso ha provocado una ruptura en todos los campos: Dios/mundo (incluyo Dios/Dioses/Diosas), eemspíritu/materia, femenino/masculino, razón/ emoción, sexo/amor, lo cual permitió que se perdiese nuestra percepción de pertenencia no solo a la Totalidad de la Vida con todos sus procesos de interrelación e interdependencia que existen en ella para que la vida misma continúe, sino con la totalidad cósmica. El consecuente abandono de este sentimiento de veneración y de respeto ante la majestuosidad del universo y del misterio que la vida posee, en el que la mujer ha tenido un lugar preponderante, ha llevado a otro destino manifiesto que la humanidad ya está enfrentando: la posibilidad real de extinguirnos como especie.  En los últimos cincuenta años, el ser humano y en este caso, el hombre más que la mujer, provisto de un inmenso aparato científico-técnico ha llevado este propósito hasta sus últimas consecuencias.  No corresponde ya a una visión apocalíptica y ni siquiera a las elucubraciones de los místicos y religiosos, sino de los miles de científicos que proyectan la extinción de miles y miles de especies.  La muerte anunciada de muchos ecosistemas, están quedando inhabilitados para las futuras generaciones, entre las que tendríamos que contar a las no humanas también no solo por el derecho que como sujetos mismos tienen para existir, sino porque nuestra supervivencia depende por completo de ellos. Estimo que la violencia ejercida contra la mujer es la misma que la que se ha ejercido contra la naturaleza, una violencia que atenta directamente contra lo fuente primigenia del origen de nuestra especie y de la vida en general.

Al retomar el concepto de Pachamama o Madre Tierra de los quechuas y su significado, este nos remite al sitio donde la vida se reproduce. En Occidente definimos Naturaleza como el medio donde se encuentran los recursos listos para ser explotados o usufructuados, así como también para llevar a cabo actividades productivas, económicas y de ocio, destinadas al bien colectivo humano, en el que las millones de especies solo son bienes que satisfacen nuestras necesidades. Cuando el patriarcado surge, un rasgo común en todas estas culturas tanto de Oriente como de Occidente, las mujeres fueron percibidas como las únicas cuidadoras de vida por ser reproductora de esta. Nuestro útero se volvió la imagen del gran útero cósmico en el que nuestra herencia evolutiva nos asigna el carácter de ser las guardianas únicas de la Madre Tierra o GAIA que está siempre lista para ser preñada y con ello asegurar la continuidad de nuestra especie. Sin embargo, es menester hacer la siguiente aclaración para entender mucho de lo que nos ocurre: Es la cultura y no nuestra naturaleza biológica la que impone no solo la asociación entre maternidad, cuidado parental y ambiental ya no solo como nuestro principal rol sino como el único, en el que el hogar es el sitio seguro para garantizarle a los hombres (machos) tanto su paternidad genética a través de la monogamia, así como el control mismo de toda la fuerza erótica y sensual que las mujeres tenemos. Esto significó no solo la represión sexual mayor hacia la mujer que después de cuatro mil años la seguimos padeciendo, sino además, una mayor violencia. ¿Qué hubiese ocurrido en nuestra historia si desde antaño se hubiese reconocido que el orgasmo femenino no solo es una fuente de sabiduría y de riqueza que potencia nuestras capacidades para ser libres, creativas y autónomas, sino que por lo mismo, no tiene solo una función reproductora? ¿Resulta amenazador para los hombres el saber y confirmar que las mujeres pueden alcanzar una satisfacción total, un placer absoluto sin necesidad de que este proceso se dirija hacia la reproducción, incluso, sin la necesidad misma de que sean los hombres los que nos lo activen? Hay muchos estudios que hoy analizan esto que estoy planteando. Mientras tanto pienso en Freud y su absurdo mito de Adán como también de su fallo al intentar explicar nuestros gozos y placeres sexuales. Freud, como muchos de sus colegas y también filósofos de su época (hombres todos) no se lograron abstraer de relacionar la sexualidad femenina sana con el enfoque principal puesto en el útero, porque mantiene el status quo y sigue confinando a la mujer a su típica función de madre.

 

Por otra parte, dar vida es un proceso en el que aquí si intervienen o debieran intervenir los hombres y por ende todo lo que corresponde al cuidado que esta misma actividad conlleva. Los hijos no tienen dueño: ni son de las mujeres ni tampoco pertenecen a los hombres. Los hijos e hijas vienen a este mundo para ser educados con amor y mucho respeto por los seres que hayan tomado la decisión de tenerlos, adoptarlos y cuidarlos. En esto no solo estoy incluyendo todas las opciones posibles que existan sin o con parentesco biológico, sino también a cada una de las orientaciones sexuales que se tienen, porque esto no debe ser un impedimento mucho menos cuando se trata de ofrecerles amor, respeto y protección para el desarrollo óptimo de los individuos. Lo que a las mujeres nos pertenece es nuestro cuerpo y esté fuera de discusión que la gestación sea un proceso que se nos imponga, como también el que nuestros úteros deban ser mercantilizados como lo han hecho con el resto de nuestro cuerpo. Tampoco estamos hablando de continuar con los roles eternos asignados también hacia los hombres, como es el de haber sido por tantos siglos el principal soporte económico externo con lo cual era evidente que las mujeres tuviésemos que quedar al cuidado de los críos.  Nos referimos a la participación de los hombres como sujetos activos en los procesos de crianza y educación de los hijos e hijas. Y en el cuidado de los vástagos, también se incluye el cuidado de la naturaleza, mucho más ahora cuando hablamos de una violencia que se dirige no solo contra nosotras, sino contra la Naturaleza. ¿Por qué es fundamental que los hombres se involucren activamente en las áreas y roles que nos fueron asignados por milenios solo a las mujeres, confinadas al cuidado del hogar como al cuidado mismo de la vida y su consecuente reproducción? Porque para enfrentar y darle solución a problemáticas tan graves y dolorosas como son los feminicidios y ecocidios, procesos que atentan contra el origen de nuestra vida y amenazan la continuidad y permanencia de nuestra especie, deben erradicarse desde sus raíces que están en el sistema patriarcal. Y accionar por y para la vida no depende de palabras ni de oraciones, sino de acciones concretas y cotidianas que yacen en la sabiduría misma de la mujer, quien ha sido la heredera directa de la sabiduría contenida en la naturaleza.

 

 Patricia Moguel

Educadora ambiental a través del arte.

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