De hilos y Liébana…

 

 

 

Dicen por ahí, las lenguas de filo romántico cursi, que a las parejas las une un hilo invisible y tirando, tirando cada uno/a por su lado, terminan juntándose. Yo no lo creo, o quizá es que mis hilos (por necesidad hubo más de uno) se deshilacharon antes de tiempo y dejaron al destino descosido. En cambio, tengo el convencimiento de que ese supuesto hilo estratégico y hologramático, une a gente diversa y distante con la férrea voluntad de una amistad perenne. Cierto es que las redes sociales, internet y sus aledaños, hacen el trabajo de contacto cual celestinas preciadas. Y que ayudan mucho a encuentros inesperadamente gozosos y enriquecedores.

Me contactó una mujer, Ana  Valcarce, para hablar de mis novelas en Potes. Ana y unas cuantas aguerridas mujeres conforman la Asociación Arco Iris, que propicia diversas formas de enriquecimiento, el cultural entre ellos.

Para mí Liébana siempre es un reclamo. No tiene sentido explicar lo sabido. Mi primera novela, a mi primer personaje, mi querida y añorada Clara Pacheco, la hice nacer allí porque ya que yo no pude, me compensó doña Clarita. Total, que dije:”sí encantada” y llegado el día del desplazamiento me comunican que el Desfiladero anda de obras y el paso está complicado. A una le calzan los años y el acomodo en sus gozosas rutinas por lo que me daba cierto lache. No obstante, acarreando libros, pc y entusiasmo, mi coche y yo, devoramos kilómetros hasta que el parón de unas obras faraónicas entre los cortinones de las rocas que encajonan una exigua y tortuosa carretera, me dieron de bruces contra la realidad.

Impasible, y calmada llegué a Potes después de dos horas y media pero fresca y feliz de pisar su empedrado pavimento. Llegaron ellas, un grupo de mujeres  vigoras de sonrisa fácil y abiertas a encuentros. Que hermosa y deliciosa comida, mientras los personajes de mis novelas andaban por entre las sillas, porque las comensales habían analizado y husmeado por sus vidas, lo que ellos/as, agradecidas les conminaban a contar. Además de un foie con cebolla caramelizada, croquetas caseras, ensalada con queso del país, rodaballo (otras tomaron carne a la piedra) y postres pecadores, nos llenaron de gozoso tiempo compartido.

Una casita rural, decorada con gusto, con enormes ventanales que mostraban la grandiosidad de las sierras lebaniegas mientras se enmarcaban por los Picos, me recibió poco después, para dejar mis huesos y mi cabeza en descanso por un rato.  Más tarde volvimos al tajo, conformamos una tertulia  nutrida de personas amantes de la literatura, con curiosidad por conocer y entender cómo se concibe un libro y los entresijos de este oficio que es motivo de intriga y encuentros venturosos. Se nos hizo poco el tiempo (casi dos horas) de convivencia. Luego fui invitada a un concierto de folclore de la isla Mayotte, que imagino ustedes ni sitúan (yo tampoco) pero anda por el océano Indico, al sureste de África y que nos hechizó con sus melodías y suaves danzas. El espectáculo se realizaba en una antigua iglesia desamortizada por Mendizábal y que Potes ha recuperado como centro de cultura.

Luego, cena. Más delicias comestibles. Más conversación…con el gusto de tratarnos ganando confianza por el tiempo trascurrido y que las mujeres hablamos mucho, a chorretones de sentimientos mientras abrimos compuertas al conocimiento mutuo.

Y es entonces cuando se produce el milagro. Ese hilo del que les hablaba al principio, que une a gente dispar, distante, diferente, con vidas a veces divergentes. De pronto se produce el gusto de la comunicación del contacto personal a nivel de profundidad cutánea.

De vuelta al hotel, donde me dejaron pasando la noche, una pensaba en lo gratificante que es la literatura. Además de propiciarnos el enorme placer de la lectura nos precipita a la amistad, a conocer gente tan hermosa que no pude menos que sentir  gratitud hacia la suerte de poder vivir estas aventuras. Los Picos, el valle que adornaba mi hotelito, habían echado el telón de la noche, solo el continuo canto de pájaros (sí, en Liébana los pájaros cantan de noche, lo juro) me acompañó el sueño . Al despertar descorrí las cortinas para dejar  a la vista el espectaculo de una naturaleza exultante que verdeaba la tierra y ahumaba de nubes las montañas. No hay espectáculo más grandioso que ver la amanecida en el techo de algún lugar perdido en el mundo. En este caso, Liébana. Un desayuno pantagruélico…¡los frisuelos son otra dimensión! con miel de casa, para más pecado. Poco después fui de nuevo acompañada por más mujeres, otras y las mismas, de ese grupo feliz. Había sugerido que deseaba visitar la tumba de Juanín y las faltó tiempo para acompañarme.

Pensaba salir sobre las diez treinta porque el recuerdo del día anterior aventurándome entre obras, cortes de carretera y zozobras varias, me alertaba para apresurarme. Vano intento. Otro grupo, está vez una comunidad artesanal gestionada por un lugar milagroso, Beatus Ille, en el centro de la metrópolis lebaniega, y me enredé en escucha y charla dejándome empapar de proyectos de esa gente que conoce las verdades de la naturaleza y del mundo sencillo porque viven en contacto con realidades intangibles que nos regala esta tierra, maltratada y generosa.

Me contaron las recolecciones de las yerbas que la tierra lebaniega regala con primor. Las gestiones de artesanas, apadrinadas por Manuela Carmena ¡en Potes! y desde la sencillez de una mesa con infusiones de la zona, tomé conciencia que la esperanza está en ellas. En nosotras. En grupos de gente que realizan algo esencial: comunicarse sin las apreturas de una sociedad urbana que encorseta y adormece las pulsiones del alma.

Miren, a las dos de la tarde, con una nostalgia adelantada, me arranqué de aquel grupo con la misma fuerza que de pequeña arrancaba el diente movido. Volví al Desfiladero sin desarrugar los abrazos, llevándome conmigo las sonrisas, los buenos deseos…el té del puerto, el tostadillo, el orujo, los garbanzos, las mermeladas, miel, y cesto hermoso tejido por alguna mano anónima,  además de cuatro o cinco variedades de queso del país que estas nobles damas me habían regalado. Además de lo vivido, regalos.

De vuelta a casa, ni los recesos del desfiladero, ni la amenaza de lluvia pudieron hacer que dejara de sonreír,   de nuevo ese hilo que une a gente bonita me había regalado  un grupo de personas que andan ya en mis adentros nutriéndome de conocimientos y de calor.

Como sería mi levitación, tras este fin de semana glorioso, que al ir a votar la señorita que llevaba una acreditación verde con tres  letras negras que gritaban fealdad, me dio conversación,  respondí encantada y hasta la sonreí beatíficamente.

Efecto lebaniego, me dije. Efecto Arco Iris, me repetí.

Gracias, por tanto, compañeras. No sé si os habré aportado algo, lo que sí os aseguro es que me he traído un capacho lleno de buenas intenciones y de amistad.

Gracias, amigas, por todo y por más.

María Toca Cañedo©

Sobre Maria Toca 1601 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

4 comentarios

  1. Gracias María por comunicarme tanta belleza de vivencias en: personajes y parajes donde reflejas la cultura y ternura de los pueblos y la haces que la sienta y saboree en la soledad de mi tiempo. Al redactarla mantienes ese hilo del que hablas en quien te lee con entusiasmo.
    Ternuras, tu amiga. Carmen Mora González

  2. Qué bonitoo…me alegro mucho que te llevaras esas sensaciones de Liébana.
    Te aseguro que para nosotras fue un finde absolutamente enriquecedor y que nos sentimos muy satisfechas de haber disfrutado de tu presencia y sabiduría.
    Qué bien que existan esos hilos!
    Un abrazo preciosa
    Mariví, Arco Iris

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