La ciudad vacía

La ciudad está vacía. Los humanos reducidos en sus casas por un virus que ellos mismos han creado. Animales y plantas sorprendidos por la extraña sensación de indefensión humana se comunican entre sí bromeando con ironía sobre esta situación. Gaviotas altaneras como albatros posan sus patas sobre las farolas, te miran y callan. Cervatillos que bajan al parque precintado. Nada hace ver el final de la pandemia. Vivimos en la fecha 19/03/2020 después de Cristo.

Este silencio es el paraíso del escritor, del compositor, del pintor. Afortunadamente, para escribir pocos elementos son necesarios, la invitación obliga. Podría hacer otras cosas, pero queda tiempo para todo, si no me equivoco y vence por KO técnico la voluntad humana.

En cierta ocasión tuve una fascitis plantar y también estuve confinado. En ese momento comencé a escribir ocho horas al día. Practiqué el oficio como si fuera mío, una profesión utópica e imaginaria. Estuve un mes viviendo en casa, aunque con mi madre, que tenía tanto poder de presencia que sólo salía de mi cuarto para comer y hacer ejercicio de suelo, tumbado de bruces, botando mecánicamente sobre la esterilla.

Podría llevar toda la tarde escribiendo, pero apenas he escrito media hora y ya siento el mismo nerviosismo que un oficinista abandonado buscando la hora de salida. Al menos ya se hizo de noche y no me había dado cuenta.

Hay una casa de cartón para Darío y no sé cuándo vendrá a verla, tampoco está acabada,

un escalofrío tóxico recorre mi cuerpo, es como querer llegar a destino sin recorrer el camino. Queda mucho por hacer todavía. Relájate y disfruta, pero no se trata de disfrutar, se trata de intentar aprovechar el tiempo al máximo. Hay que cerrar fases para comenzar otras.

Tengo que desarrollar ideas pretéritas, me digo. Evolucionar aquello que fue apartándose en la orilla por mantener el curso de la vida. El estrés laboral, el control de mis pulsiones, mi gestión de la palabra familia. Todo esto ocupa mucho tiempo y lo poco que queda me lo bebo. Ahora puedo hacer más. Mi hijo y su madre no están conmigo, dispongo de un tiempo incómodo pero flexible. Con qué poco se consuela el hombre, así de fuerte es la supervivencia cuando todo queda en juego.

Darío, acaba de cumplir tres años plenos de vitalidad y verborrea. Él no sabe lo que está ocurriendo y cuando se entere será tarde. Habrá que explicárselo y lo entenderá como un capítulo pasado de nuestra historia, de ese tipo de episodios que tanto han importado, para entender lo que pasa, pero que ya no afecta. Puede que lo vea como el final de una era, la dichosa era… está en una edad perfecta para no recordar nada y adaptarse. Mi hijo vivirá en otro mundo, otra sociedad, muy diferente, esa es ahora mi única certeza.

 

Juanjo Galíndez

Sé el primero en comentar

Deja un comentario