Otra historia real (de María Alcocer)

Llevo una semana dándole vueltas involuntarias, pero profundamente impactantes, a una historia que no se como catalogar. El hombre protagonista andaba por los 35 años cuando un mal día -el peor día de su vida- no pudo ocultar más que en una axila tenia un gran bulto que se estaba abriendo al exterior. El hombre -muchacho lo había ocultado un tiempo respetable, pero aquel «allien» crecía sin control y pronto empezó a doler. La fiebre ya inocultable y esa delgadez casi extrema alarmó a su mujer . Ella acababa de ser dada de alta por un cáncer de mama hipotéticamente curado. La mujer rondaba los 45 años, vivía los días alarmada por el miedo a haber perdido el lejano horizonte que se vislumbra en la década de los 30, y que tras un batacazo biológico , convierte el devenir en pegatinas de 24 horas e incertidumbres de 365 días. Su miedo -el de ella- no era baldío porque acababa de sucederle la mejor de las alegrías, y esa bonanza se llamaba Miguel: un niño sudamericano rescatado de las calles por la voluntad de ambos y la esperanza de un futuro mejor para todos.

 

El hombre asumió el diagnóstico con una antipatía rayana en la depresión hilarante, y poco a poco fue entendiendo que aquel inhumano destino seria vencible , e incluso olvidable. Celebramos su adiós como quien celebra a un amigo que vuelve de la contienda más salvaje. Ambos creían en ese ángel protector que se había convertido en motor de sus existencias, ahora más reales por la cercanía de las heridas, pero intactas por la desaparición del peligro. Ambos dejaron una mañana nuestra compañía de profesionales para saludarnos por los pasillos como personas libres y esperanzadas.

 

Pasaron los días y el olvido, que no es otra cosa que las recámaras donde la memoria archiva lo cotidiano innecesario. Pasaron años recientes hasta que un cruce de miradas en un supermercado me devolvió a aquella realidad felizmente terminada. Ella , con la presteza y la verborrea que da la fractura de la confianza, hablo de una reciente separación, del cambio progresivo que le había convertido a él en un adolescente ávido de aventuras orgiásticas, la premura de las horas eran costo fumado con ansia por un hombre renacido. Ni siquiera al amor paterno y las necesidades que el niño expresaba a diario, le convencieron de abandonar sus deseos y sus alaridos de mono eyaculador en los pub y bares de la comarca. Ella se apartó y apartó al pequeño del imperativo categórico que reivindicaba el tiempo de los deseos pasados a la orilla de la muerte sin mirar más que en la dirección del viento a favor.

 

El tiempo hallo una manera de contener los mares encrespados del miedo a la muerte: halló a otra mujer . Opuesta en la idiosincrasia aquella a la que había dormido a su lado en los días amargos. Una hermosa joven mujer que -mas tarde supimos- le daría otra oportunidad a los grandes ojos azules de él para absorber imágenes regias o imágenes interiores: retórica de la vida o discurso de la abominación del cáncer.  Cualquiera que sea el nombre…

Con el tiempo volvía con su belleza rubia que era discreta y sencillamente invisible. Año tras año, el cuerpo de él conquistó la gloria que había conocido, y al final de la década de sus 30 andaba por el mundo con una más extensa promesa de futuro.

No haría una semana que los vi por última vez. Un ruido inadecuado en una habitación deshabitada de la casa, despertó a esta mujer y al pequeño ya adolescente de sus siestas. Fue sin mucha fe hacia donde pareció originarse el chirrido y ahí estaba él, colgado de una viga, con la vida y el aliento escapando por voluntad propia. El pequeño adolescente y ella, venidos de un despertar brusco y patético, levantaron al hombre de su estado pendular mientras descendían su cuerpo inerte del techo de la habitación donde había acabado con un imaginable sufrimiento reciente.

 

Siendo una enfermera experimentada en reanimación, practicó sus conocimientos con el hombre que hasta hace unos segundos era su pequeño triunfo. Su eficacia devolvió el latido y el aire al corazón y pulmones, ya parados por algo desconocido a través de un cinturón y una viga de adorno. Cayó la noche con una respiración renovada y un latido cuasi normal mientras el cerebro de él , intoxicado de muerte, dormía el sueño de la inocencia contrariada.

Si Dios existe y está operativo casi siempre, hizo de este cuerpo una segunda imagen rediviva de la necesidad. La ambulancia corría camino de la Unidad de Intensivos. Hombres y mujeres conscientes y cansados esperaban que llegase con todos los antídotos cargados. Fue recobrando la lucidez de la mirada semanas después, no así la lucidez del amor que se había convertido para él en un salvamento continuo.

Volví a verlo tras su debut en la categoría de los renacidos por segunda vez. Me hablaba de conspiración con ese acento inocente de los niños que juegan a ser estrellas de grandes historias y la aprensión incontrolable de los hombres que abusan, hasta la fatiga, del temblor adrenérgico que produce el gusto por el protagonismo. El pequeñuelo que le sostuvo físicamente y la mujer que le devolvió el aire llevaban horas en silencio con la mirada perdida lejos. Muy lejos.

Texto: Maria Alcocer.

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Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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